16 de mayo de 2013

El efecto de los brazos maternos


Nada como los brazos de una madre para consolar a su bebé, sobre todo si ésta le acuna mientras camina. Por primera vez, un estudio indaga en las razones por las que este gesto innato es capaz de calmar el llanto del recién nacido y descubre que, más allá de la relación afectiva, existe una explicación científica basada en un mecanismo fisiológico.

Los efectos son inmediatos. "Se reduce la actividad del sistema nervioso y la del motor. La frecuencia cardiaca disminuye" y el bebé se tranquiliza. Así lo observaron los autores de la investigación después de examinar a 12 niños sanos entre uno y seis meses de vida. "Grabamos su ritmo cardiaco cuando se les tumbaba en la cuna y mientras la madre les llevaba en brazos, sentada o caminando".

El electrocardiograma desveló claras diferencias. Entre la cuna y el calor de los brazos, mejor esta segunda opción. Y entre el calor de su madre sentada o caminando, los pequeños prefieren el movimiento. Cuando su progenitora se sentaba con el niño en brazos, su ritmo cardiaco se aceleraba, lloraba y no paraba de moverse. En cuanto se levantaba y se trasladaba, sus constantes descendían inmediatamente y el bebé se mostraba más tranquilo. Sin embargo, al sentarse de nuevo, el recién nacido volvía a quejarse.

En definitiva, reclamar los brazos de la madre y preferir el movimiento no es un capricho ni tampoco que el bebé haya aprendido a exigir a conciencia. Como subrayan los investigadores en su artículo, publicado en la revista 'Current Biology', se trata de una necesidad fisiológica, "un mecanismo de defensa" propio de los mamíferos.

Kuroda y su equipo, de Riken Brain Institute (Saitama, Japón), también desarrollaron este experimento con crías de ratón durante sus primeras semanas de vida. El efecto calmante de los brazos maternos en movimiento era el mismo. Dejaron de llorar y se mostraron más relajadas. Al igual que otras especies como los gatos y los leones, las crías adoptaban la postura fetal, flexionando las piernas.

Los investigadores apuntan a un sentido del tacto y de la 'propiopercepción', un término que alude a la capacidad de reaccionar cuando la madre toca al bebé e incluso cuando notan los movimientos corporales de su progenitora.

El movimiento relaja

"Los bebés se sienten más cómodos cuando les cogemos de pie y siempre les relaja el movimiento", afirma Mara Cuadrado, psicóloga infantil del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid. A esto se suma que si la persona que los mece es su madre, los resultados son inmediatos. "Con quien se vincula el bebé es con quien más le coge cuando nace, con quien le cuida, le protege y le alimenta". Pero la unión comienza a forjarse mucho antes, durante la gestación, "cuando el sonido que más escucha es la voz de su madre, su ritmo cardiaco, incluso percibe su temperatura". Ese vínculo se refuerza después, "con la forma en la que su madre le coge (diferente de la de los demás) y otras variables como el olor, algo que el bebé detecta nada más nacer".

Dados los resultados del estudio, cuando el lloro es un mecanismo de defensa, como ocurre en los recién nacidos, no hay que escatimar en mimos. De hecho, según los investigadores, podría ayudar a prevenir los traumatismos derivados del síndrome del bebé zarandeado. "El mayor factor de riesgo de esto es el lloro inconsolable de un bebé".

El niño no deja de llorar, los padres o los cuidadores ya no saben qué hacer, se frustran, "se crispan y pueden zarandear al pequeño creyendo que no le van a hacer daño", explica Gustavo Lorenzo, neurólogo del Hospital Ramón y Cajal de Madrid. Sin embargo, "puede producir daños cerebrales, ataques epilépticos y trastornos del habla, entre otros problemas del desarrollo neurológico, incluso la muerte".

"La explicación científica de esta respuesta infantil ayudará a los padres a entender su lloro, no como un intento de manipulación, sino como una necesidad fisiológica" que está reclamando brazos y que es importante cubrir, remarca Kuroda. "Resulta beneficioso tanto para la madre como para el bebé".

Aunque todo en su justa medida, coinciden la psicóloga y el neurólogo. "El niño puede acabar acostumbrándose a ser excesivamente bien recibido y el llanto deja de ser un mero mecanismo de defensa".

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