Es necesario salir de la fantasía de la mujer todopoderosa. Los hijos tienen que entender que las madres se equivocan, así como éstas necesitan aceptar que sus hijos no son perfectos.
La vida moderna y el rol que juega la mujer en este nuevo ordenamiento social han hecho que las madres no sólo se vean más exigidas en distintos ámbitos, sino que también busquen en todos ellos el desempeño perfecto. Además de intentar ser buenas mamás, ellas quieren rendir bien en el trabajo y son más exigentes con las parejas. Sin embargo, todas estas exigencias deben dar cabida al error y la debilidad humana, de lo contrario la culpa se transforma en el más severo juez.
Ante esta realidad, la psicóloga Viviana Sosman afirma que es necesario salir de la fantasía de la mujer todopoderosa. Necesitamos una mujer más imperfecta, más real. La súper mujer, la mujer perfecta, no existe, es un mito, pero la renuncia a ella constituye un trabajo duro, una despedida, un duelo. Es muy frecuente ver en la consulta la culpa que genera el no cumplir con los ideales de perfección, comenta.
Para ella, el irse contactando y encontrando la manera más propia y genuina de integrar los distintos aspectos del ser mujer, constituye una fuente de liberación y maduración.
Los hijos tienen que poder tolerar que la madre se equivoca, así como también las madres deben aceptar que sus hijos no son perfectos. Madres e hijos son muy exigentes el uno con el otro, pero en esta relación demandante ambos deben asumir y respetar sus debilidades. Si la madre siempre se muestra perfecta, no da paso a que sus hijos toleren una imperfección. El trabajo de poder perdonarse es fundamental, recalca.
¿Cómo afecta a los hijos este mito de la madre todopoderosa?
Nos cuesta frustrar a nuestros hijos. Muchas veces no les damos la posibilidad de solucionar ciertas cosas, porque ¿por culpa? sentimos que ésa es nuestra tarea y ahí los dejamos chicos. Muchas veces no les permitimos que se caigan, que les duela o que cometan errores, y lo mismo hacemos con nosotras como madres. Debemos ejercitar la capacidad de aceptar nuestros errores y tolerar las faltas.
¿Usted afirma que poco a poco se ha ido instalando en la mente femenina que la aspiración de perfección y omnipotencia constituyen un anhelo más que una realidad. ¿Cómo es esto?
Existen en nuestra mente una serie de representaciones, imágenes y valores, incorporados desde la niñez, acerca del tipo de madre que deberíamos ser. En general, ésta es una madre idealizada y omnipotente, que puede con todo. Esa creencia puede transformarse en un juez interno muy exigente y cruel. Las mujeres se están dando cuenta de que esta manera de funcionar es muy agotadora, muchas quieren liberarse de este peso. El reto es ser la mejor madre posible de acuerdo a nuestra manera de ser y a las circunstancias actuales.
¿Existe la madre perfecta?
La madre primero es mujer y un ser humano, y como tal es imperfecta, tiene grietas y faltas.
Ante esta realidad, la psicóloga Viviana Sosman afirma que es necesario salir de la fantasía de la mujer todopoderosa. Necesitamos una mujer más imperfecta, más real. La súper mujer, la mujer perfecta, no existe, es un mito, pero la renuncia a ella constituye un trabajo duro, una despedida, un duelo. Es muy frecuente ver en la consulta la culpa que genera el no cumplir con los ideales de perfección, comenta.
Para ella, el irse contactando y encontrando la manera más propia y genuina de integrar los distintos aspectos del ser mujer, constituye una fuente de liberación y maduración.
Los hijos tienen que poder tolerar que la madre se equivoca, así como también las madres deben aceptar que sus hijos no son perfectos. Madres e hijos son muy exigentes el uno con el otro, pero en esta relación demandante ambos deben asumir y respetar sus debilidades. Si la madre siempre se muestra perfecta, no da paso a que sus hijos toleren una imperfección. El trabajo de poder perdonarse es fundamental, recalca.
¿Cómo afecta a los hijos este mito de la madre todopoderosa?
Nos cuesta frustrar a nuestros hijos. Muchas veces no les damos la posibilidad de solucionar ciertas cosas, porque ¿por culpa? sentimos que ésa es nuestra tarea y ahí los dejamos chicos. Muchas veces no les permitimos que se caigan, que les duela o que cometan errores, y lo mismo hacemos con nosotras como madres. Debemos ejercitar la capacidad de aceptar nuestros errores y tolerar las faltas.
¿Usted afirma que poco a poco se ha ido instalando en la mente femenina que la aspiración de perfección y omnipotencia constituyen un anhelo más que una realidad. ¿Cómo es esto?
Existen en nuestra mente una serie de representaciones, imágenes y valores, incorporados desde la niñez, acerca del tipo de madre que deberíamos ser. En general, ésta es una madre idealizada y omnipotente, que puede con todo. Esa creencia puede transformarse en un juez interno muy exigente y cruel. Las mujeres se están dando cuenta de que esta manera de funcionar es muy agotadora, muchas quieren liberarse de este peso. El reto es ser la mejor madre posible de acuerdo a nuestra manera de ser y a las circunstancias actuales.
¿Existe la madre perfecta?
La madre primero es mujer y un ser humano, y como tal es imperfecta, tiene grietas y faltas.
¿Cómo asume la mujer su imperfección como madre en la relación con los hijos? La madre de la infancia es muy perfecta e idealizada. Es en la adolescencia cuando esta madre se cae. Los hijos en esa etapa comienzan a mirar a la mamá desde otros lugares, viendo que ésta falla y se cae. Hoy en día las mujeres aspiran a hacer todo bien, pero los hijos las confrontan. Esto conlleva un duelo, tanto para el hijo como para la madre, porque en algún momento la madre y los hijos se dan cuenta de que no es imposible que pueda hacer todo bien.
¿Cómo se cae esta madre perfecta frente al hijo hombre y frente a la hija mujer? ¿Hay diferencias?
Creo que la relación madre-hija, por la cercanía, es más difícil. A la hija le cuesta más separarse de su madre y por eso hay más juicio. Los niveles de cercanía y simbiosis entre la hija y la madre son mayores que los del hijo con la madre, pero eso depende mucho de los tipos de relación que se establecen. Para el hijo es más fácil diferenciarse de su mamá, porque de alguna manera se ha identificado más con el padre, por eso en algunos casos necesita criticarla menos.
Al asumir la propia imperfección, ¿se les produce también a las madres cierto alivio frente a los hijos?
Claro, porque las sitúa en un lugar más real y las expectativas de los hijos frente a sus madres baja. Al asumir las debilidades, las madres poco a poco dejan de sentir tan fuerte aquella culpa persecutoria que trae la falta de tiempo y los propios errores. La mujer se alivia.
En este anhelo de ser madres perfectas, ¿se les exige también a los hijos esa perfección?
Los hijos se identifican con la madre en cosas conscientes e inconscientes, entonces el trabajo de poder perdonarse y de permitir ciertos errores va a posibilitar a ambos verse de una manera más real. Si la madre es muy exigente consigo misma, inconscientemente también lo va a ser con su hijo.
"LA AUTORIDAD LA TIENEN LOS PADRES, NO LOS HIJOS"
Madres e hijos hoy se sienten más exigidos por la familia y la sociedad. Ante esto, ¿cómo deben manejar ambos los propios fracasos?
La cultura de hoy nos mueve hacia la exigencia y perfección. Las mamás quieren que sus hijos estén sanos físicamente, bien emocionalmente, que se desarrollen socialmente, que tengan buenas notas, que sean deportistas y que estén contentos? Si esto no sucede, algunas caen en una sensación de que está todo mal, de falla casi total. Es necesario aceptar que tanto las dificultades de la madre como las de los hijos son parte de la vida. Si ella está siempre tratando de hacer todo muy bien, queriendo darle todo a sus hijos, estará criando adolescentes poco entrenados para la frustración y las pérdidas.
Las exigencias de los hijos van cambiando. ¿Qué pasa con esas demandas durante la adolescencia?
En la adolescencia se requiere de una madre que pueda aceptar ser criticada y que vea estas críticas como una necesidad del hijo de diferenciarse. Los adolescentes de hoy son muy críticos con la madre y son mucho más exigentes que los adolescentes de ayer. Ellos piden respuestas y explicaciones y eso exige a los padres pensar más.
Pero esto también hace más difícil que los padres sean capaces de poner límites claros a sus hijos adolescentes.
Claro, pero hay que invitar a los adolescentes a pensar, lo mismo que ellos exigen a sus padres. Creo que cuando las madres sienten que están en falta con sus hijos, quizás también por esta exigencia que ellos mismos imponen, son incapaces de poner ciertos límites, porque no quieren darles frustraciones. Ahí está el error, porque al final las frustraciones permiten crecer.
Pero cuesta decir que no a los adolescentes de hoy.
Es difícil decir que no, porque en un adolescente muchas veces esta negación implica mucha rabia y aguantarse una rabia es difícil. Para poder decir que no, hay que estar muy claro en que con esto uno está ayudando a los hijos y que los límites contienen.
Poner límites es un tremendo esfuerzo para los padres, porque obviamente ellos siempre desean ser queridos por sus hijos y ser padres ´buena onda´. Cuando se ponen límites, se deja de ser el padre o la madre amorosa, pero no hay que olvidar que la autoridad la tienen siempre los padres, no los hijos.
¿Cuál es el gran riesgo de no enseñar a los niños a frustrarse?
Es un riesgo tremendo, porque la vida está llena de frustraciones. Si los hijos no las han tenido, obviamente no estarán capacitados para enfrentarlas y manejarlas adecuadamente. Lo más seguro es que el día de mañana ese niño siempre vaya a querer sólo enfrentarse a escenarios ideales y eso no puede ser así, porque ni el mundo del trabajo ni el de la pareja es ideal. La vida trae oportunidades de frustración siempre.
A su juicio, ¿cuáles son los grandes errores que comenten hoy las madres con sus hijos adolescentes?
El principal es el querer tener un hijo perfecto. Está bien que los padres aspiren a tener hijos lo más integrados posible en lo emocional, en lo físico y en lo intelectual, pero siempre integrando la fragilidad, los errores y la vulnerabilidad.
La cultura de hoy nos mueve hacia la exigencia y perfección. Las mamás quieren que sus hijos estén sanos físicamente, bien emocionalmente, que se desarrollen socialmente, que tengan buenas notas, que sean deportistas y que estén contentos? Si esto no sucede, algunas caen en una sensación de que está todo mal, de falla casi total. Es necesario aceptar que tanto las dificultades de la madre como las de los hijos son parte de la vida. Si ella está siempre tratando de hacer todo muy bien, queriendo darle todo a sus hijos, estará criando adolescentes poco entrenados para la frustración y las pérdidas.
Las exigencias de los hijos van cambiando. ¿Qué pasa con esas demandas durante la adolescencia?
En la adolescencia se requiere de una madre que pueda aceptar ser criticada y que vea estas críticas como una necesidad del hijo de diferenciarse. Los adolescentes de hoy son muy críticos con la madre y son mucho más exigentes que los adolescentes de ayer. Ellos piden respuestas y explicaciones y eso exige a los padres pensar más.
Pero esto también hace más difícil que los padres sean capaces de poner límites claros a sus hijos adolescentes.
Claro, pero hay que invitar a los adolescentes a pensar, lo mismo que ellos exigen a sus padres. Creo que cuando las madres sienten que están en falta con sus hijos, quizás también por esta exigencia que ellos mismos imponen, son incapaces de poner ciertos límites, porque no quieren darles frustraciones. Ahí está el error, porque al final las frustraciones permiten crecer.
Pero cuesta decir que no a los adolescentes de hoy.
Es difícil decir que no, porque en un adolescente muchas veces esta negación implica mucha rabia y aguantarse una rabia es difícil. Para poder decir que no, hay que estar muy claro en que con esto uno está ayudando a los hijos y que los límites contienen.
Poner límites es un tremendo esfuerzo para los padres, porque obviamente ellos siempre desean ser queridos por sus hijos y ser padres ´buena onda´. Cuando se ponen límites, se deja de ser el padre o la madre amorosa, pero no hay que olvidar que la autoridad la tienen siempre los padres, no los hijos.
¿Cuál es el gran riesgo de no enseñar a los niños a frustrarse?
Es un riesgo tremendo, porque la vida está llena de frustraciones. Si los hijos no las han tenido, obviamente no estarán capacitados para enfrentarlas y manejarlas adecuadamente. Lo más seguro es que el día de mañana ese niño siempre vaya a querer sólo enfrentarse a escenarios ideales y eso no puede ser así, porque ni el mundo del trabajo ni el de la pareja es ideal. La vida trae oportunidades de frustración siempre.
A su juicio, ¿cuáles son los grandes errores que comenten hoy las madres con sus hijos adolescentes?
El principal es el querer tener un hijo perfecto. Está bien que los padres aspiren a tener hijos lo más integrados posible en lo emocional, en lo físico y en lo intelectual, pero siempre integrando la fragilidad, los errores y la vulnerabilidad.
Entrevista realizada por Paula Bengolea a Viviana Sosman, psicóloga, y publicada en la revista Cosas
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