Algo íntimo que quería compartir con vosotros....
Mis hijos siempre habían sido seguidores acérrimos de Estivill. Desde que volvieron a casa después de dos semanas en la incubadora, nunca quisieron dormir con nosotros.
Todavía recuerdo el primer día. Nosotros, incautos padres primerizos que pensaban que dormir todos juntos sería muy práctico para no tener que levantarme cada dos o tres horas, nos encontramos con un gran obstáculo que nunca nos habríamos imaginado que podría existir. Mis hijos no querían de ninguna manera.
Tenían sueño. En brazos. Llora, llora. Los metías en nuestra cama. Llora, llora. Bueno, pues entonces en una cuna al lado de la cama. Llora, llora. En moisés al otro lado de la habitación. Llora, llora. Hasta que a mi maridín se le ocurrió la idea de llevarlos a su habitación. En cuanto metió los moisés por la puerta, los tíos se callaron y al instante, ¡zas! se durmieron como troncos.
Desde entonces siempre ha sido así. Los ponía en su cuna, les dabas su osito, un besito, apagabas la luz y silencio. A veces, como madre maquiavélica que soy, los cogía mucho rato en brazos para ver si se dormían, pero oye los tíos con los ojos como platos hasta que ya, como soy en el fondo una debilucha, me daba pena y los ponía en su cuna. Al segundo, dormidos. En esos momentos, me parecía oír una risa que el viento me traía desde Barcelona. “jejeje, así se hace muchachos, así se duerme, con el osito en vuestra cunita, como lo cuento en mi libro”. Entonces, entre lágrimas, cerraba la ventana para no escucharlo.
Los días pasaron y los peques se hicieron cada vez más mayores. Sólo alguna noche que tenían fiebre, mucha tos, mocos... consentían dormir con nosotros. Más que nada porque yo los secuestraba después de haberme levantado mil veces y entre las nieblas de la enfermedad, no notaban que los traía a mi cama. Pero en cuanto estaban buenos.... otra vez a su habitación. El extremo era tal que incluso cuando empezaron a hablar decían “nene, cansado, cuna, dormir”. En esos momentos volvía a oír el viento que venía de Barcelona “jejeje, asiiiiii, se haceeee muchachoooossss, así se duermeeee”. Entonces, entre lágrimas, cerraba la ventana para no escucharlo.
Pero este invierno las cosas cambiaron gracias a los virus. Desde finales de noviembre, una combinación de gripe-gastroenteritis-gripe-gastroenteritis, nos tenía a los cuatro secuestrados. Los días de enfermedad se sucedían y se alargaban en semanas. La gran mayoría de los días, me los traía a mi cama tras unos mil paseos nocturnos. Hasta que una noche, justo antes de dormir, uno de mis mellizos dijo “cuna pequeña noooo, nene dormir cuna grande de mamá”. ¿¿¿Cuna grande de mamá??? Dios mío, debe de tener más de 42ºC de fiebre, hay que ir a urgencias YAAAAA! Pero su frente estaba fresca y parecía que no deliraba. Así que le metí en mi cama a dormir. Eso sí, apagué la luz y me marché no vaya a ser que fuese tentar demasiado a la diosa Fortuna. Su hermano mellizo decidió que él seguía en su cuna pero como a la hora oí, pom... paso, paso, paso, jijijiji. Cuando subí a la habitación me los encontré a los dos en mi cama durmiendo con una sonrisa de oreja a oreja. Abrí la ventana para escuchar pero no había viento, sólo un lamento. Algo así como "nooooooo, asiiiii nooooo". Qué raro.
Desde aquel día mis hijos han decidido que sus cunas son un lugar ideal para guardar todo tipo de juguetes, pero que para dormir, no hay nada como la cama de mamá. Incluso han ideado un sistema de rotación para que cada uno pase una noche al lado de mamá, la siguiente al lado de papá.
Cada noche cuando me voy a dormir, abrazo a mis dos hijos mientras mi marido y yo entrelazamos las manos por encima de ellos. Entonces siento el amor corriendo por nuestras manos. El círculo está completo.
Eso sí, desde que mis hijos duermen con nosotros, el viento ha cambiado. Ahora suena como un llanto desconsolado que viene de Barcelona y que tras muchas horas de llorar y decir “nooooo, a vuestra cuna, con el osito Pepito a dormir, con mamá nooooo, leed mi libro”, se para. Entonces cada noche, con una sonrisa, cierro la ventana para no escucharlo.
Hijos mios, gracias por elegirme como mamá. Os quiero con toda el alma :)
Una historia preciosa Miriam, gracias por compartirla.
ResponderEliminarY por cierto, no sabes lo que te admiro la paciencia de haber esperado a que ellos mismos decidieran cambiarse a la cuna grande de Mamá. Toda una muestra de educación con respeto.
Un beso chata
Pfff,como para obligarlos, menudos son ;)jeje.
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