El trabajo y las tensiones propias del día a día pueden empujarnos a los peores enfados cuando menos lo deseamos, es decir, cuando llegamos a casa y estamos con los que más queremos. Presentamos una breve guía para controlar y sobrellevar estas situaciones.
La mayoría de las veces, los padres actúan de forma pausada y reflexiva. Pero a veces esto puede no ser así. Una situación tensa en el hogar se origina por muchas razones: puede que no hayamos tenido un buen día en el trabajo, que hayamos discutido con la pareja o que estemos preocupados por otros motivos importantes. Una mala conducta del niño puede hacer estallar esa tensión.
Reconocer nuestros sentimientos es el primer paso para identificar un posible arrebato de malhumor o de enfado. El hecho de poder sentir estas emociones negativas de cierta intensidad nos ayudará a reducir nuestra ansiedad frente a ellas. Una vez identificados esos sentimientos, debemos reflexionar muy seriamente sobre qué vamos a decir, y sobre todo, cómo lo diremos. Eso no significa que no haya que decir a los hijos lo que no han hecho bien. Sin embargo, es importante no reaccionar "en caliente", algo difícil de llevar a la práctica en muchas ocasiones.
Cuando estamos relajados, descansados y de buen humor nuestras palabras reflejan ese estado interior y difícilmente hacemos uso de un vocabulario negativo. En cambio, cuando estamos cansados, estresados o tenemos trabajo acumulado, los conflictos cotidianos pueden adquirir dimensiones exageradas. Con la pareja y con los hijos es, seguramente, con quienes más usamos las palabras cariñosas, positivas y gratificantes; pero también es probable que con ellos mismos empleemos a veces palabras destructivas, hirientes y negativas.
Una vez calmados será más fácil apreciar la dimensión real del problema y actuar en consecuencia. Por ejemplo, en vez de decir "eres un desastre, otra vez has dejado el lavabo patas arriba después de ducharte", es preferible describir lo que ha sucedido sin emitir juicios de valor, por ejemplo diciendo "el lavabo necesita que lo limpies de nuevo si ya has terminado de ponerte el pijama".
Los expertos señalan que la descripción de los hechos ayuda mucho a centrarnos en el presente, en el suceso real, sin añadir carga emocional. Con ello mostramos al niño que le aceptamos tal como es, pero no las acciones negativas que pueda hacer. Añadir un comentario con buen humor es una de las mejores formas de recuperar el buen ambiente y conectar de nuevo con lo mejor de nosotros.
Finalmente, si a pesar de todo hemos perdido el control y hemos usado gritos para agredir a nuestro hijo, deberíamos ser capaces de demostrarle que sentimos lo sucedido. Ser conscientes de qué decimos y cómo lo hacemos nos ayudará en todas las situaciones a mostrarles lo mucho que los queremos.
La mayoría de las veces, los padres actúan de forma pausada y reflexiva. Pero a veces esto puede no ser así. Una situación tensa en el hogar se origina por muchas razones: puede que no hayamos tenido un buen día en el trabajo, que hayamos discutido con la pareja o que estemos preocupados por otros motivos importantes. Una mala conducta del niño puede hacer estallar esa tensión.
Reconocer nuestros sentimientos es el primer paso para identificar un posible arrebato de malhumor o de enfado. El hecho de poder sentir estas emociones negativas de cierta intensidad nos ayudará a reducir nuestra ansiedad frente a ellas. Una vez identificados esos sentimientos, debemos reflexionar muy seriamente sobre qué vamos a decir, y sobre todo, cómo lo diremos. Eso no significa que no haya que decir a los hijos lo que no han hecho bien. Sin embargo, es importante no reaccionar "en caliente", algo difícil de llevar a la práctica en muchas ocasiones.
Cuando estamos relajados, descansados y de buen humor nuestras palabras reflejan ese estado interior y difícilmente hacemos uso de un vocabulario negativo. En cambio, cuando estamos cansados, estresados o tenemos trabajo acumulado, los conflictos cotidianos pueden adquirir dimensiones exageradas. Con la pareja y con los hijos es, seguramente, con quienes más usamos las palabras cariñosas, positivas y gratificantes; pero también es probable que con ellos mismos empleemos a veces palabras destructivas, hirientes y negativas.
Una vez calmados será más fácil apreciar la dimensión real del problema y actuar en consecuencia. Por ejemplo, en vez de decir "eres un desastre, otra vez has dejado el lavabo patas arriba después de ducharte", es preferible describir lo que ha sucedido sin emitir juicios de valor, por ejemplo diciendo "el lavabo necesita que lo limpies de nuevo si ya has terminado de ponerte el pijama".
Los expertos señalan que la descripción de los hechos ayuda mucho a centrarnos en el presente, en el suceso real, sin añadir carga emocional. Con ello mostramos al niño que le aceptamos tal como es, pero no las acciones negativas que pueda hacer. Añadir un comentario con buen humor es una de las mejores formas de recuperar el buen ambiente y conectar de nuevo con lo mejor de nosotros.
Finalmente, si a pesar de todo hemos perdido el control y hemos usado gritos para agredir a nuestro hijo, deberíamos ser capaces de demostrarle que sentimos lo sucedido. Ser conscientes de qué decimos y cómo lo hacemos nos ayudará en todas las situaciones a mostrarles lo mucho que los queremos.
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