16 de agosto de 2010

El niño de dos años y medio a cinco

Aprender a comportarse

A los adultos les resulta muy difícil convivir con los niños. De hecho, la verdadera razón por la que todo el mundo se muestra tan interesado por la disciplina al principio de la infancia no es porque los niños pequeños sean tan malos, sino porque el mundo de los adultos los encuentra agotadores. Los niños son ruidosos, sucios, desarreglados, olvidadizos, descuidados, consumen tiempo, son exigentes y siempre están presentes. A diferencia de las visitas que se quedan más tiempo, nunca se marchan de casa. No se les puede aparcar en una estantería durante unas semanas cuando se tiene un trabajo extra o
una afición absorbente; ni siquiera se los puede ignorar, como pasa con los animales de compañía mientras se tumba el domingo a tomar el sol, porque tienen la infalible capacidad para hacer que los adultos se sientan culpables. Los rasgos de culpabilidad que provocan los niños son peores que los cuencos de cereales volcados sobre el suelo, los amigos mordidos o las paredes rayadas con pintalabios. Amar a los niños (como hacen casi todos los padres) magnifica el dolor que producen, así como el placer. Amados dificulta incluso el admitir que a veces son un verdadero fastidio.

Es importante poder admitido, al menos para sí misma y preferiblemente también ante su pareja o ante otra madre o padre.

Todos tenemos días en los que escuchamos nuestras propias e incordiantes voces diciendo continuamente «No», «Ya basta», «No hagas eso» y en los que también escuchamos los sombríos silencios que se producen entre los estallidos. Todos pasamos por momentos en que apartamos a los niños de los objetos, o los objetos de los niños con un poco más de la fuerza necesaria, en los que tratamos a nuestros hijos de formas que recordamos de nuestra propia infancia y que juramos evitar, y en los que odiamos a esos niños por hacermos tan odiosos. Ayuda el saber que ésas son cosas que les suceden a todos los padres y ser conscientes de que no están causadas por delitos específicos de los niños, sino por una irritación general con su naturaleza infantil. Y ayuda a sus hijos porque si no pueden ser infantiles a los dos o a los cuatro años, ¿cuándo podrán serlo? La ayuda a usted al impedirle llegar a la conclusión de que sus hijos son especialmente desobedientes, indisciplinados y malcriados, echándose por tanto sobre sí la culpa por considerarse una mala madre o un mal padre, que es la mayor trampa de la culpabilidad. Y recuerda a todo aquel que entre en contacto con su hijo que no le aplique una etiqueta como niño problemático, que tan fácilmente se convierte en una profecía que se cumple a sí misma. Dígale a un niño que es sucio y malhablado y él procurará ponerse a la altura de esa imagen, porque probablemente la compartirá y hará que también la compartan sus maestras en la escuela. Pero aténgase a la verdad de los hechos: que es muy pequeño, que la vida en familia resulta a veces difícil, que no es usted una persona perfecta y que no debería esperar serlo, y las cosas irán mejorando.

Puede estar segura porque lo único seguro es que, a medida que pase el tiempo, su hijo se hará mayor.

La socialización que preocupa a padres y niños, que los transforma de bebés en niños muy pequeños, se centra en el dominio de sus propios impulsos y cuerpos y, en consecuencia, en el control de sí mismos dentro de los confines familiares del hogar o del cuidado diario y en relación con los miembros de la familia y las cuidadoras a las que ama. Una vez que los niños han alcanzado suficiente autonomía de ese tipo y están preparados para entrar en la infancia, ya estarán listos para salir de ese pequeño círculo. A partir de ahora, el niño necesitará cada vez más del mundo externo en el que se halla situado el hogar y, en consecuencia, es ahora cuando tiene que empezar a comportarse de formas que le permitan ser aceptado por personas no pertenecientes a la familia. Cada sociedad cuenta con innumerables expectativas con respecto al comportamiento de diferentes personas bajo circunstancias distintas, y nadie esperará que un niño de tres años las satisfaga todas al mismo tiempo. A pesar de todo, estos años de la primera infancia son el período ideal para reconciliarse con lo que se esperará de ellos en el futuro, así como para practicar los comportamientos que constituyen una prioridad social en estos momentos.

Los niños pequeños aprenderán casi cualquier cosa que los adultos traten de enseñarles porque desean saberlo todo. Desean saber, particularmente, cómo comportarse porque quieren ser como ustedes y complacerlos. Procuren que el proceso no se vea afectado por una palabra de carga tan pesada como «disciplina», con todos sus espectros relacionados, como la «desobediencia» y la «falta de sinceridad». Ese proceso debería ser siempre interesante y a menudo agradable, tanto para usted como para el niño.

Si les gusta su hijo, y si además de amado se sienten complacidos por haber realizado hasta el momento un buen trabajo como padres, quizá puedan pasar por su infancia sin pensar siquiera en la «disciplina». Si pueden hacerlo así, háganlo. La ausencia de reglas y normas en el hogar no significa que sean ustedes negligentes. Su hijo experimenta distintos estados de ánimo y ustedes también. El niño comete equivocaciones, como ustedes y a veces hace lo que desea, en lugar de lo que debiera, como todo el mundo. Para poder llevarse bien en la vida, procuren tratarse unos a otros como seres humanos, y es posible que eso sea lo único necesario. Si las cosas funcionan de ese modo, no se moleste en leer este capítulo, destinado únicamente a los millones de padres que necesitan de una seguridad más estructurada con respecto a que sus hijos no se les «escaparán de las manos», o que ya experimentan la sensación de tener algunos problemas con la disciplina.

Los diccionarios definen la palabra como «enseñar reglas y formas de comportamiento mediante la continua repetición y el ejercicio», y a una persona disciplinada como alguien de cuya «obediencia no se duda». Pero no es eso lo que la mayoría de los padres modernos entienden por disciplina. Puede insistirse en la obediencia instantánea y en las buenas maneras formales, comprobar que su hijo se comporta como se le ha dicho y que teme disgustarlos. Pero nada de todo eso ayudará a que se comporte bien, se mantenga a salvo o sea honesto cuando no esté usted presente para decide lo que tiene que hacer.

No va a estar siempre a su lado. Los buenos padres son los que se van apartando lentamente de esa tarea.

Aunque todos los padres experimentan momentos en los que desearían que sus hijos les «obedecieran al instante», de tal modo que decides: «Siéntate y estáte quieto» produjera unos niños quietos y silenciosos, la única clase de disciplina que realmente merece la pena es la auto disciplina que algún día le permitirá hacer y comportarse como debe cuando no haya nadie para decide lo que ha de hacer o incluso observar si no lo hace. Aparte de la necesidad inmediata de mantenerlo a salvo, decirle a un niño lo que debe y no debe hacer sólo es un medio para alcanzar ese fin. Sus continuas exhortaciones e instrucciones sólo son las materias primas, que sólo adquieren valor añadido una vez que él las asume y las convierte en sus propias instrucciones, en parte de su conciencia.

Aprender los rudimentos de la auto disciplina exige mucho más tiempo que los años de la primera infancia. Algunos niños no la adquieren a tiempo para mantenerse firmes a través de los trastornos de la adolescencia. El autocontrol de algunos individuos sigue siendo rudimentario, de tal modo que incluso como adultos nunca pueden confiar del todo en sus propios juicios de valor o control de sus impulsos. Cuando el niño era un bebé usted tuvo que ser él, actuar por él en todas aquellas formas en que no podía hacerlo por sí mismo, y en pensar por él cuando ni siquiera sabía pensar. Al convertirse en un niño pequeño, tuvo usted que combinar el permitirle empezar a ser él mismo con la conservación de un control total sobre su seguridad y aceptabilidad social. Ahora que ya es un niño en edad preescolar, está preparado para empezar a aprender a cuidar de su propia seguridad y aceptabilidad social. Le enseñará a comportarse en innumerables situaciones y circunstancias diferentes y le ayudará a comprender que todas esas formas diferentes de comportamiento se resumen en algunos principios básicos y vitalmente importantes, como la sinceridad o la amabilidad. A medida que-aumente su comprensión, irá usted retirando su control, paso a paso, confiando en que sea él mismo quien aplique los principios aprendidos porque hacerlo así ya no es una cuestión de obedecerle, sino de ser fiel a sí mismo.

«Mostrar» al niño cómo debe comportarse es clave porque el niño imitará el comportamiento que le dé usted con su ejemplo, antes que adaptarse a lo que usted le diga. De hecho, si existiera un vacío de credibilidad entre lo que usted dice y lo que hace, él hará lo que usted haga, al margen de lo que le diga, así que tenga cuidado con las técnicas disciplinarias anticuadas como «devolver el mordisco» a los niños que muerden. El «cómo» también es un concepto importante porque a los niños les resulta mucho más fácil comprender y recordar instrucciones positivas que negativas: es decir, recuerdan mejor lo que deben hacer antes que lo que no deben, y prefieren la acción a la inacción. Procure decirle: «Así» en lugar de «Así no», y decir «Sí» y «Adelante» al menos con la misma frecuencia con la que diga «No» y «Basta».

Cada padre es diferente y desea que sus hijos se comporten de formas, diferentes, pero hay algunas reglas básicas que pueden aplicarse en todos los sistemas de valores:
. «Haz a los demás lo mismo que te gustaría que hicieran contigo.» Su hijo no le ofrecerá mucha más amabilidad, consideración y cooperación de la que usted le ofrezca a él y es muy probable que reproduzca su misma forma de hablar (tanto buena como mala) y muchas de sus mismas actitudes. Aquí no hay estándares dobles. Si usted siempre está demasiado ocupado para ayudarle a resolver un rompecabezas y le grita cuando tropieza accidentalmente con su pie, él no le ayudará a poner la mesa ni le perdonará fácilmente cuando el peine le tire de los cabellos enredados.

Procure recompensar el buen comportamiento y no el malo. Eso parece algo evidente, pero no lo es tanto. Si se lleva al niño de compras y lloriquea pidiendo dulces, quizá decida comprárselos para tener paz. Pero si no llora para pedir los dulces, ¿recibe alguna recompensa agradable, ya sea el;¡ forma de dulces o con una excursión especialmente entretenida en su compañía?
. Recuerde que la atención adulta actúa como una recompensa y que los niños pequeños a menudo prefieren contar con una atención malhumorada, antes que con ninguna. Procure no adoptar una actitud sigilosa en sus relaciones con la famiIia. Si no hace caso de su hijo cada vez que está tranquilamente ocupado y sólo le presta atención cuando debe, estará recompensándole por molestar y castigándole por ser un placer.
. Procure ser positiva, además de clara. Ni siquiera las instrucciones positivas son muy eficaces si no son claras: «Compórtate» parece una instrucción positiva, pero no tiene significado alguno para un niño de esta edad. Lo que en realidad quiere decirle es: «N o hagas nada que no me guste», lo que es una orden imposible de cumplir porque él no sabe lo que no le gusta ; usted.
. Aparte de situaciones de emergencia en las que los razonamientos deban esperar para más tarde, dígale siempre por qué debe comportarse (o no) de determinada forma. No tiene por qué entrar en explicaciones complicadas para cada pequeña petición que le haga, y mucho menos en una discusión. pero si insiste en decirle «Porque lo digo yo», no podrá encajar esa instrucción concreta en la pauta general de «cómo comportarse» que se escucha en su mente. «Vuelve a dejar esa pala donde estaba», le dice. ¿Por qué? ¿Porque es peligrosa, sucia, se puede romper, o porque quiere estar segura de encontrarla en el mismo sitio la próxima vez? Si le dice que pertenece a los obreros de la construcción a los que no les gusta que otros cojan sus cosas y las trasladen de sitio, también podrá aplicar ese mismo pensamiento a otras ocasiones. Pero si le dice: «Haz lo que te digo», no le esta enseñando nada.
. Reserve las negativas para las verdaderas reglas. Decirle al niño que no haga cosas sólo es eficaz cuando usted desea prohibirle una acción concreta de una vez por todas. Si sólo quiere prohibirle un determinado comportamiento ahora, en estas circunstancias concretas, será mejor darle la vuelta y expresarlo positivamente. Por ejemplo: «No me interrumpas mientras hablo» es inútil, porque hay muchas otras ocasiones en que desea usted que la interrumpa, para decirle, por ejemplo, que las patatas ya están hirviendo, que su hermana llora o que necesita ir al servicio. Es mucho mejor decirle: «Espera un momento a que hayamos terminado de hablar». Las negativas concretas se convierten en reglas. Mientras las reduzca a un mínimo es muy probable que el niño las acepte con facilidad, sobre todo si le explica las razones. Dígale: «No subas nunca a ese árbol porque no es seguro. Si se atiene a ello y no le permite arriesgarse «ni una sola vez», ese árbol en particular se reconocerá como algo prohibido. «No cruces nunca la calle sin ir acompañado por un adulto», es otra regla útil para un niño de tres o cuatro años, que él aceptará siempre y cuando no lo envíe al quiosco de la esquina. a comprar el periódico porque la calle es pequeña.

Las reglas son muy útiles para mantener a salvo a un niño pequeño aunque, cuando esté en juego su seguridad, no puede confiar en su autodisciplina para que le obedezca, sin supervisión), pero no tienen mucha importancia a la hora de enseñarle a comportarse porque son demasiado rígidas e inflexibles como para ser útiles en la vida cotidiana. Así pues, intente que las reglas sean temas definitivos, aquí y ahora, y evite transmtirle reglas sobre temas de principios que le importarán durante toda su vida.

Evidentemente, no pueden enseñar al niño a comportarse si ustedes mismos no están seguros de como debería comportarse a gente, así que es importante ser coherentes con sus propios principios. Su hijo no es un animal de circo al que se le enseña a responder siempre ante una señal determinada con un ejercicio en particular. Es un ser humano, enseñado a responder lo mejor que pueda ante una amplia variedad de señales, lo que implica el darse cuenta de que, a veces, las circunstancias alteran las situaciones. Aunque animar a un niño de dos años a dibujar en una pizarra colgada de la pared de su dormitorio hará que sea más probable que dibuje en las paredes del salón, es muy posible que a la edad de cuatro años, si los adultos se toman el tiempo para explicarle y comentar las cosas con él, termine por comprender dónde es correcto dibujar y dónde no. Los dulces repartidos generosamente en Navidad no le hará esperarlos una vez terminadas las fiestas y el permiso para saltar sobre la cama de la abuela no le hará olvidar que en su cama de matrimonio está prohibido ponerse a saltar.
Confíe en que su hijo tiene buena intención, incluso cuando no la tenga. Si tiene la sensación de que siempre hay un adulto pendiente de él, preparado para corregido o darle instrucciones, probablemente no se molestará en pensar demasiado en lo que debe o no debe hacer. Dentro de los límites propios de su edad y de su fase de desarrollo, procure traspasarle toda la responsabilidad que pueda sobre su propio comportamiento y hacerle sentir que confía en él.
Si tiene que ir a casa de unos amigos, por ejemplo, no lo agobie con instrucciones tan estrictas como «Recuerda dar las gracias» y «No olvides limpiarte los zapatos al entrar». Si está dispuesta a dejado ir, también debe estado para permitirle que se haga cargo de sí mismo. Sus exhortaciones no le ayudarán a comportarse con amabilidad, sino que sólo le harán sentirse incómodo con la simple idea de ir.
Cuando se equivoque, y especialmente cuando tenga la sensación de haber sido injusto, admítalo. No permita que su falsa dignidad de adulto le impida demostrarle cuál es la forma correcta de comportarse. Hasta cierto punto, él la toma como modelo, por lo que es importante pedirle disculpas. Suponga que lo acusa de haber roto un vaso y no le cree cuando el lo niega. Mas tarde descubre que se ha equivocado. Según lo que usted trata de enseñarle, le debe a l niño una sincera disculpa.

No hay forma de evitarlo, de salvar la cara. Usted se equivocó, fue injusta y se negó a creerlo cuando le estaba diciendo la verdad. Se le pide que la perdone por ello, el la respetará más, no menos.


PROBLEMAS DE COMPORTAMIENTO

Si piensa realmente en la «disciplina» como una cuestión de demostrarle a su hijo cómo comportarse, descubrirá que la mayoría de los «problemas de comportamiento» son en realidad de madurez, antes que de moralidad, y que la mayoría de los temas problemáticos de disciplina se pueden resolver con facilidad. Un relativo nivel de comportamiento que «busca atraer la atención», por ejemplo, es una forma normal de responder ante la atención racionada que recibe el niño por parte de adultos siempre muy ocupados. Si se puede aumentar la ración de atención agradable que le dedica, él no tendrá que llamar la atención para que usted le regañe.


DESOBEDIENCIA:

Probablemente la obediencia instantánea e incuestionable permitió a los padres victorianos de las familias numerosas llevar una vida pacífica, pero no puede producir niños capaces de pensar por sí mismos y, en consecuencia, de cuidar de sí mismos desde una temprana edad. La diferencia quedó nítidamente ilustrada cuando tres niñas pequeñas fueron secuestradas en un coche frente a su escuela. Una cuarta niña corrió a su casa y dio la voz de alarma tan rápidamente que el coche fue localizado y detenido y las niñas volvieron a estar en sus casas antes de una hora. Uno de los turbados padres preguntó: «Cariño, ¿por qué te fuiste con ese hombre en el coche? Siempre te hemos dicho que no vayas con personas extrañas». Con los ojos muy abiertos y una mirada de reproche, su hija le contestó: «Pero es que ese hombre me dijo: "Tu padre me ha dicho que vengas conmigo en seguida. Me ha enviado para recogerte". Así que me fui con él porque siempre me has dicho que debo hacer lo que tú digas». La niña que dio la voz de alarma fue interrogada por la policía: «¿Qué te hizo correr a casa en lugar de irte en el coche con tus compañeras?», a lo que la pequeña contestó: «Mi papá y mi mamá siempre me han dicho: "¡Piensa!". Así que pensé que si papá hubiera querido que fuéramos con él, habría venido a buscamos y que aquel hombre dijo que un papá le había enviado a buscamos, pero cada una de nosotras tenemos papás diferentes. Entonces pensé que sería mejor preguntárselo a mi mamá y eché a correr».

Si se deja de lado la cuestión de la «obediencia» y la «desobediencia», y en lugar de eso se piensa en lograr la cooperación del niño, se solucionan muchas cosas. A veces, el niño no hará lo que usted desea porque quiere hacer algo diferente. No se irá a la cama porque antes quiere terminar su juego. No es la desobediencia lo que causa el problema, sino un simple conflicto de intereses. En lugar de gritarle: «Haz lo que te digo ahora mismo», encuentre un compromiso, como: «Bueno, pero sólo cinco minutos más». En otras ocasiones no hará lo que usted desea porque no lo ha comprendido. Si se le dice que permanezca sentado ante una mesa hasta que se haya terminado de comer, quizá quiera levantarse en cuanto haya terminado su plato. N o había comprendido que usted se refería a cuando todos terminaran de comer. No la ha desobedecido, sino que simplemente no la había comprendido. A veces no hará lo que usted desea porque se dispone a fastidiarla. Siente ganas de demostrarle su independencia. Se siente revoltoso. Si le dice que no toque su libro nuevo, eso será lo primero que hará. De entre todos los ejemplos expuestos, éste y sólo éste es verdadera desobediencia. Se trata de un intento deliberado de provocarla y el éxito que tenga dependerá probablemente del daño que haya causado. Si ha arrancado la cubierta, se sentirá usted furiosa con él. Eso es una realidad. Él mismo se sentiría enfadado si usted hubiera estropeado algo suyo; su acción ha provocado una reacción humana universal. Pero el triste daño causado es lo que merece el regaño, no la «desobediencia». Si no ha causado verdadero daño es mejor quitarle importancia al asunto y negarse a ponese a la altura de la provocación: «¿Te he
dicho yo que hagas precisamente lo único que te había pedido que no hicieras? Debes tener ganas de hacer tonterias”¿Dónde está la discusión que él andaba buscando?

Los niños viven en un mundo difícil de controlar, y en el que a menudo se les acusa de causar una u otra clase de daño. Negar una cosa mal hecha, por tanto, es la clase de mentira que les suele causar problemas. Su hijo rompe por error la muñeca de su hermana. Enfrentado al hecho, lo niega. Probablemente se enfada más con él por haber mentido que por el estropicio. Si cree usted que el niño debe confesar cuando haya hecho algo mal, facilítele las cosas: «Esta muñeca está rota. Me pregunto qué habrá ocurrido. De ese modo, es más probable que diga: «Yo la he roto. Lo siento», que si le dice: «Has roto esta muñeca, ¿verdad, chico malo y descuidado?». Si el niño admite algo, ya sea porque usted lo obliga a ello o por iniciativa propia, procure no abrumarlo con expresiones de enfado o con castigos. La situación no acabará bien si pretende usted conseguir las dos cosas. Si desea que le diga cuándo ha hecho algo mal, no puede enfurecerse con él. Si se pone furiosa, él sería un estúpido si se lo dijera la próxima vez, ¿verdad?

A veces contar cuentos también causa problemas a algunos niños. Los que están en la edad preescolar no suelen saber diferenciar la realidad de la fantasía, o lo que desearían que hubiese ocurrido de lo que realmente ocurrió. Aceptan felices los cuentos sobre el conejo de Pascua, al mismo tiempo que tienen un conejo de peluche propio y nada mágico; no ven que haya contradicción alguna entre ambos.

Si está dispuesta a leerle cuentos de hadas y ayudarle a disfrutar de los Reyes Magos, no es razonable regañarle por mentir cuando llegue de un paseo contando una complicada historia sobre cómo se ha encontrado con un león y le ha sacado una astilla de la pata. Disfrute con la historia. Esa clase de fantasías no son mentiras en el sentido moral del término.

A veces los padres se preocupan porque sus hijos no parecen tener consideración alguna por la verdad. Quizá les oigan hablar del inexistente vestido nuevo de mamá, o anunciar que se sintieron muy malla noche anterior cuando no fue así, o decirle a un amigo que salieron para ir a una cafetería cuando no lo hicieron. Hay muchas razones que explican esta clase de conversación casual e inexacta, pero una muy importante es que los propios niños oyen decir esas cosas a sus padres. Los adultos mienten por tacto, amabilidad o deseo de no herir los sentimientos de otras personas, o para ahorrar tiempo. El niño los escucha. La oye a usted mostrarse de acuerdo con la vecina y lamentarse del mucho calor, cuando poco antes le ha dicho lo mucho que le agrada el calor. Si no le explica las razones de estas pequeñas mentiras inocentes, no cabe esperar que comprenda por qué él no puede exagerar o falsear nunca las cosas y usted sí.

Si el niño cuenta muchas historias inventadas y añade muchos detalles ficticios a lo que cuenta de la vida cotidiana, hasta el punto de que no puede usted estar segura de qué es verdad y qué no, ha llegado el momento de aclararle por qué importa la verdad. No caiga de nuevo en el error de decirle que contar mentiras es «malo». En lugar de eso, cuéntele la historia del pastor que gritaba: «¡Que viene el lobo!». Es un buen cuento y disfrutará oyéndolo. Indíquele que al no saber si lo que él le cuenta es cierto o no, tal vez no sepa cuándo le ha ocurrido algo realmente importante, o cuándo se ha sentido realmente enfermo. Lleve toda la conversación de modo que él tenga la sensación de que lo único que le importa a usted es que diga la verdad porque se preocupa por él y porque quiere estar segura de que cuida apropiadamente de sí mismo, de que se trata más bien de una cuestión de exactitud de la comunicación, antes que de «ser bueno».


ROBO

Muchos niños en edad preescolar, sobre todo los que no tienen hermanos. mayores que les dicen continuamente: «¡Eso es mío!», tienen un sentido vago de los derechos de propiedad como de la verdad. En la familia habrá muchas cosas que pertenecerán a todos, otras que serán de alguien en particular, pero que se pueden prestar, y unas pocas que serán «posesiones reservadas que sólo pertenecerán a su dueño. Fuera de la familia también hay complicaciones. Es correcto conservar la pequeña pelota encontrada entre los arbustos del parque, pero no lo es quedarse con el dinero. Está bien traer a casa la pintura que se ha hecho en la escuela, pero no un paquete de plastilina. Se puede coger un folleto de una tienda (aunque no todo el contenido de la caja), pero no un paquete de sopa. Hasta que no sea capaz de comprender esto, no sirve de nada transformar en un tema moral el hecho que el niño pequeño coleccione cosas que llamen su atención. No obstante, tampoco se puede afrontar el tema con frivolidad porque, incluso a los tres o cuatro años, los demás pueden considerarlo como un robo y armarán un gran jaleo.

Le será útil separar el tema de principios de las complejidades del comportamiento cotidiano. Hable de lo primero y establezca algunas reglas. como guía para lo segundo, como: no traigas nada de la casa de nadie sin pedir permiso. Pregúntale siempre a un adulto si puedes quedarte con algo que hayas encontrado. Nunca cojas nada de una tienda mientras un adulto no te dé el permiso para hacerlo. Procure no ser demasiado moralista con, respecto al dinero. Si el niño le coge algo del bolso, deténgase un momento a pensar qué le habría dicho si se hubiera tratado de un lápiz de labios y luego dígale lo mismo sobre el dinero porque, para él, es lo mismo. Es un tesoro. Sabe que el dinero es precioso porque les ha escuchado hablar de él y ve que lo cambian por cosas agradables. Pero para él es como una de esas fichas que se ponen en ciertas .
No tiene concepto alguno de lo que es el dinero real.

El niño que no hace más que coger cosas, comportarse como una urraca o coleccionar las posesiones de los demás en el fondo de un cajón, es muy posible que tenga problemas emocionales. Quizá intente, de una forma simbólica, tomar algo que no tiene la sensación de que se le dé, y ese algo de lo que carece quizá sea amor y aprobación. En lugar de mostrarse furiosa y alterada, y de hacerlo sentirse desdichado, intente ofrecerle lo que de verdad necesita. Si no puede y él continúa robando, probablemente sería sensato buscar ayuda profesional, antes de que el niño alcance la edad de ir a la escuela. Es mucho más fácil calificar a un niño de «ladrón» que quitarle esa etiqueta.


DISCUSIONES Y NEGOCIACIONES

Todos los niños buscan evasivas cuando se les pide que hagan algo que no desean hacer. Puede ser enloquecedor hablar con un niño que no quiere escuchar, o que dice «Está bien», pero no hace nada. Todavía es más irritante que un niño discuta ante cada sugerencia, petición o instrucción que se le hace. La vida sería corta si sólo tardáramos cinco minutos en convencer a un niño de cuatro años de que necesita ponerse zapatos para salir a la calle, y otros cinco minutos para conducirlo hasta la puerta... Pero vale la pena pensar en lo enloquecedor que tiene que ser para un niño pequeño, que ocupa un lugar tan bajo en la jerarquía familiar, que se le pueda interrumpir de lo que esté haciendo y que casi todos los adultos con los que se encuentra puedan darle órdenes. Un poco de toma y daca mutuo, basado en haz con los demás lo que te gustaría que hicieran
contigo, ayudará mucho más que los gritos. También ayuda ser consciente de que a muchos niños' pequeños les resulta difícil la transición de una actividad a otra.

Necesitan numerosos avisos de que se acerca el momento de comer. de salir e de acostarse, así como mucho tiempo extra para empezar a moverse.

Algunos niños, sobre todo los muy inteligentes captan enseguida la idea de que si usted desea que hagan algo que ellos no quieren hacer disponen de un cierto poder de negociación. En lugar de irse en silencio a su para cambiarse la camisa sucia. su hijo tal vez le pregunte: .Si me pongo la camisa limpia porque tú quieres, ¿me darás las pinturas porque yo quiero?». Lamentablemente, algunos padres la frecuente impresión de que eso es, de alguna forma, «descarado-. Creen tener derecho a decirle lo que tiene que hacer y no desean admitir que él tiene el mismo derecha «¡Haz lo que te dice tu madre y no discutas!., ruge el padre. Realmente volvemos al tema de la obediencia inmediata.Negociar es una forma muy útil de intercambio humano, como bien ha descubierto cada sociedad adulta a lo largo de la historia. Pero es evidente que usted terminará por hartarse si el niño siempre intenta obtener algo a cambio de cada cosa que se le recuerda que haga, sobre todo si es responsabilidad del niño, no de usted. ¿Por qué habría usted de pagar por eso? Procure limitar las negociaciones a las peticiones excepcionales o aquellas que sean inusualmente aburridas para el niño y luego úselas por iniciativa propia, en lugar de esperar a que sea siempre él quien las proponga.


PROBLEMAS CON EL TRATO

Hay una cierta ironía en el comportamiento de los niños pequeños: cuanto más se preocupe usted por un tema, sea cual sea, más esfuerzos hará por cambiado y tanto más empeorará la situación.

Por esa razón resulta más fácil convivir con los niños cuando los adultos adoptan una actitud positiva con respecto a su comportamiento, al asumir que tienen buena intención, observar cuándo hacen bien las cosas, comprobar que comprenden lo que se desea de ellos en diferentes circunstancias y recompensar el buen comportamiento, de modo que se motive más de lo mismo.

Los padres convencidos de que sus hijos se portan especialmente mal, o a los que parientes y cuidadoras así se lo dicen, se arriesgan a deslizarse hacia una forma negativa de tratados, que es lo opuesto a todo eso. La disciplina negativa se centra en el mal comportamiento, lo espera, lo vigila y lo castiga para motivar el cambio, pero lo único que consigue es más y más de lo mismo.

La idea del castigo formal encaja mejor con la de «disciplina» que con la de «aprender a comportarse». Las personas mayores, que saben cómo comportarse pero que no siempre están dispuestas a hacerlo así, quizá se vean persuadidas por los costes de una transgresión de las reglas, como una multa por aparcar en doble fila. Pero estas consideraciones no siempre son eficaces con los adultos y nunca con los niños pequeños, incapaces de sopesar los castigos futuros en comparación con los impulsos del presente. La única sanción fiablemente eficaz con niños menores de cuatro años o incluso de cinco es la desaprobación de los demás. Sea cual fuere el «castigo» que elija al enfadarse, es su enfado el que castiga. Y si esta afirmación la hace reír porque su hijo no hace más que poner a prueba los límites en una fase especialmente desafiante, piense en cómo reaccionaría ante un castigo formal anunciado de dos formas diferentes. El castigo consistiría en no tomar helado por la tarde. Dígaselo así con un tono natural y alegre, y verá como probablemente lo aceptará con una actitud impasible. (¿Toma habitualmente helado por la tarde? ¿Desea tomar especialmente helado por la tarde? ¿que merienda se le va a dar?) Pero si le dice enojada:

«Ya está bien. Por lo que acabas de hacer, no tendrás helado esta tarde», lo más probable es que se ponga a llorar o tenga una rabieta. Tanto si esperaba o deseaba helado como: si no, lo que no desea es que usted se enfade con él.
Probablemente hizo esa afirmación enojada sobre el helado dejándose arrastrar por el acaloramiento (justo) del momento y eso ha tenido el efecto deseado de dejar bien claros sus sentimientos. Pero lo mismo sucedería si hubiera hablado de esos sentimientos: «Realmente, no disfruto con este paseo porque te portas como un estúpido, así que creo que será mejor volver a casa». El problema con la versión del helado es que cuando llegue el momento de la merienda ya habrá pasado mucho tiempo y se habrá olvidado todo el asunto. Pero para atenerse al castigo impuesto, tendrá que volver z sacar a relucir todo el episodio y, de hecho, castigado una segunda vez lo que habrá sido mucho más inoportuno si él se ha mostrado especialmente encantador y ha estado dispuesto a ayudada desde entonces.

Su desaprobación o enfado es la sanción más efectiva. Si eso la conduce a un «castigo» inmediato y espontáneo, de modo que el niño vea con claridad que ha sido su comportamiento el que lo ha provocado, el castigo puede fortalecer lo que usted intenta transmitirle. No hará cola para comprarle el helado cuando él se porta tan mal. así que no tiene helado ahora mismo. Así, ha sido su comportamiento de ahora el que le ha privado de el helado en lugar de ser «castigado» por ello. No puede permitir que siga cogiendo paquetes de las estanterías del supermercado, así que lo coge y lo pone en el carrito. Ha abusado de su libertad y, de ese modo. la ha sacrificado. ¿Son esas acciones de castigo? Lo serían si se llevaran a cabo de una forma fría y calculada y, como castigos fríos y calculados, probablemente no tendrían efecto. Pero como reacciones genuinas ante una situación inmediata son los resultados directos de las propias acciones desconsideradas del niño y ése es el único tipo de castigo eficaz.

Los castigos más comunes que se derivan del acaloramiento del momento (palmetadas en el trasero, gritos e insultos) no son el resultado directo de las acciones del niño y no son efectivos, aunque es posible que lo parezca en ese momento. Si su hijo hace algo realmente irritante come trastear con el televisor, el perro o el bebé) y ha intentado decirle que no le haga, lo ha apartado, lo ha distraído y a pesar de todo él vuelve a las andadas, gritarle o darle una palmetada hará que se detenga (y es posible que vea usted aliviados sus sentimientos) y quizá tenga la impresión de que eso ha sido mejor que esas otras técnicas. Pero al haber herido sus sentimientos y haberle golpeado en la mano le ha hecho llorar sin haberle enseñado con ello a trastear y sin evitar que vuelva a hacerlo de nuevo.

Parece evidente que darle a un niño una palmetada cada vez que hace algo mal le enseñará a no hacerlo. Pero ¿a no hacer qué? Ser «malo” en la primera infancia es un asunto complicado. Puede significar hacer algo peligroso para sí mismo (como cruzar la calle corriendo) o peligroso para otro (como apoyarse sobre el cochecito del bebé para mirar) o realizar toda una serie de cosas que (predeciblemente o sólo hoy) irritan, azoran o decepcionan a los adultos. Recibir una palmetada puede indicarle a un niño que ha hecho algo mal, incluso indicarle lo que ha hecho mal hoy, pero no le dice nada sobre lo que habría sido correcto y, ciertamente, no le inducirá a hacer un mayor esfuerzo por complacerla. Dar palmetadas a los niños no puede enseñarles a comportarse y la prueba es que una vez que el niño empieza a ser castigado de ese modo, recibirá palmetadas durante toda su niñez. De hecho, precisamente porque son tan inefectivos, los castigos físicos tienden a incrementarse. La mayoría de las travesuras del niño están provocadas por el impulso y el olvido. Hoy se ha pasado usted casi toda la tarde diciéndole que no corra por encima del macizo de flores. Le dice que salga de entre las flores pero como él está tan entusiasmado corriendo, se ríe y no le hace caso. Finalmente le da una palmetada, él se pone a llorar y entra en casa. A: día siguiente, nuevamente alegre y al aire libre, vuelve a hacer lo mismo.

Lógicamente tiene que volver a pegarle, solamente que esta vez más duro. Una vez que se ha dejado atrapar en este círculo vicioso en particular, la palmetada de este año se transforma fácilmente al año que viene en un verdadero golpe propinado con fuerza.

La investigación demuestra que los niños a los que se ha pegado no recuerdan la razón por la que se les ha castigado. Los castigos físicos los dejan tan molestos e impotentes que continúan sintiéndose demasiado furiosos como para escuchar las explicaciones o lloran demasiado fuerte come para oírlas. Preguntados por qué se les ha pegado, los niños de cuatro y cinco años suelen contestar: «Porque te enfadaste».Así pues, no recurra a les castigos físicos para enseñar buen comportamiento a su hijo. No podrá obtener la cooperación que necesita simplemente mediante el uso de su fortaleza física superior.

Tenga cuidado también con su forma de utilizar su superior fuerza emocional. Los castigos diseñados para hacer que los niños se sientan estúpidos o sin dignidad son tan inefectivos y emocionalmente peligrosos como los de tipo físico. Si le quita a un niño los zapatos porque echó a correr, o le obliga a ponerse el babero del bebé porque se ha manchado la ropa con comida, hace que se sienta impotente, sin valor alguno y totalmente incapaz de aprender las lecciones del crecimiento que trata de enseñarle. Si comer de forma desaseada le causa un verdadero problema de lavandería lo que necesita es que le facilite la forma de comer. ¿Necesita quizá un cojín en esa silla ahora que ya ha dejado de utilizar la silla alta? ¿Se le permite utilizar los dedos, además de la cuchara?

Si trata de enseñar verdaderamente a su hijo a comportarse (en lugar de darle «su merecido» por su mal comportamiento), no tendrá ninguna necesidad de hacerle daño físico (sobre todo en estos primeros años), porque eso no hará sino inducirlo a escucharla menos y no más. La alternativa efectiva a castigar a los niños que se portan mal, de modo que se sientan mal, consiste en recompensar a los niños que se portan bien, de modo que se sientan bien. El niño aprenderá algo de las inevitables explosiones que ocurren cuando ambos han acumulado una determinada cantidad de tensión. cuando demuestra usted su descontento si él se porta mal, pero aprenderá sobre todo cuando se vea alabado y felicitado por haberse comportado como usted desea.

Del mismo modo que el elemento principal de cualquier castigo es la desaprobación del adulto, el principal elemento de cualquier recompensa es la aprobación del adulto. Una recompensa le dice al niño: «Te amo, te apruebo, te aprecio, me gusta estar contigo». Las cosas tangibles, como dulces o regalos pueden transmitir esos mensajes, pero también las sonrisas, alabanzas y abrazos. Las recompensas de un niño, como sus castigos, son a menudo el resultado directo de su propio comportamiento, que le ha permitido a usted sentirse de buen humor: «Hemos pasado tan rápidamente la revisión del equipaje porque me .ayudaste a hacer la maleta, así que ahora disponemos de tiempo para tomar un refresco».

A veces, sin embargo, pueden ser muy útiles los sobornos materiales o, si le parece menos inmoral, los premios. Los niños pequeños poseen un sentido muy claro y sencillo de la justicia y son muy estrictos en cuanto a la buena voluntad de la gente.

Si tiene que conseguir que el niño haga algo que detesta, ofrecerle un premio por ello puede tener el efecto doble de conseguir que merezca la pena cooperar, al tiempo que se da cuenta de que está usted de su parte. Imagine, por ejemplo, que hace una tarde muy calurosa y él está disfrutando en la piscina portátil. Se ha quedado usted sin patatas y tiene que ir a la tienda. No puede dejarlo porque no hay nadie más en casa. ¿Qué hay de malo en un simple soborno propuesto sin malicia?
«Sé que preferirías quedarte en casa, pero no podemos porque tengo que ir a comprar patatas, así que tendremos que salir.

¿Qué te parece si de regreso pasamos por la tienda para ver si ya tienen aquel nuevo vídeo de cuentos? ¿Te ayudaría eso?» Es un soborno, pero también una negociación perfectamente razonable.

A veces, ofrecerle un premio supone toda una diferencia para un niño que tiene que hacer algo que le resulta realmente desagradable, como que le pongan unos puntos en la cabeza. No es el objeto lo que importa (siempre y cuando no se trate de algo que esperaba de todos modos), sino el tener algo agradable que le espera después de esos malos y escasos minutos. Sin embargo, procure que esta clase de premios no se vea condicionada por el buen comportamiento. ofrecer un premio “si no arma ningún jaleo” lo pone bajo una considerable tensión. Quizás necesite armar jaleo. Y necesita saber que usted lo apoyará sea cual sea su comportamiento.

Todo el mundo sabe que los niños consentidos son una desdicha para si mismos y para los demás y la mayoría de la gente supone que reflejan el escaso buen juicio de los padres. Pero poca gente se detiene a pensar que hace considerar a un niño como “consentido”, o que le han hecho los padres para que sea así. cono consecuencia de ello , el consentido es como un espectro que acosa a los padres, que viven con el temor de escuchar esa palabra para referirse al niño o a su forma de tratarlo.

Algunos llegan incluso a retirarle deliberadamente regalos “porque no queremos que sea un consentido” Eso es una mala interpretación. Consentir no tiene nada que ver con gratificación y diversión, sino con intimidación y chantaje. No se puede consentir al niño por hablarle,jugar o reír mucho, por ofrecerle muchas sonrisas, abrazos e incluso regalos, siempre y cuando se los ofrezca porque desea hacerlo así. El niño no será- consentido porque compre usted dulces en el supermercado o le ofrezca quince regalos para su cumpleaños. Pero si puede serlo si aprende que tiene capacidad para chantajearla y obligada a echarse atrás, después de tomar la decisión de no comprarle dulces, por medio de una rabieta en público, o para conseguir cualquier cosa de usted limitándose a seguir y seguir. El niño más «consentido» que conozca quizá no obtenga mucho más, e incluso menos, que la mayoría de los niños, pero lo que consigue lo obtiene por medio de la intimidación ejercida sobre sus padres, en contra de su buen juicio. Consentir es el resultado de haberse desviado el equilibrio de poder dentro de la familia.

Los niños necesitan que los adultos tengan el valor de mantener sus propias convicciones y de establecer límites o trazar fronteras para ellos, dentro de las cuales sepan que están a salvo y que se sienten bien. Los límites no son algo que los adultos imponen a los niños. Todos tenemos que respetar los límites que marcan nuestro espacio con respecto al de otras personas, a veces tanto literal como figuradamente. Los niños necesitan de límites adicionales, trazados por padres y cuidadoras, que les mantengan a salvo mientras aprenden a permanecer a salvo por sí mismos, que los controlen mientras aprenden a auto controlarse, y que les impidan perder su propio espacio o penetrar en el de otras personas mientras aprenden las lecciones de la vida socializada, como «haz a los demás lo que quieras que te hagan a ti».

Los límites sólo son tales si los niños no pueden transgredirlos. Y sólo ofrecen una libertad de acción segura si saben que no pueden traspasarlos. Los padres que dicen que sus hijos no permanecen dentro de los límites suelen confundir la obediencia (que depende de la cooperación del niño, con los límites, que no dependen. Si establece un límite, procure que el niño no pueda traspasado. Si la frontera del jardín es el límite de su espacio de juego, por ejemplo, no espere a que abra la puerta delantera para regañarlo y castigarlo.

Ponga, ya desde el principio, un trozo de alambre enrollado en el picaporte para evitar que la abra.Si no está dispuesta a hacer lo que haga falta para que se cumpla una limitación, es mejor no imponerla. A veces los padres dicen que no pueden hacer cumplir un límite, cuando en realidad quieren decir que las acciones necesarias para ello suponen demasiado esfuerzo por su parte. Los niños cuyos padres tienen la intención de limitarles el tiempo que ven la televisión a un programa u horario concretos deben de ver millones de horas «extra» de televisión cada semana, pero esos mismos padres no se sienten capaces de afrontar el enfrentamiento que supondría desconectar el aparato. Si no está seguro de que merezca la pena imponer una limitación, no la establezca, aunque su suegra le diga que debiera hacerlo. Es mucho mejor para el comportamiento de su hijo (y para su temperamento) que se le permita ver dos horas de televisión, antes de que se le imponga ver una sola hora, pero luego vea otra hora más que estaba prohibida.

Algunos niños parecen pasar por distintas fases cuando están decididos a ir mucho más allá de la débil capacidad de los padres para controlarlos y mantener la calma. Si le resultara especialmente exigente asegurarse de que su hijo, o cualquier niño en concreto, permanece dentro de los límites impuestos, procure imponer la menor cantidad posible de limitaciones y que cada una se refiera a un tema que realmente le preocupe a usted. De ese modo se sentirá lo bastante motivada como para hacerla cumplir, sin preocuparse por el resto.A medida que los niños pequeños empiezan a verse a sí mismos como individuos entre otros individuos, se preocupan por la extensión en la que pueden controlar a esos otros, además de a sí mismos. Se trata por tanto de una fase de edad en la que son comunes los juegos de poder. El niño pondrá a prueba los límites de su influencia y tratará de aumentarla, del mismo modo que pone a prueba y ejercita sus músculos.Es correcto que el niño descubra que ejerce alguna influencia sobre la gente y que practique ese ejercicio, ya que no podría crecer si se mantuviera totalmente impotente y dependiente. Pero también es importante no permitirle arrollar el poder de sus padres mediante la intimidación o el agotamiento conseguidos con una continua actitud quejosa. Necesita aprender formas aceptables de afirmar su propio poder o de influir sobre las cosas a su modo personal.

Procure reaccionar más positivamente ante el razonamiento y el encanto que ante las lágrimas y las rabietas. Aunque su control todavía es muy limitado, lo que desea es que su lijo empiece a darse cuenta de que será más fácil convencerla que asustarla contestando afirmativamente a cualquier petición.

Anime al niño a participar en los procesos de toma de decisiones que le afectan. Es muy importante que pueda decir lo que opina, aunque no se salga con la suya. A medida que se haga mayor descubrirá lo que se permite a otros niños de su edad, oirá hablar de programas de televisión que nunca ha visto y, en general, tratará de obtener nuevos privilegios. Como quiera que se trata de temas nuevas, no dispondrá usted de respuestas preparadas. No se sienta presionada a responder lo primero que se le ocurra. Comente la situación con su pareja y con el niño, así como con otras cuidadoras o miembros de la familia si le pareciera adecuado. Tanto si la cuestión se resuelve tal como deseaba el niño o en su contra, éste sabrá que los adultos de su mundo se ponen de acuerdo y que él también tiene la oportunidad de hablar.

Demuestre a su lijo que trata usted de equilibrar los derechos de ambos, del mismo modo que procura equilibrar los derechos de su hermana y también los de él, o los de su pareja y los de usted misma. Todos conviven y la otra cara de la compañía es que todos tienen que respetar el espacio de los demás y, a veces, hasta desplazarse un poco para concederle a alguien más espacio extra cuando lo necesita temporalmente. Su hijo no siempre le hará lo que usted desea. Y usted no siempre tendrá que ceder a sus deseos. Los choques tienen que solucionarse entre los dos. Si usted desea leer y él quiere salir a dar un paseo, es evidente que hay un problema. Analícelo con capacidad. Si simplemente no soporta la idea de dar un paseo ahora, dígaselo así. Es mejor rechazado antes que seguido arrastrando los pies, con la sensación de ser una mártir, lo que a él le imposibilita disfrutar del paseo. Pero si cree que él tiene tanto derecho a dar un paseo como usted a leer, procure llegar a un compromiso de media hora para cada uno y siéntase con todo el derecho de insistir en que él también cumpla con su parte del trato.

Ayude al niño a comprender los sentimientos de los demás. Cuanto más consiga interesado por cómo se siente usted y otra gente y qué similares son esos sentimientos a los que él mismo experimenta, tanto más sensible será a ellos. Comprender los sentimientos de los demás constituye la raíz del desprendimiento y, en consecuencia, es lo contrario al consentimiento. En cuanto surja una oportunidad, aprovéchela. Hable con él sobre lo que sintió la niña de al lado cuando le robaron la bicicleta. Si él dice con tranquilidad que se puede comprar otra, señale que los padres desean comprar a menudo cosas para sus hijos, pero que no siempre se lo pueden permitir. Al hacer planes familiares, permita que se entere de las dificultades de disponer fiestas y vacaciones para que todas las personas implicadas obtengan lo que más les haga disfrutar. Puede ayudarle incluso a comprender que aunque sería injusto para él que le sirviera cada noche la col que tanto detesta, también es injusto para su padre que no sirva usted nunca lo que resulta ser su verdura favorita.

En esta fase de su vida los niños anhelan conversación con los adultos e información de todo tipo. El niño disfrutará mucho mientras usted no convierta esa clase de enseñanzas en un conjunto de conferencias, impulsadas en cada caso por un pequeño mal comportamiento. Le está concediendo el honor de hablar de sentimientos con él, así como de otras cosas. Le está ayudando a realizar la tarea apropiada para su edad de situarse en el lugar del otro. Y llama su atención hacia todo un ámbito de experiencias que quizá no haya observado todavía por sí mismo. Cuanto más lo pueda hacer, antes y más claramente terminará por comprender que es una persona muy importante y muy querida en un mundo poblado por otras personas igualmente importantes.

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