No debería sorprendernos que nuestros hijos sean adictos. La mayoría de
los adultos lo somos. A la comida, a los videojuegos, al éxito, al
tabaco, al vino, al foro.. nuestra sociedad es una sociedad compulsiva
hasta el extremo. Prácticamente todos los adultos que conozco tenemos
una adicción en mayor o menor grado. Es una realidad tan invisible que
hace que parezcan normales conductas como jugar durante interminables
horas a una videoconsola (y no me refiero a los niños, ¡me refiero a los
padres!) . Normales y socialmente aplaudidas y toleradas.
Me
pregunto si ocurriría lo mismo si en vez de estar jugando a la consola
papá o mamá estuvieran fumando porros o bebiendo vino, todas las tardes y
la mitad de la noche.
Me diréis "pero no es lo mismo, los porros
o el vino son drogas y esto no". Bueno, se considera adicción a toda
conducta que genere estos fenómenos: tolerancia (cada vez necesito más
cantidad para sentir los mismos efectos) y dependencia (cada vez me
vuelco más en el consumo o conducta). En esta definición entran
conductas de muy diversa índole.
Quiero dejar muy claro que desde
el punto de vista terapéutico, el poder tóxico de una droga no es en
absoluto indicativo de la gravedad de la dependencia: esto quiere decir
que puede ser infinitamente más grave una dependencia a, por ejemplo, el
éxito empresarial o el deporte, que una dependencia a la heroína.
Ambas destruyen a la persona, porque la persona no es solo cuerpo, ni riñones, la persona es una identidad.
De
hecho, los efectos de las drogas sobre el organismo son mínimos
comparados con la devastación que sufre el adicto a otros niveles:
familiares, sociales, laborales, personales.
Los efectos que una
videoconsola pueden tener sobre el sistema nervioso central quizá no son
tóxicos como los del cannabis, pero me consta que pueden ser igual o
peor de devastadores para la persona.
La conducta adictiva,
independientemente de qué es lo que nos engancha, es el auténtico
problema. Quiero decir que el problema no son las maquinitas, no son las
chuches, no es el tabaco, ni las rebajas de zara. El problema es la
adicción, se ponga ésta la máscara que se ponga, que en el fondo, da lo
mismo.
Y más allá de todo esto, lo más importante es que lo que
se transmite de padres a hijo NO es el tipo de adicción, es el MODELO
ADICTIVO. Esto significa que el mal ejemplo no está en beber vino o
jugar a la consola. Puede que a nuestro hijo nunca le dé por ninguna de
estas cosas... pero dado que va a incorporar el modelo adictivo, lo
reproducirá de una u otra forma porque desgraciadamente no sabrá hacer
otra cosa para llenar su vacío existencial (al igual que nosotros no
sabemos).
Como padres, tenemos la inmensa responsabilidad de
trabajar nuestras carencias, que son los agujeros que intentamos tapar
constamente con sustancias y objetos. Por lo menos, darnos cuenta de que
vivimos una vida en la que no toleramos la falta, el vacío ni el dolor.
Y que vivimos sometidos a la búsqueda del placer inmediato, a costa de
sacrificar tiempo para pensar, para compartir, para doler juntos y para
mirarnos mejor los unos a los otros.
Cuando nuestro hijo se
"engancha" a las maquinitas, no busca placer, busca consuelo. Consuelo
en la consola, tiene gracia. Por la pantalla se le van todos los
sentimientos que no tienen nombre, todo el miedo, la angustia y el dolor
que produce el pensamiento. La desconexión calma, da gustito, aplaza la
sentencia de tener que enfrentarse a sí mismo. Nuestros hijos aprenden
de nuestra propia cobardía, no lo olvidemos nunca. Evitan las mismas
cosas que nosotros evitamos: el contar lo que nos pasa, el decirle al
otro lo que no nos gusta de él, el sentimiento de soledad, el agujero,
el darse cuenta.
No podemos quejarnos de las adicciones de
nuestros hijos, pero sí podemos empezar a preguntarnos qué modelos
adictivos se dan en el seno de nuestras familias. Simplemente,
descubramos nuestra propia adicción y dejemos de pensar en términos de
cantidad, gravedad o toxicidad, para pensar en términos de polaridad:
¿qué es lo que relegamos a la sombra de lo inexistente y qué es lo que
dejamos para la luz del bienestar? ¿qué es lo que nos hace sentir bien? y
de eso que nos hace sentir bien... ¿qué hay detrás?.
Solo así
podremos empezar a cambiar nuestros propios modelos familiares por
otros, nuestra forma de relacionarnos con el entorno y caminar hacia una
forma de incorporación menos voraz.
¿Alguien se atreve?
http://atraviesaelespejo.blogspot.nl
Foto: http://www.freegamesden.com
Violeta Alcocer habla en este texto de algo que no entiende, ni conoce, ni se ha molestado en conocer. No comentaré la comparación de los videojuegos con las drogas y el alcohol. Creo que cae por su propio peso.
ResponderEliminarEn toda la cháchara retorcida, llena de lugares comunes y afirmaciones viciadas que expone la autora del texto me ha parecido entender que los niños desarrollan adicción a las consolas por imitación del ejemplo paterno. Supongo que también los padres buscan consuelo en los juegos,¿o es el afán de huir de la realidad y los problema a los que se refiere un párrafo más abajo?
Quizás la guiaba el deseo de decir a los padres que jueguen menos y miren más a sus hijos, pero para esa frase tan sencilla no hacía falta meterse en jardines llenos de falacias y aventurar hipótesis totalmente peregrinas.
Y me duele ver este texto mediocre, torticero y mentiroso en este blog.
¡Ah! Y soy Treme. Lo de Judit es porque no me deja poner un comentario si no entro con alguna identidad tipo blog o algo así.
EliminarPues a mí Violeta Alcocer me gusta mucho, y también me
ResponderEliminarha gustado este texto, creo que tiene razón en que llevamos unas vidas enganchadas al sistema adictivo y que sería muy bueno poder pararnos, mirarnos un poquito dentro, no tener miedo a hablarnos, mirarnos, contemplar.
Fíjate que a mí me ha alegrado ver un texto de Violeta Alcocer en este blog.