¿Por qué nuestro hijo de dos años no es capaz de compartir sus cosas con los otros niños, y ni siquiera con sus propios padres? ¿Es un niño egoísta? Debemos tener claro que la actitud posesiva es normal en los niños de esta edad. Nuestro hijo todavía no entiende que una cosa le pertenece aunque la preste y la comparta. Tampoco entra en su cabecita que no puede tener todo lo que pide. Nuestro trabajo como padres y educadores consiste en conseguir que interiorice estos valores, teniendo en cuenta que nuestra actuación es un modelo importantísimo para su futuro comportamiento.
"Mío, mío y sólo mío". Éstas son palabras familiares para los padres que tienen hijos de dos años, e incluso un poco más mayores. En la escuela podemos ver a un niño apropiándose de los juguetes de sus compañeros o al mismo niño reaccionando de manera agresiva si alguien intenta arrebatarle los suyos. No hay por qué intranquilizarse. Esta actitud es comprensible y, de hecho, necesaria en su desarrollo: nuestro hijo está viviendo una etapa de egocentrismo. Durante este período intenta satisfacer sus deseos y enseguida ve en peligro todas sus posesiones, que son las que le proporcionan la diversión y el placer. El niño de esta edad todavía no es consciente de que los otros también tienen juguetes, y de hecho aún le costará un par de años aprenderlo. Debemos entender que necesitará tiempo -durante el cual decidirá qué quiere prestar y qué no-- para asimilar los valores del intercambio y la generosidad.
Nosotros podemos regular estas conductas egocéntricas evitando darle todo lo que pida y recompensando las acciones generosas, por ejemplo, cuando comparte un juguete. Además, podemos demostrar qué conducta queremos a través de nuestro ejemplo.
Nuestro papel es básico para su educación, no sólo porque somos quienes premiamos o reprochamos sus acciones sino también porque tenemos la responsabilidad de explicar por qué "quitarle el osito a Marcos no está bien".
Algunas indicaciones útiles sobre cómo podemos transmitir valores como la generosidad son:
Establecer previamente las normas del "juego". Hay que negociar. Por ejemplo, explica a tu hijo que debe prestar sus juguetes a los otros niños, y que eso también debe hacerlo en casa, donde las cosas son de todos y no sólo suyas. Poco a poco irá aprendiendo que los otros también tienen "cosas" (la merienda, un juego nuevo, etc) que le gustaría que compartieran con él.
No crear sentimiento de pérdida. Si tu hijo ha decidido compartir su "amada manta" con un amigo suyo, asegúrate de que ésta volverá a sus manos. En caso contrario, puede tener la sensación de que ha perdido su preciado objeto y por tanto le costará volver a prestar sus cosas. Si llega esta situación y al principio tu hijo se muestra rebelde no se lo reproches porque, igual que los adultos, tiene sus derechos y ha de saber defenderlos.
Exigirse a sí mismo lo que quiere exigir a los otros. Si quieres enseñarle qué es la generosidad, muéstrale ejemplos. Nosotros le servimos de modelos y es fácil que más adelante nos imite. Si te pide algo, actúa como querrías que él lo hiciera.
Ponerse de acuerdo con nuestra pareja en todo lo referente a la educación de los hijos. Es muy típica la situación del niño que quiere salir al parque y que sabe perfectamente a cuál de los dos debe acudir para cumplir sus deseos. Esta situación es especialmente cierta en los hijos de padres separados. Hay que tener cuidado e intentar no crear rivalidades ni hacer chantaje emocional.
Relación entre comprensión y exigencia. A veces se puede pensar, equivocadamente, que ser poco exigentes con nuestros hijos está asociado con ser más comprensivos. Para una buena educación es tan importante ser comprensivos como tener un nivel de exigencia adecuado a su edad.
Importancia de la participación. Crear situaciones de participación y cooperación con los hijos, estimulando un trabajo y unas actitudes que son las que se han de aprender. Promover la construcción en equipo de un puzzle, ya que en el correspondiente intercambio de piezas será muy fácil que aparezcan conductas de "mío, mío, mío". Los juegos de grupo son muy apropiados para estas edades porque les enseña la importancia de compartir con los demás.
Saber resistir ante frustraciones y dificultades. Hay que ser perseverantes. Se trata simplemente de una etapa infantil. La paciencia es básica mientras se producen los cambios.
Reforzar las conductas positivas. Decirle por ejemplo: "Eres un encanto" o "Eres un amor" cuando nuestro hijo preste un juguete a su hermano o a un amigo, o cuando muestre cualquier conducta de colaboración.
Tener claros los valores que queremos inculcar y actuar consecuentemente. Prémialo con la lectura de un cuento cuando comparta sus libros con su hermano pero no ignores esta conducta (al menos mientras estás tratando de que la aprenda) al día siguiente porque estás cansado o tienes un mal día. Cumple con tus promesas. Si le has dicho que le leerás un cuento, mantén tu palabra.
No coaccionar afectivamente. Son muy contraproducentes frases como: "Si no prestas el coche a Luis, mamá no te querrá" Estás reduciendo el valor de la generosidad a una mera transacción emocional. Tu hijo no aprenderá a ser generoso sino todo lo contrario. Compartirá sus cosas para conseguir algo a cambio: tu cariño y atención. Hay que hacerles comprender que las sanciones o límites que reciben por nuestra parte son independientes a nuestro cariño por ellos. Eso es incondicional.
Los niños, unos más y otros menos, necesitan atención y mucha paciencia. No podemos emitir juicios precipitados pensando que tenemos un hijo desconsiderado. Dale tiempo y ayúdale a resolver sus dudas.
En resumen, cuando nuestro hijo actúe de forma interesada, cuando pensemos que tiene un comportamiento egoísta, debemos comprender que a esta edad todavía no ha interiorizado valores básicos como la generosidad. Nuestro papel educativo como padres es imprescindible para darle a conocer todas las experiencias posibles para que aprenda a su ritmo. Experiencias como nuestras propias conductas (respetar, amar, compartir, prestar) y nuestras actitudes (tener paciencia, ser coherentes, comprensivos…) son las que mostrarán un modelo familiar claro para el niño.
Montse Barceló Moreso
Licenciada en Psicología
"Mío, mío y sólo mío". Éstas son palabras familiares para los padres que tienen hijos de dos años, e incluso un poco más mayores. En la escuela podemos ver a un niño apropiándose de los juguetes de sus compañeros o al mismo niño reaccionando de manera agresiva si alguien intenta arrebatarle los suyos. No hay por qué intranquilizarse. Esta actitud es comprensible y, de hecho, necesaria en su desarrollo: nuestro hijo está viviendo una etapa de egocentrismo. Durante este período intenta satisfacer sus deseos y enseguida ve en peligro todas sus posesiones, que son las que le proporcionan la diversión y el placer. El niño de esta edad todavía no es consciente de que los otros también tienen juguetes, y de hecho aún le costará un par de años aprenderlo. Debemos entender que necesitará tiempo -durante el cual decidirá qué quiere prestar y qué no-- para asimilar los valores del intercambio y la generosidad.
Nosotros podemos regular estas conductas egocéntricas evitando darle todo lo que pida y recompensando las acciones generosas, por ejemplo, cuando comparte un juguete. Además, podemos demostrar qué conducta queremos a través de nuestro ejemplo.
Nuestro papel es básico para su educación, no sólo porque somos quienes premiamos o reprochamos sus acciones sino también porque tenemos la responsabilidad de explicar por qué "quitarle el osito a Marcos no está bien".
Algunas indicaciones útiles sobre cómo podemos transmitir valores como la generosidad son:
Establecer previamente las normas del "juego". Hay que negociar. Por ejemplo, explica a tu hijo que debe prestar sus juguetes a los otros niños, y que eso también debe hacerlo en casa, donde las cosas son de todos y no sólo suyas. Poco a poco irá aprendiendo que los otros también tienen "cosas" (la merienda, un juego nuevo, etc) que le gustaría que compartieran con él.
No crear sentimiento de pérdida. Si tu hijo ha decidido compartir su "amada manta" con un amigo suyo, asegúrate de que ésta volverá a sus manos. En caso contrario, puede tener la sensación de que ha perdido su preciado objeto y por tanto le costará volver a prestar sus cosas. Si llega esta situación y al principio tu hijo se muestra rebelde no se lo reproches porque, igual que los adultos, tiene sus derechos y ha de saber defenderlos.
Exigirse a sí mismo lo que quiere exigir a los otros. Si quieres enseñarle qué es la generosidad, muéstrale ejemplos. Nosotros le servimos de modelos y es fácil que más adelante nos imite. Si te pide algo, actúa como querrías que él lo hiciera.
Ponerse de acuerdo con nuestra pareja en todo lo referente a la educación de los hijos. Es muy típica la situación del niño que quiere salir al parque y que sabe perfectamente a cuál de los dos debe acudir para cumplir sus deseos. Esta situación es especialmente cierta en los hijos de padres separados. Hay que tener cuidado e intentar no crear rivalidades ni hacer chantaje emocional.
Relación entre comprensión y exigencia. A veces se puede pensar, equivocadamente, que ser poco exigentes con nuestros hijos está asociado con ser más comprensivos. Para una buena educación es tan importante ser comprensivos como tener un nivel de exigencia adecuado a su edad.
Importancia de la participación. Crear situaciones de participación y cooperación con los hijos, estimulando un trabajo y unas actitudes que son las que se han de aprender. Promover la construcción en equipo de un puzzle, ya que en el correspondiente intercambio de piezas será muy fácil que aparezcan conductas de "mío, mío, mío". Los juegos de grupo son muy apropiados para estas edades porque les enseña la importancia de compartir con los demás.
Saber resistir ante frustraciones y dificultades. Hay que ser perseverantes. Se trata simplemente de una etapa infantil. La paciencia es básica mientras se producen los cambios.
Reforzar las conductas positivas. Decirle por ejemplo: "Eres un encanto" o "Eres un amor" cuando nuestro hijo preste un juguete a su hermano o a un amigo, o cuando muestre cualquier conducta de colaboración.
Tener claros los valores que queremos inculcar y actuar consecuentemente. Prémialo con la lectura de un cuento cuando comparta sus libros con su hermano pero no ignores esta conducta (al menos mientras estás tratando de que la aprenda) al día siguiente porque estás cansado o tienes un mal día. Cumple con tus promesas. Si le has dicho que le leerás un cuento, mantén tu palabra.
No coaccionar afectivamente. Son muy contraproducentes frases como: "Si no prestas el coche a Luis, mamá no te querrá" Estás reduciendo el valor de la generosidad a una mera transacción emocional. Tu hijo no aprenderá a ser generoso sino todo lo contrario. Compartirá sus cosas para conseguir algo a cambio: tu cariño y atención. Hay que hacerles comprender que las sanciones o límites que reciben por nuestra parte son independientes a nuestro cariño por ellos. Eso es incondicional.
Los niños, unos más y otros menos, necesitan atención y mucha paciencia. No podemos emitir juicios precipitados pensando que tenemos un hijo desconsiderado. Dale tiempo y ayúdale a resolver sus dudas.
En resumen, cuando nuestro hijo actúe de forma interesada, cuando pensemos que tiene un comportamiento egoísta, debemos comprender que a esta edad todavía no ha interiorizado valores básicos como la generosidad. Nuestro papel educativo como padres es imprescindible para darle a conocer todas las experiencias posibles para que aprenda a su ritmo. Experiencias como nuestras propias conductas (respetar, amar, compartir, prestar) y nuestras actitudes (tener paciencia, ser coherentes, comprensivos…) son las que mostrarán un modelo familiar claro para el niño.
Montse Barceló Moreso
Licenciada en Psicología
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