Y con esa explicación damos el asunto por zanjado y a otra cosa mariposa.. “Este niño llora para llamar tu atención, en realidad no le pasa nada, no le hagas caso” “No le duele nada, si le atiendes ahora llorará siempre que quiera algo”.
Nos olvidamos del hecho de que ningún ser humano, ni niño ni adulto, llama la atención sobre sí mismo si no es por algún motivo.
Esto significa que cuando un niño llama la atención, de la forma que sea, no es porque no le pase nada: es porque le ocurre algo que ni él mismo sabe expresar y nos necesita para ayudarle.
Todo el que llama la atención sobre otro es porque tiene un pedido que hacerle, una demanda insatisfecha, una necesidad, un dolor.. algo que compartir, a fin de cuentas. Llamar la atención del otro es un intento desesperado por comunicarle lo que no hemos sabido comunicar por otros medios… o lo que no han sabido escuchar.
Las necesidades insatisfechas de los niños, sus sentimientos no escuchados (y por lo tanto no nombrados), sus vivencias no compartidas… pujan con fuerza por salir e ir a parar los oídos (o los brazos) de papá y mamá. Cuando un niño tiene algo que contar, lo hará de diferentes formas. Si un camino no funciona, probará el siguiente.. y así hasta que alguien se dé cuenta de lo que le ocurre, si es que tiene suerte.
Si un niño llama la atención y es ignorado sistemáticamente, o bien desplazará su pedido hacia otra conducta, o bien aprenderá que no merece la pena compartir lo que le ocurre con sus padres.
Escuchar es darle valor a lo que nuestro hijo trata de decirnos con sus llamadas de atención, tener presente que tras ellas hay siempre algo más, un sentimiento, un mensaje, algo que el niño necesita expresar.
La comunicación en la familia es una de las piezas clave de su buen funcionamiento: estar dispuestos a escuchar siempre a nuestro hijo (y hacerlo) es la única forma de que el pequeño entienda que puede confiar en nosotros, ahora y siempre.
Violeta Alcocer
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