Ese niño que llega al mundo, que recién despierta a vida, viene con todo su potencial como ser humano, pero para poder desarrollarse y realizarse como persona, necesitará de comunidad. La familia será la primera comunidad educativa con la que vivirá, para después ir agrandándose y abriéndose a otras comunidades más amplias.
Entre todas las opciones posibles con las que los padres se van a encontrar, os hablaré de aquella que queramos o no, es la más extendida y practicada por el conjunto de padres, dadas sus necesidades socio- laborales, y el escaso apoyo que los gobiernos en este país, ofrecen a la crianza de los hijos: la escuela infantil y de cómo podemos hacer que este momento sea lo menos doloroso posible para nuestros hijos.
El momento de adaptación a la escuela se va a caracterizar por el conjunto de emociones que el niño va a vivir, fruto la separación con lo más preciado para él, que es la figura de la madre. Dependerá mucho de cómo se produzca que el niño la supere con éxito, con resignación o con frustración.
Algunas investigaciones psicológicas sobre respuestas de los niños en la vida diaria, durante separaciones que
duraban desde un par de horas hasta un día en los jardines de infancia dieron como resultado que:
1. Los niños rápidamente detectaban la ausencia de la madre y mostraban cierto desasosiego y preocupación que iba desde la ansiedad hasta la angustia intensa. Paralelamente dejaban de jugar completamente o casi completamente.
2. Los niños no se reponían rápidamente después del encuentro con la madre.
3. Muchos niños mostraban reacciones de enfado por haberlos dejado solos.
4. En general los niños mostraban mayores signos de estrés que las niñas.
De aquí surgió la recomendación de que en la medida lo posible, los niños no ingresaran en el Jardín de Infancia antes de los tres años, o de que en caso de que esto sucediera, se prestara atención a los síntomas que pudieran surgir o, lo que es más importante aún, a la ausencia de síntomas.
Existe el prejuicio cada vez más extendido de que los niños/as de entre dos y tres años no deberían llorar, ni resistirse frente a la partida de su madre y que si lo hacen, esto indica que la madre los malcría o los sobreprotege. Al contrario de lo que habitualmente se piensa, lo normal es que el niño/a proteste, llore, grite y se resista enérgicamente a cualquier tipo de separación durante los primeros tres años de vida, y que la pronta aceptación por parte del niño de la partida de la madre puede hacernos sospechar que existe alguna patología en el vínculo.
Otras investigaciones médicas han desvelado en los últimos años, cómo el desarrollo de las sinapsis neuronales dependen de la calidad de las relaciones afectivas del bebé con su entorno, que éste desarrollo cerebral se produce en los primeros años de vida (sobre los 3 años debe haberse desarrollado en un 70-80%), y que las graves carencias afectivas en estos primeros años producen alteraciones graves en el desarrollo biológico del cerebro del niño en manera parecida, a como las graves carencias dietéticas producen perturbaciones importantes e irreparables en el desarrollo somático,... que incluso una vez desarrollada la masa cerebral y establecidas las sinapsis neuronales la eficacia de la comunicación bioeléctrica y bioquímica entre ellas, fundamento de la actividad cerebral, está regulada por la producción hormonal que depende en buena medida de los estímulos y el ambiente afectivo. La alimentación y los cuidados higiénicos hacen posible el desarrollo en lo corporal del bebé. El clima afectivo hace posible la aparición, desarrollo y funcionamiento de las estructuras biológicas que sostienen la estructura psíquica del individuo.
Con todo ello, tendría que estar claro que cualquier tipo de escolarización anterior a los tres años, debería darse solo en caso de necesidad, y que al mismo tiempo se tendrían que dar las condiciones en la escuela para que el niño encontrara un clima cálido y sereno en el que fundamentar su seguridad afectiva.
El cuidar cómo se va a dar este proceso de adaptación en la escuela es una tarea que no podemos, pues, dejar de lado tanto padres como educadores. y en la que el trabajo conjunto familia-escuela se hace prioritario, debiéndose considerar como fundamental.
La familia en la medida de lo posible debería de buscar fórmulas que ayuden al niño a acoplarse a las exigencias de este periodo y no descargar todo el esfuerzo necesario en el niño y en los educadores. Esto puede conseguirse mediante la reducción en el tiempo de estancia en la escuela, así como con la presencia de los padres (al menos uno de ellos o algún familiar muy cercano) en la escuela, hasta que el niño/a diera signos de confianza con la educadora. Las escuelas infantiles deberían ofrecer la posibilidad a los padres de acompañar a sus hijos en la formación de nuevos lazos afectivos, que le permitan vivir la separación cuando ya el niño haya estructurado nuevas relaciones con sus educadoras, que le sean satisfactorias. Este hecho es una de las estrategias más eficaces con las que los bebés de 0-6 años podrían contar si la escuela fuera realmente la casa de los niños, ése lugar que los adultos creamos pensando sólo en ellos. Todos deberíamos luchar porque este hecho fuera una realidad, el derecho lo tienen nuestros hijos, el deber nosotros, padres, educadores y sociedad en general.
Bowlby decía que: "Ser un padre exitoso implica un duro trabajo. Cuidar a un bebé o a un niño que empieza a caminar es un trabajo de veinticuatro horas diarias, durante los siete días de la semana. Actualmente para la gente esta es una verdad desagradable. Dedicarles tiempo y atención a los niños significa sacrificar otros intereses y actividades... Diversos estudios indican que los adolescentes y adultos jóvenes, sanos, felices y seguros de sí mismos son el producto de hogares estables en los que ambos padres dedican gran cantidad de tiempo y atención a los hijos... Por razones políticas y económicas diversas la sociedad no les brinda a los padres esta posibilidad"
Amparo Romero. Coordinadora de la Escuela Infantil Ocaive
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