Es habitual que en reuniones en las que padres y madres hablan sobre sus hijos alguien en algún momento lance esa especie de mantra: “Qué difícil es educar a los hijos”. Y a partir de ahí… que si “no tienen manual de instrucciones”, que si “nadie te enseña a ser padre”, que “cuando son chicos tienes que estar todo el día pendiente, y cuando son grandes los problemas crecen”, que “la sociedad cada día está peor”; también se escucha el consabido “antes era más fácil”, y la estrella es ” una buena bofetada a tiempo“. Otros que “si es que no puedo con él” para terminar con un esperanzado, pero pasivo, “a ver si pasa el tiempo y madura un poco…”.
No sé si estaréis de acuerdo conmigo en lo siguiente: existe una clara diferencia entre cuando “somos padres” de cuando “ejercemos como padres”
Ser padres consiste en esperar que, como eres el padre, los hijos son los que tienen que hacer el esfuerzo para ir aceptando todo aquello que les inculca en el ambiente familiar; en cambio, ejercer de padres supone aceptar el reto de que la educación de nuestros hijos requiere en muchos momentos de nuestra vida un esfuerzo constante, una brega, una lucha… en la que el protagonismo la tenemos los padres.
Personalmente creo que Educar consiste en mostrar a nuestros hijos cómo nuestras creencias, nuestras ideas, nuestros valores, nuestras maneras de sentir, nos llevan a comportarnos de la manera en que lo hacemos. Y lo hacemos con el deseo que esto les ayudará a aprender comportamientos para integrarse en el mundo en el que estamos viviendo.
Los padres cuando educamos somos, por tanto, guías y, además, queramos o no queramos, y en todo momento, también somos modelos, modelos a imitar o modelos a criticar.
Nuestros hijos necesitan guías claras de comportamiento, necesitan ser guidados y para ello es imprescindible establecer unas reglas y unos límites en sus comportamientos.
Igualmente necesitan tener claridad en lo que es tolerable y claridad en lo que no lo e,s y eso debemos proporcionárselo nosotros como padres y madres que ejercemos esa tarea. Esto no lo pone en duda nadie. Desde esta óptica, no es que educar sea difícil, lo difícil es que todos nuestros hijos acepten a rajatabla y a la primera, los modelos y las guías de conducta que configuran nuestro arsenal educativo.
Cuando los padres ponemos límites pueden pasar dos cosas:
- Que los hijos, más o menos convencidos, los acepten y los cumplan. Con lo cual nosotros entonces creemos que esto de educar “funciona” y que, además, nuestros hijos son unos estupendos hijos.
- Que los hijos los cuestionen, o directamente, los incumplan. Con lo cual nosotros creemos que esto de educar es difícil, y que hay que ver los hijos lo rebeldes que son, que carácter han heredado (por lo general de la parte contraria) , y que algo estamos haciendo mal.
Los padres, cuando ejercemos de padres, educamos, sabemos por qué hacemos lo que hacemos, y debemos de considerar como una consecuencia lógica, que algunos de nuestros hijos se resistan a seguir nuestras guías.
Educar no sólo es una mera propuesta de intenciones, es una manera de actuar, una manera de relacionarnos con nuestros hijos, de comunicarnos con ellos. Y en todos los procesos de interacción y comunicación surgen conflictos.
Y con los hijos se tienen conflictos, inevitables conflictos, numerosos conflictos, diversos conflictos. Los conflictos hay que entenderlos como algo natural, algo que forma parte de las relaciones con nuestros hijos. Y sobre todo, son una estupenda oportunidad de enseñar a nuestros hijos maneras eficaces de afrontarlos.
Nuestros hijos son y serán, en gran medida, lo que ellos decidan ser. Nosotros, como padres, con mucho amor, con normas y con límites, con confianza, y con mucha paciencia, les enseñamos todo aquello que creemos que les ayudará. Eso es ejercer de padre. Eso es lo que está en nuestras manos. Y eso es lo que tenemos que preguntarnos… ¿Soy padre? y ¿Ejerzo de padre?, ¿qué modelo de padre?.
Hay una preciosa poesía de Kavaffis, que se llama Ithaca, que bien puede ser una metáfora de lo que supone educar, un viaje, donde el objetivo no es llegar pronto a la meta sino disfrutar del camino.
Por Carlos Pajuelo. No os perdáis su blog, que no tiene desperdicio: Escuela de Padres
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