Educar en la tolerancia y en la aceptación de la diversidad es uno de los valores que debiera ser central en los objetivos educativos de la familia y del contexto escolar, ya que el no respeto a las diferencias es la causa de injusticia, de sufrimiento y de mucha violencia en la infancia y en la adolescencia.
Los niños son educados desde pequeños, a través de diversos mecanismos, en los sistemas de creencia de la familia. En forma explícita o implícita los adultos le van traspasando a sus hijos los valores que les parecen esenciales. Esta actitud que es necesaria y básicamente correcta, si no va acompañada de un valor fundamental que es el respeto a las ideas de los otros, puede llevar a que los niños tiendan a asumir una conducta fundamentalista en relación a sus valores, que puede llevarlos a tener actitudes, contra los que piensan diferente.
Grandes guerras en la humanidad y episodios terroristas, han tenido su origen en diferencias ideológicas, donde el que piensa diferente no sólo es alguien con quien no estoy de acuerdo, sino que se constituye en mi enemigo. Mahatma Gandhi, uno de los grandes ideólogos de la no violencia, decía: “La violencia es el miedo a los ideales de los demás”.
Esta sentencia de un hombre tan reflexivo y profundamente pacifista me hace pensar, ¿cuán importante es el valor de la tolerancia, en las familias, al momento de educar a los niños?: Ciertamente Gandhi sabía de discriminación, ya que fue víctima de ella por su origen hindú, en los años de su infancia que vivió en Inglaterra. Además la India, su país de origen, es una nación cruzada por diferentes religiones, y en la cual el sistema de castas es todavía muy fuerte.
Desafortunadamente, en el trabajo en colegios y en la atención clínica de niños que son discriminados por sus iguales, es posible apreciar que -a pesar de lo globalizado que se encuentra el mundo-, en nuestro país, la actitud de los niños chilenos hacia lo que es diferente es de una profunda discriminación, quizás mayor que la que se ve en otros países del continente.
En el colegio son victimizados los niños que son percibidos diferentes racial, social y físicamente por sus compañeros, produciéndoles una gran cuota de sufrimiento.
No basta que los padres no tengan actitudes despectivas o arrogantes frente a las diferencias, es necesario ir más lejos y cuidar el lenguaje que muchas veces puede ser discriminatorio con las diferencias. Por ejemplo, hay que tener cuidado con los chistes que se les cuentan a los niños, muchos de ellos son en general abiertamente discriminativos y constituyen estereotipos llenos de prejuicios. Es como sostener que todas las personas de una nacionalidad o de una raza, tuvieran una característica negativa que sería más marcada que todas las cosas positivas, y es como que todas las personas de un grupo fueran iguales. Los prejuicios se transmiten como una especie de contagio afectivo y son la máxima expresión de la intolerancia. Quien juzga a otro desde lo negativo se coloca en una situación de superioridad y coloca al otro en una posición de inferioridad.
Cada día más se avanza hacia un mundo en que en lo cotidiano se convive con personas de diferentes orígenes y valores. Para lograr una convivencia pacífica y nutritiva, es necesario que los niños aprendan a valorar el aporte de las otras culturas. Cuéntele a sus hijos e hijas, cuentos de niños de otras culturas, llévelo a conocer templos de otras religiones, que no sean la suya. Muéstreles su manera de vestir y comer, valorando su aporte. Aprecie, por ejemplo, el mérito de las etnias originarias. Abra el corazón y la mente de su hijo a la humanidad, así estará ayudándole a construir un mundo mejor, donde hay cabida para las diferencias y se valora el aporte de todos en la construcción de un mundo mejor.
Neva Milicic
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