5 de noviembre de 2011

El niño de dos años y medio a cinco: aprender a comportarse (3)

La tercera parte del artículo de Penelope Leach sobre el niño de dos años y medio a cinco y sobre el gran trabajo que esta haciendo en esa etapa: aprendiendo a comportarse. Antes de leer esta parte, te recomendamos leer las anteriores. Las puedes encontrar facilmente en la etiqueta "2 años y medio a 5" en la parte derecha del blog. Esperamos que os guste y sobre todo, que os sea útil.


Las reglas son muy útiles para mantener a salvo a un niño pequeño aunque, cuando esté en juego su seguridad, no puede confiar en su autodisciplina para que le obedezca, sin supervisión), pero no tienen mucha importancia a la hora de enseñarle a comportarse porque son demasiado rígidas e inflexibles como para ser útiles en la vida cotidiana. Así pues, intente que las reglas sean temas definitivos, aquí y ahora, y evite transmtirle reglas sobre temas de principios que le importarán durante toda su vida.

Evidentemente, no pueden enseñar al niño a comportarse si ustedes mismos no estan seguros de como deberia comportarse a gente, así que es importante ser coherentes con sus propios principios. Su hijo no es un animal de circo al que se le enseña a responder siempre ante una señal determinada con un ejercicio en particular. Es un ser humano, enseñado a responder lo mejor que pueda ante una amplia variedad de señales, lo que implica el darse cuenta de que, a veces, las circunstancias alteran las situaciones. Aunque animar a un niño de dos años a dibujar en una pizarra colgada de la pared de su dormitorio hará que sea más probable que dibuje en las paredes del salón, es muy posible que a la edad de cuatro años, si los adultos se toman el tiempo para explicarle y comentar las cosas con él, termine por comprender dónde es correcto dibujar y dónde no. Los dulces repartidos generosamente en Navidad no le hará esperarlos una vez terminadas las fiestas y el permiso para saltar sobre la cama de la abuela no le hará olvidar que en su cama de matrimonio está prohibido ponerse a saltar.

Confie en que su hijo tiene buena intención, incluso cuando no la tenga. Si tiene la sensación de que siempre hay un adulto pendiente de él, preparado para corregido o darle instrucciones, probablemente no se molestará en pensar demasiado en lo que debe o no debe hacer. Dentro de los límites propios de su edad y de su fase de desarrollo, procure traspasarle toda la responsabilidad que pueda sobre su propio comportamiento y hacerle sentir que confia en él.

Si tiene que ir a casa de unos amigos, por ejemplo, no lo agobie con instrucciones tan estrictas como «Recuerda dar las gracias» y «No olvides limpiarte los zapatos al entrar». Si está dispuesta a dejado ir, también debe estado para permitirle que se haga cargo de sí mismo. Sus exhortaciones no le ayudarán a comportarse con amabilidad, sino que sólo le harán sentirse incómodo con la simple idea de ir.
Cuando se equivoque, y especialmente cuando tenga la sensación de haber sido injusto, admítalo. No permita que su falsa dignidad de adulto le impida demostrarle cuál es la forma correcta de comportarse. Hasta cierto punto, él la toma como modelo, por lo que es importante pedirle disculpas. Suponga que lo acusa de haber roto un vaso y no le cree cuando el lo niega. Mas tarde descubre que se ha equivocado. Según lo que usted trata de enseñarle, le debe al niño una sincera disculpa. No hay forma de evitarlo, de salvar la cara. Usted se equivocó, fue injusta y se negó a creerlo cuando le estaba diciendo la verdad. Se le pide que la perdone por ello, el la respetará más, no menos.

PROBLEMAS DE COMPORTAMIENTO

Si piensa realmente en la «disciplina» como una cuestión de demostrarle a su hijo cómo comportarse, descubrirá que la mayoría de los «problemas de comportamiento» son en realidad de madurez, antes que de moralidad, y que la mayoría de los temas problemáticos de disciplina se pueden resolver con facilidad. Un relativo nivel de comportamiento que «busca atraer la atención», por ejemplo, es una forma normal de responder ante la atención racionada que recibe el niño por parte de adultos siempre muy ocupados. Si se puede aumentar la ración de atención agradable que le dedica, él no tendrá que llamar la atención para que usted le regañe.

DESOBEDIENCIA: Probablemente la obediencia instantánea e incuestionable permitió a los padres victorianos de las familias numerosas llevar una vida pacífica, pero no puede producir niños capaces de pensar por sí mismos y, en consecuencia, de cuidar de sí mismos desde una temprana edad. La diferencia quedó nítidamente ilustrada cuando tres niñas pequeñas fueron secuestradas en un coche frente a su escuela. Una cuarta niña corrió a su casa y dio la voz de alarma tan rápidamente que el coche fue localizado y detenido y las niñas volvieron a estar en sus casas antes de una hora. Uno de los turbados padres preguntó: «Cariño, ¿por qué te fuiste con ese hombre en el coche? Siempre te hemos dicho que no vayas con personas extrañas». Con los ojos muy abiertos y una mirada de reproche, su hija le contestó: «Pero es que ese hombre me dijo: "Tu padre me ha dicho que vengas conmigo en seguida. Me ha enviado para recogerte". Así que me fui con él porque siempre me has dicho que debo hacer lo que tú digas». La niña que dio la voz de alarma fue interrogada por la policía: «¿Qué te hizo correr a casa en lugar de irte en el coche con tus compañeras?», a lo que la pequeña contestó: «Mi papá y mi mamá siempre me han dicho: "¡Piensa!". Así que pensé que si papá hubiera querido que fuéramos con él, habría venido a buscamos y que aquel hombre dijo que un papá le había enviado a buscamos, pero cada una de nosotras tenemos papás diferentes. Entonces pensé que sería mejor preguntárselo a mi mamá y eché a correr».

Si se deja de lado la cuestión de la «obediencia» y la «desobediencia», y en lugar de eso se piensa en lograr la cooperación del niño, se solucionan muchas cosas. A veces, el niño no hará lo que usted desea porque quiere hacer algo diferente. No se irá a la cama porque antes quiere terminar su juego. No es la desobediencia lo que causa el problema, sino un simple conflicto de intereses. En lugar de gritarle: «Haz lo que te digo ahora mismo», encuentre un compromiso, como: «Bueno, pero sólo cinco minutos más». En otras ocasiones no hará lo que usted desea porque no lo ha comprendido. Si se le dice que permanezca sentado ante una mesa hasta que se haya terminado de comer, quizá quiera levantarse en cuanto haya terminado su plato. No había comprendido que usted se refería a cuando todos terminaran de comer. No la ha desobedecido, sino que simplemente no la había comprendido. A veces no hará lo que usted desea porque se dispone a fastidiarla. Siente ganas de demostrarle su independencia. Se siente revoltoso. Si le dice que no toque su libro nuevo, eso será lo primero que hará. De entre todos los ejemplos expuestos, éste y sólo éste es verdadera desobediencia. Se trata de un intento deliberado de provocarla y el éxito que tenga dependerá probablemente del daño que haya causado. Si ha arrancado la cubierta, se sentirá usted furiosa con él. Eso es una realidad. Él mismo se sentiría enfadado si usted hubiera estropeado algo suyo; su acción ha provocado una reacción humana universal. Pero el triste daño causado es lo que merece el regaño, no la «desobediencia». Si no ha causado verdadero daño es mejor quitarle importancia al asunto y negarse a ponese a la altura de la provocación: «¿Te he dicho yo que hagas precisamente lo único que te había pedido que no hicieras? Debes tener ganas de hacer tonterias”¿Dónde está la discusión que él andaba buscando?

Los niños viven en un mundo dificil de controlar, y en el que a menudo se les acusa de causar una u otra clase de daño. Negar una cosa mal hecha, por tanto, es la clase de mentira que les suele causar problemas. Su hijo rompe por error la muñeca de su hermana. Enfrentado al hecho, lo niega. Probablemente se enfada más con él por haber mentido que por el estropicio. Si cree usted que el niño debe confesar cuando haya hecho algo mal, facilítele las cosas: «Esta muñeca está rota. Me pregunto qué habrá ocurrido. De ese modo, es más probable que diga: «Yo la he roto. Lo siento», que si le dice: «Has roto esta muñeca, ¿verdad, chico malo y descuidado?». Si el niño admite algo, ya sea porque usted lo obliga a ello o por iniciativa propia, procure no abrumarlo con expresiones de enfado o con castigos. La situación no acabará bien si pretende usted conseguir las dos cosas. Si desea que le diga cuándo ha hecho algo mal, no puede enfurecerse con él. Si se pone furiosa, él sería un estúpido si se lo dijera la próxima vez, ¿verdad?

Pasado mañana más!

Foto: www.preschoolcorner.com

1 comentario:

  1. Gracias por todo la info. Te animo aseguir haciendo entradas tan interesantes. Saluditos de http://creamomentos.blogspot.com/

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