Entrevista aparecida en el suplemento Mujer del diario chileno La Tercera, a Helle Heckmann, miembro de la directiva internacional de las escuelas Waldorf.
Niños que ya no saben ser niños. Pequeños que han olvidado incluso algo tan básico y sano como es correr, que casi no mastican sus alimentos, que tienen dificultades para expresarse y comunicarse, entre otras falencias. Es el patético y triste panorama que ve Helle Heckmann (miembro de la directiva internacional de las escuelas Waldorf, educadora desde que tiene memoria, madre de tres hijos) en su país, como una absurda paradoja del desarrollo y de enfoques errados de la educación desde la más temprana edad.
-¿Por qué su visión tan crítica de la educación preescolar en su país?
-En los últimos 40 años, en Dinamarca gran parte de las personas ha estado en instituciones preescolares, divididos en grupos por edades. Son grupos de un año de edad, de dos y así sucesivamente. Eso implica que el niño sólo mira su propia edad y no tiene percepción de dónde viene ni hacia dónde va. Eso genera que cuando se convierten en padres no saben siquiera cuidar a sus propias guaguas, porque nadie les enseñó a cuidarse cuando eran chicos. No saben cómo ser padres.
Es que, según Helle y la pedagogía que ama, lo saludable es que los niños entre cero a siete años estén en el jardín infantil juntos, porque los más chicos imitan siempre a los más grandes y los mayores se sienten empoderados al ayudar a los más pequeños, mientras a la vez sienten el respaldo de la profesora que los ayuda, generándose así una cadena de solidaridad muy armónica. "Así se aprende a aprender. Es como las familias antiguas, que tenían hijos de distintas edades a los que daban distintas tareas, pero estaban juntos. Hoy, que las familias se han reducido y tienen pocos hijos, los niños no aprenden a cuidarse ni a cuidar a otros", comenta.
-Niños que se miran sólo a sí mismos, ¿ese mundo de ególatras es hoy un problema social en su país?
-Sí, por eso allá es tan importante ahora hacer cursos para enseñar cómo ser padres, porque los jóvenes no saben cómo hacerlo. Hasta se les enseña algo tan natural como lo es el amamantar. Mientras vemos que los niños de hoy, producto del sistema educativo, no pueden hablar bien, tampoco corren apropiadamente, se caen fácilmente, no tienen equilibrio. Muchos sufren alergias o tienen comportamientos hiperactivos. No pueden relacionarse apropiadamente con el otro: o dan demasiado hacia el otro o casi nada. Y duermen mal. Son niños que se enferman mucho. Hay que demostrarles a muchos de los padres actuales que sus hijos están así porque ellos no han sabido cómo criarlos. Todos los padres aman a sus hijos y quieren hacer lo mejor para ellos y hay muchos libros que dicen cómo educarlos, pero el sentido común para hacerlo está extraviado, es hoy algo tan difícil de alcanzar.
La relación con Chile de esta danesa se inició hace ocho años, cuando le pidieron venir a asesorar a los jardines infantiles de esa pedagogía educativa en Sudamérica. Ese viaje fue el comienzo de una estrecha relación con el país, donde incluso es cofundadora de un jardín infantil en la comuna de Peñalolén, en Santiago (Akelae, se llama el centro). Tanto le gustó este lugar del mundo que incluso se compró una casa en la cordillera, la que visita cada vez que viene. Confiesa que la seduce "que los chilenos todavía miran a los ojos, y se conectan con el otro". Su gran deseo es poder quedarse aquí un día, siempre y cuando pueda trabajar en lo suyo, dándole alcance social a su experiencia y conocimientos. Por eso está empeñada en la idea de crear un centro para formar a educadores, padres y hasta a las nanas chilenas ("Pasan tanto tiempo con los niños, no hay que olvidarse de ellas, hay que enseñarles a conocer al niño"), convencida de que los adultos, modernidad mediante, están perdiendo el norte en aspectos muy básicos para educar. "Chile está en la hora de prevenir, no en la de curar como lo tienen que hacer otras naciones", señala.
Es así como dejó por unos días el jardín infantil que dirige desde hace unas décadas en Copenhagen, la capital danesa, para venir a compartir y discutir sus reflexiones con las autoridades chilenas responsables de la educación preescolar, incluida la ministra de Educación y la comisión del Congreso encargada de las reformas al sistema parvulario, así como la Fundación Integra y la Junta Nacional de Jardines Infantiles. Y quedó gratamente impresionada al sentir que "me escucharon con mucho interés, y sin prejuicios respecto de la pedagogía Waldorf, lo que demuestra flexibilidad y apertura de miras en la experiencia que se quiere hacer acá en este ámbito". Puntualiza: "Me siento muy a gusto, muy en casa en Chile".
-¿Cree posible introducir elementos de la pedagogía Waldorf en el sistema formal de educación?
-Por supuesto. Siento que mucho de esta pedagogía puede entrar en la forma cultural de la sociedad chilena.
-¿Por qué cree eso?
-Todavía la estructura familiar es fuerte en Chile. Y la vida familiar es muy importante para los niños. Importa que puedan ver que la vida cotidiana se arma a través del trabajo de los adultos. Todo el impulso pedagógico Waldorf durante los primeros siete años de vida se basa en la imitación de los adultos por parte de los niños. Por supuesto que la estructura familiar chilena también está cambiando, pero aún es posible prevenir los problemas que está sufriendo Estados Unidos y Europa en este terreno, poniendo énfasis en evitar problemas a futuro en vez de tener que solucionar los errores de un mal manejo educacional. La idea es que los niños no paguen el precio del mal llamado desarrollo.
-Pero vivimos procesos imparables en la familia, que afectan a los niños.
-Es un hecho que hoy las mujeres no están en la casa, sino en el mundo del trabajo. Necesitan ganar dinero, quieren y necesitan autoeducarse y también requieren vida social. Es urgente proponer iniciativas para dar un soporte a esas mujeres. Y al mismo tiempo ofrecer las iniciativas para que el niño siga teniendo una casa fuera de su casa, que es el kindergarten (jardín infantil), que sienta que sigue estando acogido y amado como lo estaría en su casa. La casa y el jardín infantil tienen hoy roles intercambiados.
-Usted piensa que la familia chilena no ha cambiado tanto. Algunos creen que el cambio ha sido acelerado e insano, perjudicando su dinámica íntima.
-Es un riesgo de la modernidad. La pregunta es qué podemos hacer ante ello. Es muy importante que hoy las familias tomen muy en serio la decisión de tener hijos. Cuando tu decides tener hijos, tu vida no va a ser nunca más la misma que tenías antes. Habrá muchos efectos, incluso en lo laboral. Si el mundo laboral fuera más consciente en el apoyo a la vida familiar y, por ejemplo, ofreciera también media jornada y no sólo tiempos completos de trabajo, sería una solución de largo plazo muy saludable. Y que las madres pudieran acceder a un permiso de maternidad por un año, con la promesa de que tienen su trabajo esperando. Que la madre esté el primer año con su hijo es primordial para el vínculo que desarrolle.
-Las madres chilenas viven con mucha culpa el salir a trabajar antes de que el niño cumpla el año. ¿El jardín infantil puede suplir esa ausencia?
-Nadie más que la madre puede ser la madre; tampoco se trata de que se la sustituya profesionalmente. Pero sé cómo crear lugares en donde el niño no esté dañado por no estar en su casa. Necesitamos crear pequeños espacios para atender a estos niños y no fábricas.
-¿Qué relevancia tiene su enfoque en la educación parvularia?
-Pensamos que los primeros siete años de vida son tremendamente especiales. Debemos cuidar esa edad. Debiera ser un gran desafío de los gobiernos apoyar a las familias en esto, porque es el futuro de tu país. Si se quiere niños que tengan confianza en sí mismos y que puedan aprender a aprender, los primeros siete años deben ser basados en la confianza y en la seguridad, para desarrollar una autoestima saludable, que se forma especialmente en esa etapa, sin forzar el aprendizaje cognitivo. Sin una infancia saludable vas a tener problemas el resto de tu vida. Aquí es crucial la actitud de los padres, pues muchos fuerzan a sus hijos a desarrollarse demasiado rápidamente por ambiciones basadas en el futuro de éstos.
-En Chile se presiona mucho al niño en su rendimiento. Por ejemplo, muchos jardines infantiles los someten a test muy fuertes de selección.
-Para mí es completamente absurdo que los niños sean sometidos a test, todos los niños son buenos por esencia. Algunos aprenden lentamente y otros más rápidamente. Si desde muy pequeño le dices al niño que no es suficientemente bueno, eso va a tener una impacto en él. Va a sentir que no es bueno para nada y va a retener su sano desarrollo.
-Actualmente hay mucho diagnóstico de déficit atencional. ¿Por qué cree que se da este escenario?
-Es el ambiente en que el niño crece el que hace que tenga una salud pobre. Desde muy chiquititos están estresados. Se los lleva a todos lados y están siempre sobreestimulados. En vez de tener paz y silencio para encauzar un desarrollo progresivo y aprender a conocer lentamente, se los pone en el mundo forzando su desarrollo. Terminan sabiendo mucho más del mundo externo que de sí mismos. Si no aprendes a conocerte desde pequeñito, si no te descubres, nunca vas a poder tomar tus propias decisiones ni desarrollar una buene autoestima. Es un lema bien erróneo decir que el más grande y más rápido es el mejor. No hay necesidad de tener esta presión. Es mejor que tengan un ritmo cotidiano saludable.
-¿Cómo debe ser este ritmo?
-Un niño saludable, que quiere aprender y al cual le gusta la vida es el que ha tenido la posibilidad de un ritmo sano cotidiano, con una nutrición apropiada, sin azúcar ni caramelos, mucho movimiento y buenos hábitos de sueño. Es lo básico que un niño requiere. En un sentido es muy simple y barato, pero es tan difícil de cumplir.
-¿Y por qué eliminar el azúcar?
-No hay nada peor que el azúcar, es un mal hábito. El dulce va directo al sistema sanguíneo, la glicemia sube inmediatamente y el sistema de compensación biológico lanza una bomba de insulina para poder contener al azúcar: la energía del niño sube bruscamente en corto período y luego tiene una baja también brusca, por debajo de la media. Él se descompensa y luego siente la necesidad de un nuevo estimulante. Esto lo impacta anímica y físicamente. Los niños se transforman en adictos y prefieren esto a una manzana.
-¿Qué le parece la tendencia a la presión cognitiva del niño que hay actualmente?
-No es buena para su desarrollo antes de los siete años. Los niños deben aprender ejecutando, y una vez que el adulto les da el tiempo para aprender de esa forma, entonces van a tener verdadero interés de sentarse en un pupitre y aprender de una manera más directa. Uno puede enseñarles a los niños de tres años el alfabeto, ellos te van a imitar, pero es sólo imitación, no es comprensión. Si esperas a que sean un poco más maduros emocionalmente, aprenden y también comprenden, no sólo imitan. Los niños tienen hoy mucha información, pero no saben cómo usarla. ¿De qué sirve saber leer si no entienden lo que están leyendo?
-Reivindica el ofrecer a los pequeños ambientes en los que se relacionen con la naturaleza. ¿Desea revertir la distancia que tenemos cada vez más con la naturaleza?
-Es que si queremos proteger la naturaleza desde la niñez debiéramos tener una buena relación con ella. No basta sólo con decirle a la persona lo que debe ser hecho desde la cabeza, tienes que haberle sentido desde el corazón. Pero también tiene otras implicancias: estar afuera, al aire libre, provee al niño de más espacio, de que pueda trepar, andar sobre un tronco, jugar de forma no dirigida. Es algo importante, porque en la vida actual cada vez se mueven menos. Así, luego tienen hambre y un buen sueño. Darles la experiencia de los cuatro elementos: el aire, la tierra, el sol y el agua es calidad de vida. En Chile tienen cuatro estaciones muy definidas. Qué maravilloso es que los niños desde chiquititos puedan vivir desde la piel esa experiencia.
-¿Todo esto planteó a las autoridades chilenas?
-Creo que fue una mezcla. Ellos me hicieron preguntas muy buenas y quisieron profundizarlas. Sentí que había mucho interés en ir al encuentro de las necesidades del niño. Creo que es la hora de cambiar las cosas en Chile para que los pequeños no tengan los problemas que estamos teniendo en Dinamarca. La primera pregunta que nos debiéramos hacer para eso es qué clase de personas queremos en Chile. Y luego interrogarnos: ¿es el niño un derecho o un regalo?
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