12 de marzo de 2011

Vínculo afectivo materno-filial en la primera infancia y teoría del attachment

 
LAS SEPARACIONES TEMPRANAS

INTRODUCCIÓN

La teoría del attachment es, a nuestro juicio, el cuerpo de conocimiento cuyas conceptualizaciones nos parecen más rigurosas, prometedoras y fructíferas para comprender el desarrollo socio-emocional de los niños. Nos permite seguir de cerca el desarrollo de sus vínculos afectivos desde el nacimiento en adelante y cómo éstos juegan un rol fundamental en la explicación de por qué algunos niños crecen felices y seguros de sí mismos, otros ansiosos y deprimidos y otros fríos, agresivos y antisociales.

Las investigaciones empíricas que avalan estas afirmaciones han permitido al mismo tiempo un desarrollo y un enriquecimiento de las elaboraciones teóricas referentes a la comprensión de la psicopatología del niño y del adulto y la de sus relaciones personales.

Entendemos por attachment el vínculo afectivo que une una persona a otra específica, claramente diferenciada y preferida, vivida como más fuerte y protectora, y que las mantiene unidas a lo largo del tiempo. Un individuo puede estar vinculado (attached) a más de una persona, pero siempre se trata de un número pequeño de personas, nunca a muchas.

El vínculo que une el bebé a su madre es un attachment, siendo esta unión una conducta de tipo instintivo, surgida en el curso de la evolución de la especie, por su innegable valor de supervivencia (en términos darwinianos).

Para poder mantener el attachment el individuo se encuentran unido del comportamiento de attachment (attachment behavior), entendiéndose por esto toda forma de conducta que tiene como resultado previsible el que un individuo obtenga o se mantenga en proximidad de otro individuo claramente diferenciado, preferido y protector. Estas conductas, como toda conducta instintiva, se mediatizan a través de sistemas comportamentales.1 La puesta en marcha de estos sistemas comportamentales va acompañada de intensas emociones que surgen durante la formación, el mantenimiento, la ruptura o la renovación de un vínculo calificado como attachment.

Es precisamente la ruptura del vínculo materno-filial la que dio inicio a las observaciones e investigaciones que finalmente desembocaron en la creación de esta teoría.

El efecto de las separaciones, y en especial de la separación de la madre en niños pequeños, comenzó a ser estudiado en forma sistemática a partir de la Segunda Guerra Mundial, cuando Europa en particular y el mundo en general vivían y sufrían los efectos de la guerra, con el consecuente cuadro desolador de los campos de niños huérfanos y sin familia que se extendían por Inglaterra y el Continente.

Las consecuencias de las separaciones tempranas, ya sea temporarias como definitivas, sobre el desarrollo de la personalidad se pueden observar, en el corto plazo, a través de cambios inmediatos en la conducta de los chicos, que luego describiremos, o más tardíamente en el largo plazo, a través de alteraciones emocionales que perturban definitivamente el funcionamiento de la personalidad en los adultos.

El rol de las separaciones tempranas

A nuestro juicio, gran parte de la psicopatología puede ser comprendida como la psicopatología de las vicisitudes de los vínculos afectivos tempranos y posteriores de un individuo. Las separaciones tempranas, por sus efectos distorsionadores de primeros vínculos, son un agente provocador de patología psicológica que es menester tomar en consideración. La conciencia que existía en la sociedad del efecto de las separaciones tempranas para el futuro desarrollo del niño ha ido atenúandose desde la Segunda Guerra Mundial hasta hoy en día, en que esos acontecimientos parecen ya lejanos, con la subsiguiente consecuencia de que éstos tienden a no ser suficientemente tomados en cuenta y sus enseñanzas a ser desoídas.

Durante la década 1940-1950 muchos investigadores, entre ellos destacamos a Anna Freud,6,7 Dorothy Burlingham,8 James Robertson,9 Heinicke y Westheimer,10 describieron las dificultades que se encontraban en la crianza de los niños separados de sus madres y diseñaron investigaciones para estudiar el problema en forma sistemática. En la misma época, Spitz11 publicaba sus estudios sobre las características de los niños de pocos meses abandonados por sus madres, criados en instituciones sin ninguna figura materna, ni siquiera sustituta.

Los efectos de las separaciones se habían comenzado a observar ya durante la guerra, cuando el padre de familia era llamado al combate y la madre quedaba sola al cuidado de los hijos, por lo tanto muy frecuentemente los niños debían quedar al cuidado de otra persona. De modo que, en los países intervinientes en la Segunda Guerra Mundial, se pudieron ver, estudiar y sufrir los devastadores efectos de las separaciones parento-filiales en niños pequeños.

En 1954 Bowlby12 a partir del resultado de estas investigaciones, en su informe para la OMS recomienda: “Es esencial para la salud mental que el bebé y el niño pequeño tengan una relación íntima, cálida y continua con su madre en la que los dos encuentren alegría y satisfacción” .

Por lo tanto, las separaciones temporarias que algunos niños sufren, generalmente por causa de fuerza mayor, fueron tomadas por Bowlby como el paradigma del estudio de campo para la observación de los efectos de éstas sobre los niños en su primera infancia.

Separaciones temporales

Bowlby1 y Robertson9 describieron una secuencia de tres fases en la conducta de niños de entre quince y treinta meses de edad, criados por sus madres en forma exclusiva y que por primera vez debían temporariamente separarse de ellas y pasar un período en una institución.

Estas tres fases son las siguientes:

Fase 1: de protesta
Fase 2: de desesperación
Fase 3: de desapego

Fase de protesta: La fase inicial de protesta se inicia a poco de partir la madre y dura desde unas pocas horas hasta una semana aproximadamente.

Durante esta fase el niño está ansioso, nervioso, excitado, llora intensa, larga y fuertemente, golpea y sacude su cuna, busca a su madre, tiene expectativas de que vuelva pronto, pregunta por ella y se niega a recibir ayuda o consuelo de otras mujeres que se le acerquen, rechazándolas. Cuanto mejor la relación con su madre, mayor el grado de ansiedad que el niño muestra en esta etapa; la ausencia de la etapa de protesta es indicadora de una relación insatisfactoria previa con la madre.

Fase de desesperación: Durante esta fase su excitación psicomotriz empieza a disminuir, llora con menos intensidad, en forma más monótona, está distante e inactivo y su conducta sugiere desesperanza, empieza a dudar de que su madre vaya a volver.

Nada le interesa, no se conecta con el medio que lo rodea y se pasea de acá para allá sin objetivos, como sintiéndose profundamente deprimido.

Fase de desapego: En esta fase desaparece la excitación psicomotriz, el chico deja de llorar y empieza nuevamente a interesarse por el medio que lo rodea; parece como si se estuviera recuperando. Ya no rechaza a las enfermeras u otras personas desconocidas a su cargo: acepta sus cuidados, la comida y los juguetes que le ofrecen y a veces hasta sonríe y está más sociable. Pero cuando la madre viene a visitarlo se encuentra con un niño cambiado, que parece haber perdido todo interés en ella, parece no reconocerla, se mantiene indiferente, apático y distante. Sin embargo, periódicamente se observan sollozos, ataques de agresividad, no desea compartir sus juguetes con los otros niños y los esconde para que no se los quiten.

Si su estadía es suficientemente prolongada, poco a poco puede llegar a perder interés en las personas e interesarse cada vez más en los objetos materiales, juguetes, caramelos y comida. Ya no se lo ve más ansioso frente al cambio de enfermeras, idas y venidas de los padres, ya no hace más caprichos, ya no le tiene más miedo a nadie, ni le importa nadie.

Las reacciones de los niños muestran la influencia que la separación de la madre tiene sobre ellos y los mecanismos psicológicos defensivos que se movilizan para sobreponerse a la pérdida.

Es necesario tener en cuenta que si bien estas tres fases se observan en todos los casos, la duración e intensidad de cada una varía según el ambiente en el que el niño transcurre su período de separación de la madre . Para el bebé es muy diferente si queda al cuidado de un pariente conocido y en su propia casa que si es trasladado a una institución, un hogar para niños, por ejemplo y lo mismo ocurre con la persona o personas destinadas a su cuidado: resulta mucho más traumático para el niño no contar con una figura estable que lo cuide, tal como sucede en los asilos.

Es de notar que el reencuentro posterior con la madre también muestra a un niño alterado emocionalmente y afectado psicológicamente en su relación con la mamá. Reconciliarse con la mamá después de la separación le llevará un tiempo que dependerá de la duración de la separación y de las características del vínculo que previamente tenía con su madre.

La vuelta a casa

Al reencontrarse con la madre por primera vez, después de un período de días o semanas de alejamiento, todos los chicos muestran algún grado de desapego más o menos duradero; en general, en concordancia con la duración de la separación.

Algunos no la reconocen, otros se alejan, otros se muestran asustados o inexpresivos.

Después de la primera etapa de desapego, viene una etapa en que los niños se muestran marcadamente ambivalentes hacia sus padres: se muestran caprichosos, díscolos, exigentes, pegotes, desobedientes, a veces desafiantes y hostiles y lloran amargamente cuando la madre se va, muy atemorizados de que el abandono pro-longado vuelva a repetirse, la reciben llorando y a veces enojados por haber sido abandonados una vez más, etc.

Las madres se encuentran con niños muy distintos de los que habían dejado, en cuanto al carácter se refiere. Esta fase puede durar largo tiempo: desde semanas hasta meses, dependiendo, en gran medida, de la actitud de la madre y de su tolerancia a las demandas contradictorias de su niño, y de su relación previa con él. Muchas veces ocurre que el niño parece completamente recuperado y su conducta no muestra diferencias respecto de las de niños que no sufrieron separaciones en la vida diaria, pero frente a situaciones fuera de lo habitual suelen mostrarse más tímidos o ansiosos que el resto de los niños. En este sentido, los efectos de las separaciones tempranas pueden pasar desapercibidos o ser olvidados y volver a observarse sólo tiempo después, a veces cuando el individuo ya es adulto.

Las separaciones cotidianas

Las reacciones de los niños pequeños a las separaciones anteriormente descriptas llamaron la atención de los investigadores y los llevaron a estudiar las respuestas llamativamente similares, aunque menos intensas, observables en la vida diaria, durante separaciones que duraban desde un par de horas hasta un día.

Se tomó como objeto de estudio el ingreso al jardín de infantes o la concurrencia a un centro que investiga las separaciones cotidianas. Además, con el objeto de tener evaluaciones confiables en esta suerte de microanálisis de las relaciones tempranas entre el bebé y su madre, se vio la necesidad de idear pruebas para examinar estas respuestas.

De estas investigaciones y de las de separaciones brevísimas en un ambiente experimental13,14 se arriba a las siguientes conclusiones:


a) Los niños rápidamente detectan la ausencia de la madre y muestran cierto desasosiego y preocupación que va desde la ansiedad hasta la angustia intensa. Paralelamente dejan de jugar completamente o casi completamente.

b) Los niños no se reponen rápidamente después de la reunión con la madre.

c) Muchos niños muestran reacciones de enojo por haber sido dejado solos

d) En general los varones muestran mayores signos de estrés que las nenas.

e) Los chicos quedan sensibilizados frente a la situación experimental de separación, puesto que si el experimento se repite reaccionan con más intensidad.

De aquí surge la recomendación que, en la medida de lo posible, los niños no ingresen al jardín de infantes antes de los tres años o que, en caso de que esto suceda, se preste atención a los síntomas que puedan surgir o, lo que es más importante aún, a la ausencia de síntomas.

Existe el prejuicio de que un chico normal de entre dos y tres años no debería llorar ni resistirse frente a la partida de su madre y que si lo hace, esto indica que la madre lo malcría o lo sobreprotege.

Volvemos a insistir en que, contrariamente a lo que habitualmente se piensa, lo normal es que el bebé proteste , llore, grite y se resista enérgicamente a cualquier tipo de separación durante los primeros tres años de vida y que la pronta aceptación por parte del niño de la partida de la madre debe hacernos sospechar que existe patología en el vínculo.

De las pruebas que se han ideado para estudiar la reacción de los niños frente a las separaciones, el de la Strange Situation de Mary Ainsworth13 es considerado de gran valor diagnóstico, a punto tal que hoy en día se usa en la clínica de niños para evaluar la calidad del vínculo entre ellos y sus madres a los 12 meses de vida.

Se distinguen dos tipos de separaciones parento-filiales: las físicas y las emocionales; estas últimas de por sí merecen ser tratadas en forma especial y exceden los límites de este trabajo. Llamamos separaciones físicas a aquéllas en las que por cualquier causa (enfermedad, viaje, muerte) el niño está físicamente separado de sus padres por un tiempo variable (entre 24 horas y varios días). Denominamos separaciones emocionales  o mejor sería llamarlas socio-emocionales a aquéllas donde existe separación física, pero se verifican ciertos parámetros observables de desconexión psicológica de la madre con el bebé.

La separación física de los padres significa un importante estrés psicológico para los niños pequeños, muchas veces con consecuencias para el desarrollo de su futura personalidad. Pero no sólo la separación física, sino también la falta de contacto emocional y afectivo profundo puede dejar severas huellas en el niño. Una madre emocionalmente ausente debido a la causa que fuere: depresión, preocupación por otras cuestiones ya sea económicas, de enfermedad, afectivas, también es un factor de estrés en la crianza de ese niño.

Mucha de la psicopatología que hoy en día observamos, en niños y en adultos, está relacionada con la problemática del abandono espiritual-socio-emocional de los niños; por ejemplo: delincuencia, psicopatía, trastornos psico-somáticos, ataques de pánico, fobias, depresiones, etc., que cada vez son un motivo más frecuente de consulta al médico en general y al psiquiatra. El interés desmedido por los bienes materiales, la insaciable ansia de poder, la codicia, tan frecuentemente observados en nuestra sociedad actual, objeto de gran preocupación de filósofos y pensadores, muchas veces remite a la fase de desapego antes mencionada.

Hoy en día se sabe que la psicopatología puede ser entendida desde el punto de vista de las vicisitudes de los vínculos afectivos de un individuo desde la infancia hasta la adultez. La psicopatología del miedo y la ansiedad crónicas15 son un ejemplo de esto, siendo derivadas de separaciones o amenazas de separación de las figuras amadas.

Por fin concluimos junto con Bowlby16 que: “ Ser un padre exitoso implica un duro trabajo. Cuidar a un bebé o a un niño que empieza a caminar es un trabajo de veinticuatro horas diarias, durante los siete días de la semana… Actualmente para la gente ésta es una verdad desagradable. Dedicarles tiempo y atención a los niños significa sacrificar otros intereses y actividades… Diversos estudios indican que los adolescentes y adultos jóvenes, sanos, felices y seguros de sí mismos son el producto de hogares estables en los que ambos padres dedican gran cantidad de tiempo y atención a los hijos… Por razones políticas y económicas diversas la sociedad no les brinda a los padres esta posibilidad ”.

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