Mejora las relaciones con tus hijos: escúchalos
Cuando la comunicación con los hijos es abierta, frecuente y satisfactoria para ambas partes, existen altas probabilidades de que las relaciones, en general, sean positivas. Si las líneas de comunicación funcionan en aspectos como los estudios, los deportes y los pequeños detalles del día a día, será sencillo mantener abiertas las vías para hablar sobre asuntos más difíciles, como los sentimientos, las preocupaciones, las dificultades y los desacuerdos. Así, resultará menos probable que se acumulen tensiones y malos entendidos. Uno de los problemas que aquejan a las familias de hoy es la escasa comunicación, situación que en gran parte es provocada por los padres, quienes parecen estar “muy ocupados” cuando los hijos quieren decirles algo.
Hay estudios que reportan que los padres dedican muy poco tiempo a platicar con los hijos y que, cuando lo hacen, se muestran tan poco interesados, que el mensaje que transmiten es: “Apúrate, que tengo cosas más importantes qué hacer que hablar contigo”. Cuando esos comportamientos se han repetido en múltiples ocasiones, no es de extrañar que los hijos sean los menos interesados en buscar a sus padres para hablar de aquello que realmente les importa.
Por otra parte, si a pesar de que los padres se esfuerzan por favorecer la comunicación, los hijos parecen evadir las oportunidades de platicar, o tratan de llegar rápidamente al final de la conversación contestando con monosílabos, los padres, en vez de “tirar la toalla”, deben estar conscientes de que la conversación y el diálogo con los hijos no dependen tanto de utilizar determinadas técnicas, sino de cultivar una buena relación. Es en este aspecto donde tienen que trabajar.
¿Qué hacer cuando, no obstante lo que se haga, los hijos casi no hablan con sus padres? Más que forzarlos a hablar a través de “interrogatorios”, confrontaciones o reclamos, la estrategia debe enfocarse a “cazar” las oportunidades. ¿Cómo? Algunas formas de lograrlo sería buscar actividades qué hacer junto con los hijos, encontrar los momentos adecuados para provocar que la conversación se dirija a lo que a ellos les interesa, cambiar la manera de hacer preguntas y en vez de decir: “¿Cómo te fue hoy?”, a lo que con frecuencia se responde con un: “Bien”, probar el enfoque de: “Platícame dos cosas interesantes o diferentes que hiciste hoy”. Pero la manera por excelencia de motivar la comunicación es escuchar, concentrarse en lo poco o mucho que el hijo o la hija tengan que decir y evitar convertir en sermones, regaños o críticas los momentos en que ellos han decidido hablar. Cuando alguien se encuentra en un problema o necesita un consejo, ¿a quién acude? ¿A quién le va a responder con un regaño? ¿A quién le va a tratar de imponer sus puntos de vista? Desde luego que no. Indudablemente, acudirá a quien tenga un oído “bien afinado”, dispuesto a escuchar.
Escuchar es todo un arte, pues la verdadera escucha no se limita a oír, sino que implica involucrarse realmente con la otra persona, para percibir lo que no dicen sus palabras, para entrar en “sintonía” con sus sentimientos y preocupaciones, para captar lo que expresan su tono de voz, su expresión facial y su lenguaje no verbal. Goleman reporta que “quienes no pueden o no saben escuchar, dan la impresión de ser indiferentes o insensibles, lo cual, a su vez, torna menos comunicativa a la otra persona ”. Por otra parte, en la revista “Annals of Internal Medicine”, se afirma lo siguiente: “Los médicos que no escucha n, son objeto de más demandas, al menos en Estados Unidos… Los médicos más capaces de reconocer las emociones de sus pacientes, son más efectivos en el tratamiento, porque se toman tiempo para explicar, para reír y bromear, para pedirles su opinión y verificar que hayan comprendido, con lo que los alientan a hablar.” ¿No se podría aplicar esto mismo a la relación entre padres e hijos?
Escuchar implica hacer sentir a la otra persona que estamos poniendo toda nuestra atención, que nos mantenemos abiertos y dispuestos a recibir lo que nos quiere transmitir, que en ese momento nada es más importante que lo que la otra persona quiere comunicarnos. Seguramente todos hemos experimentado que para estar dispuestos a abrirnos a los demás necesitamos sentirnos escuchados, ya que cuando los demás nos prestan atención y nos toman en cuenta, nos sentimos valorados y eso nos motiva a hablar. No hay duda del impacto positivo que la habilidad para escuchar tiene en las relaciones entre las personas. Por lo mismo, vale la pena tener presentes algunos de los ingredientes que nos ayudarán a desarrollar nuestra habilidad para escuchar:
Escuchar con toda nuestra persona: Esto significa enfocarse en lo que el hijo está diciendo, poniendo en ello toda nuestra atención; evitar, mientras escuchamos, realizar cualquier otra actividad que dé la impresión de que le estamos restando importancia a lo que el hijo nos quiere comunicar; y evitar estar pensando en lo que se va a contestar, en vez de concentrarnos en lo que el hijo trata de decir.
Hacer contacto visual: Al mirar al hijo a los ojos le estamos demostrando interés y atención y, al mismo tiempo, estamos creando las condiciones adecuadas para percibir esas pequeñas señales que no se convierten en palabras, pero que transmiten más información que las palabras mismas.
Reconocer y aceptar los sentimientos. Si el hijo o la hija están tristes, preocupados o se sienten heridos, es necesario sintonizarnos con ellos, demostrarles empatía y tratar de comprender sus sentimientos, en lugar de ignorar esos sentimientos diciendo frases como: “no te preocupes, no es para tanto”.
Evitar interrumpir constantemente con preguntas o comentarios: Es indispensable mostrar interés en lo que nos dicen, tratar de comprender lo que nos quieren transmitir y esperar a que el hijo termine de expresar lo que quiere, antes de intervenir nosotros con preguntas.
Verificar la comprensión: Una vez que el hijo ha trasmitido su mensaje, decir, por ejemplo : “Quiero asegurarme de que te entendí” y luego hacer un resumen de lo que hemos captado, y pedirle al hijo o a la hija que si algo faltó o se interpretó mal nos lo hagan saber. Con este tipo de acciones demostramos que realmente nos importa lo que nos han dicho y damos oportunidad para corregir cualquier error de interpretación.
Las personas, pero sobre todo los jóvenes, solamente se abren cuando sienten que no hay amenazas, cuando saben que nadie va a burlarse de ellos y que va a tomárseles en cuenta sin juzgarlos, cuando sienten que hay receptividad y apertura por parte de su interlocutor. Mejora las relaciones con tus hijos: ¡escúchalos!
Jorge Zuloaga
Cuando la comunicación con los hijos es abierta, frecuente y satisfactoria para ambas partes, existen altas probabilidades de que las relaciones, en general, sean positivas. Si las líneas de comunicación funcionan en aspectos como los estudios, los deportes y los pequeños detalles del día a día, será sencillo mantener abiertas las vías para hablar sobre asuntos más difíciles, como los sentimientos, las preocupaciones, las dificultades y los desacuerdos. Así, resultará menos probable que se acumulen tensiones y malos entendidos. Uno de los problemas que aquejan a las familias de hoy es la escasa comunicación, situación que en gran parte es provocada por los padres, quienes parecen estar “muy ocupados” cuando los hijos quieren decirles algo.
Hay estudios que reportan que los padres dedican muy poco tiempo a platicar con los hijos y que, cuando lo hacen, se muestran tan poco interesados, que el mensaje que transmiten es: “Apúrate, que tengo cosas más importantes qué hacer que hablar contigo”. Cuando esos comportamientos se han repetido en múltiples ocasiones, no es de extrañar que los hijos sean los menos interesados en buscar a sus padres para hablar de aquello que realmente les importa.
Por otra parte, si a pesar de que los padres se esfuerzan por favorecer la comunicación, los hijos parecen evadir las oportunidades de platicar, o tratan de llegar rápidamente al final de la conversación contestando con monosílabos, los padres, en vez de “tirar la toalla”, deben estar conscientes de que la conversación y el diálogo con los hijos no dependen tanto de utilizar determinadas técnicas, sino de cultivar una buena relación. Es en este aspecto donde tienen que trabajar.
¿Qué hacer cuando, no obstante lo que se haga, los hijos casi no hablan con sus padres? Más que forzarlos a hablar a través de “interrogatorios”, confrontaciones o reclamos, la estrategia debe enfocarse a “cazar” las oportunidades. ¿Cómo? Algunas formas de lograrlo sería buscar actividades qué hacer junto con los hijos, encontrar los momentos adecuados para provocar que la conversación se dirija a lo que a ellos les interesa, cambiar la manera de hacer preguntas y en vez de decir: “¿Cómo te fue hoy?”, a lo que con frecuencia se responde con un: “Bien”, probar el enfoque de: “Platícame dos cosas interesantes o diferentes que hiciste hoy”. Pero la manera por excelencia de motivar la comunicación es escuchar, concentrarse en lo poco o mucho que el hijo o la hija tengan que decir y evitar convertir en sermones, regaños o críticas los momentos en que ellos han decidido hablar. Cuando alguien se encuentra en un problema o necesita un consejo, ¿a quién acude? ¿A quién le va a responder con un regaño? ¿A quién le va a tratar de imponer sus puntos de vista? Desde luego que no. Indudablemente, acudirá a quien tenga un oído “bien afinado”, dispuesto a escuchar.
Escuchar es todo un arte, pues la verdadera escucha no se limita a oír, sino que implica involucrarse realmente con la otra persona, para percibir lo que no dicen sus palabras, para entrar en “sintonía” con sus sentimientos y preocupaciones, para captar lo que expresan su tono de voz, su expresión facial y su lenguaje no verbal. Goleman reporta que “quienes no pueden o no saben escuchar, dan la impresión de ser indiferentes o insensibles, lo cual, a su vez, torna menos comunicativa a la otra persona ”. Por otra parte, en la revista “Annals of Internal Medicine”, se afirma lo siguiente: “Los médicos que no escucha n, son objeto de más demandas, al menos en Estados Unidos… Los médicos más capaces de reconocer las emociones de sus pacientes, son más efectivos en el tratamiento, porque se toman tiempo para explicar, para reír y bromear, para pedirles su opinión y verificar que hayan comprendido, con lo que los alientan a hablar.” ¿No se podría aplicar esto mismo a la relación entre padres e hijos?
Escuchar implica hacer sentir a la otra persona que estamos poniendo toda nuestra atención, que nos mantenemos abiertos y dispuestos a recibir lo que nos quiere transmitir, que en ese momento nada es más importante que lo que la otra persona quiere comunicarnos. Seguramente todos hemos experimentado que para estar dispuestos a abrirnos a los demás necesitamos sentirnos escuchados, ya que cuando los demás nos prestan atención y nos toman en cuenta, nos sentimos valorados y eso nos motiva a hablar. No hay duda del impacto positivo que la habilidad para escuchar tiene en las relaciones entre las personas. Por lo mismo, vale la pena tener presentes algunos de los ingredientes que nos ayudarán a desarrollar nuestra habilidad para escuchar:
Escuchar con toda nuestra persona: Esto significa enfocarse en lo que el hijo está diciendo, poniendo en ello toda nuestra atención; evitar, mientras escuchamos, realizar cualquier otra actividad que dé la impresión de que le estamos restando importancia a lo que el hijo nos quiere comunicar; y evitar estar pensando en lo que se va a contestar, en vez de concentrarnos en lo que el hijo trata de decir.
Hacer contacto visual: Al mirar al hijo a los ojos le estamos demostrando interés y atención y, al mismo tiempo, estamos creando las condiciones adecuadas para percibir esas pequeñas señales que no se convierten en palabras, pero que transmiten más información que las palabras mismas.
Reconocer y aceptar los sentimientos. Si el hijo o la hija están tristes, preocupados o se sienten heridos, es necesario sintonizarnos con ellos, demostrarles empatía y tratar de comprender sus sentimientos, en lugar de ignorar esos sentimientos diciendo frases como: “no te preocupes, no es para tanto”.
Evitar interrumpir constantemente con preguntas o comentarios: Es indispensable mostrar interés en lo que nos dicen, tratar de comprender lo que nos quieren transmitir y esperar a que el hijo termine de expresar lo que quiere, antes de intervenir nosotros con preguntas.
Verificar la comprensión: Una vez que el hijo ha trasmitido su mensaje, decir, por ejemplo : “Quiero asegurarme de que te entendí” y luego hacer un resumen de lo que hemos captado, y pedirle al hijo o a la hija que si algo faltó o se interpretó mal nos lo hagan saber. Con este tipo de acciones demostramos que realmente nos importa lo que nos han dicho y damos oportunidad para corregir cualquier error de interpretación.
Las personas, pero sobre todo los jóvenes, solamente se abren cuando sienten que no hay amenazas, cuando saben que nadie va a burlarse de ellos y que va a tomárseles en cuenta sin juzgarlos, cuando sienten que hay receptividad y apertura por parte de su interlocutor. Mejora las relaciones con tus hijos: ¡escúchalos!
Jorge Zuloaga
HOla me encanta tu blog; siempre lo leo! queria invitarte si no te parece mal a visitar mi blog, http://experienciasdeunamadrepikler.blogspot.com/
ResponderEliminarEs un metodo algo asi como una mirada respetudas de EMMI PIKLER de una forma de crianza que a mi con mis mellizos me ha dado mucho resultado...Saludos,
LUcre
Muchas gracias Lucre :) Por supuesto que nos pasaremos a echarle un vistazo :)
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