Hace tiempo que dejaron de necesitar nuestra ayuda para todo y es cierto que la etapa de las rabietas a todas horas ya pasó, pero, a veces, los pequeños de tres años nos sorprenden con conductas poco habituales que nos descolocan: vuelve a chuparse el dedo o a hablar como un bebé, no quiere ni probar esos macarrones que le entusiasmaban, se comporta como un payasete en los momentos más inoportunos o le da por hacerse pis en las macetas.
Cuando esto sucede, los papás hacemos un rápido repaso de la situación para buscar “traumas evidentes” que expliquen estas excentricidades repentinas o acudimos alarmados al pediatra, esperando un problema de salud inminente. Y descartado tanto lo uno como lo otro, familiares y conocidos apoyan un único veredicto: ¡lo hace para llamar la atención!.
Llamar la atención es una forma de comunicarse
A los que dicen que los pequeños se “portan mal” para llamar la atención no les falta razón, pero se equivocan cuando piensan que tras las llamadas de atención hay mala intención o ganas de molestar.
Al contrario: cuando un pequeño hace un despliegue de conductas poco usuales y las mantiene durante un tiempo (no vale una tontería puntual), lo hace porque su sistema de comunicación se pone en “modo crisis” y necesita que algún aspecto de su vida sea atendido.
¿Y por qué tanto jaleo?:
● Así como cuando era bebé lloraba “en estéreo” cuando algo no iba bien, ahora cuenta con recursos más sofisticados y tan pronto se tira del triciclo en marcha como le da por esconder las llaves de casa en algún rincón oscuro (e inaccesible). En cualquier caso el mensaje es el mismo: “Estoy aquí y no estoy bien, hacerme caso por favor”.
● También es cierto que con la vida acelerada que llevamos, más de una vez se nos pasan por alto las primeras señales que emite el niño cuando algo no marcha (que suelen ser sutiles y requieren de un tiempo y atención diarios que no siempre tenemos para nuestros hijos) y por eso , no es raro que nos preguntemos cómo va su vida sólo cuando “la sangre llega al río”, es decir, cuando tenemos delante la evidencia en forma de pared pintarrajeada, pelo cubierto de gomets o pequeña que se niega a ir al cole.
● Los pequeños, por su parte, aprenden que los mayores no siempre escuchamos sus sutiles mensajes así que es normal que prefieran comunicarse con nosotros “a lo grande”: saben que así les haremos caso. Por eso, resulta indiscutible que cuando un niño hace algo “para llamar la atención” no es por antojo, ni por molestar, ni por hacerse el importante: es porque evidentemente la necesita.
¿Hacerle caso o ignorarle?
Por lo general, cuando consideramos que un niño hace o dice algo “por llamar la atención” , la cultura popular establece que lo mejor en estos casos es “ignorarle”… por temor a ceder a los caprichos del niño y “malcriarle” o a prestar demasiada atención a conductas poco apropiadas y reforzarlas (y por consiguiente mantenerlas).
Sin embargo, interesarse por un niño que llama la atención no significa ni concederle todo aquello que pida saltándose límites y normas de convivencia, ni convertir su conducta en un asunto de Estado y no quitarle los ojos de encima: simplemente consiste en observar, preguntar, formular hipótesis y tratar de comprender qué partes de la vida de nuestro hijo necesitan de nuestra intervención y apoyo. En definitiva: atender es manejar una situación complicada para ayudar a nuestro hijo con sus problemas y restablecer la armonía familiar.
¿Y qué hacemos entonces cuando Martita comienza a quitarse toda la ropa en la cola del autobús o cuando Lucas aparece embadurnado de harina de los pies a la cabeza en mitad del cumpleaños del abuelo? He aquí unas sencillas pautas:
► Ni perder la calma (enfadarnos y ponernos hechos un basilisco, castigando a diestro y siniestro) ni todo lo contrario. La imparcialidad (que no es lo mismo que no hacer ni caso) es una virtud difícil de cultivar, pero muy útil en estos casos.
► Separar las conductas de los sentimientos que las originan, preguntándonos: “¿qué le ocurre a mi hijo?” y “¿por qué llama mi atención de esta manera?”
► Retroceder en el tiempo: la mayoría de las veces el pequeño nos avisa de que no está bien mucho antes de “armar la gorda”.
► Valorar cómo estamos nosotros (nerviosos, preocupados por algo, etc..) pues aunque no lo creamos, los niños perciben perfectamente las tensiones y ansiedades que padecemos a los mayores y les pueden afectar a ellos también.
► Encontrar tiempo para estar con nuestro pequeño en exclusiva (compartiendo un cuento, una mañana, un paseo, un juego..) e interesarnos honestamente sobre los distintos ámbitos de su día a día (el cole, los abuelos, la cuidadora, los nuevos amigos, la profe, el hermanito, etc..).
► Establecer pautas para el manejo concreto de las conductas manifiestamente negativas (por ejemplo, si todos los días tira –voluntariamente- parte de su cena a la alfombra, lo lógico es que nos ayude después a recogerla, haciéndose así responsable de sus acciones) y, en paralelo, tratar de solucionar y prestar atención a la verdadera fuente del malestar (por ejemplo, si es cosa de celos, pasar más tiempo con él o, si es una preocupación relacionada con el colegio, hablar con la profe, hacer algún cambio en sus rutinas, etc..).
► Transmitirle el mensaje de que todos los sentimientos son aceptables pero no lo son todas las conductas: podemos sentirnos muy mal por el motivo que sea, pero eso no nos da derecho a romper nuestros juguetes o a sacarle la lengua a todos los vecinos. Se trata de ayudarle a encontrar formas alternativas para expresar su malestar cuando las cosas le vayan mal (esto incluye también un esfuerzo por nuestra parte, sobre todo en forma de observación y escucha diarios).
Puede haber muchas causas
Muchos niños comienzan a tener celos del hermanito pequeño no cuando éste nace, sino un poco más adelante, cuando el chiquitín comienza a mostrar logros importantes como sentarse o ponerse de pie, cosa que puede ocurrir cuando el mayor tiene ya tres o cuatro años; y también es el primer año de colegio, con todos los esfuerzos de adaptación y nuevos aprendizajes y exigencias que ello conlleva, o el año en el que se afianza el lenguaje y con él el pensamiento lógico y la comprensión del mundo que le rodea (con sus alegrías y ansiedades) y, quizá, el año en el que empiezan a pasar más tiempo lejos de papá y mamá.
Algunos problemas...
■ Habla como un bebé y se chupa el dedo. Hay que tener en cuenta que el desarrollo no es algo lineal sino que es como “un acordeón” y puede suceder que, por diversos motivos, nuestro hijo necesite dar un paso atrás para luego dar dos o tres adelante. Muchas veces los niños necesitan comprobar que les queremos igual que el día en que nacieron (cosa fácil… ¡puesto que les queremos más!) o que, pese a hacer tantas cosas ya solitos, pueden contar todavía con nuestro calor, cobijo, ayuda y cariño, como cuando eran bebecitos. Si le demostramos que nuestro amor es incondicional (aunque haya hermanitos en el camino), pronto recuperará la confianza en sí mismo y volverá a ser “grande”.
■ Se hace pis de nuevo. Nos sorprenderíamos de la cantidad de niños que, una vez abandonado el pañal y con control de esfínteres aparentemente perfecto, vuelven a hacerse pipí pasado un tiempo. Muchos tienen escapes reiterados cuando comienzan el colegio y casi durante todo el primer año, un día sí y otro no vuelven a casa con la ropa mojada en la mochila: es normal, pues, aunque vayan al cole felices, tienen que estar atentos a demasiadas cosas a la vez y a veces descontrolan en lo más básico. También a esta edad, que pueden mantener la atención durante más tiempo en los juegos, se “enfrascan” de tal manera que se les olvida el pequeño detalle de ir al baño.
Otras veces, nos demuestran que se sienten mal o están enfadados haciendo pis o caca en algún lugar de la casa (el paragüero, una maceta..) o vuelven a mojar la cama por la noche.
Para todos los casos la solución es sencilla: paciencia, información adecuada (el pis y la caca se hacen en su sitio, cuando sientas ganas no debes esperar, etc..), no darle demasiada importancia al asunto (si le regañamos mucho o nos contrariamos en exceso, el problemita se nos puede convertir en un problemón) y (en el caso del pis nocturno), ofrecerle si quiere usar braga-pañal por las noches durante unos días, hasta que vuelva a amanecer seco.
■ No quiere comer. Si un niño de tres años deja de comer “absolutamente” (es decir, no ingiere nada de nada durante un día entero) entonces hay que acudir al pediatra para ver qué ocurre. Pero si un niño de tres años atraviesa una etapa en la que “come menos” pero aún así se le ve contento, se mueve y acude al baño con regularidad… es posible que no se trate de ninguna llamada de atención, sino más bien de la evolución natural del apetito del niño. Como bien explica el pediatra Carlos González, a partir del año de edad y hasta los cinco o seis años, si bien la energía necesaria para moverse aumenta, la necesaria para crecer disminuye de forma espectacular puesto que el ritmo de crecimiento es mucho más lento que en los años precedentes: el resultado es que con tres años puede que el niño necesite comer lo mismo o menos que cuando tenía uno.
Los gustos también cambian, y no es extraño que de la noche a la mañana aborrezca los espárragos o la lasaña de berenjenas.
Y por otro lado, el menú escolar no siempre es igual de rico que el de casa y a algunos niños les cuesta adaptarse (aunque habrá otros que prefieren las lentejas del cole a las de mamá).
En cualquier caso la consigna (aunque podemos invitarle a probar esto o lo otro, o intentar adaptar un poquito el menú a los gustos del peque) es que nunca hay que presionar a un niño para que coma: la comida debe ser un placer voluntario y las sensaciones de saciedad son cosa del que mastica y traga.
Si, aún con todo, observamos que nuestro hijo se muestra especialmente inquieto y negativo a la hora de comer, podemos preguntarnos (y preguntarle) qué es lo que le hace sentirse tan enfadado como para “no abrir boca”: es posible que si conseguimos verbalizar el problema, ya no sea necesaria la comida para “hacernos saber que algo va mal”.
■ Se despierta por la noche. Si bien es cierto que a partir de los tres años ya casi todos duermen “del tirón”, tampoco es raro que atraviesen etapas puntuales en las que vuelven a despertarse por la noche. Los despertares pueden estar relacionados con pesadillas o sueños intensos (y en ese caso necesitan que papá o mamá acudan a su lado para tranquilizarle) o con la necesidad de pasar más tiempo junto a los que más quiere (si los padres trabajan, no es raro que sólo les vean para el baño, la cena y poco más). Independientemente de que le llevemos de vuelta a su cama o no, lo realmente importante en estos casos es que si reclama nuestra atención por la noche, lo que hay que hacer es intentar pasar más tiempo juntos durante el día o, al menos, compartir un buen rato de cariño antes de dormir (por ejemplo, leer cuentos juntos, cantarle una bonita nana, hacer unos mimos o repasar lo que ha hecho durante el tiempo que no hemos estado juntos).
■ No quiere ir al cole. Cuando un niño no quiere ir al cole, tenga la edad que tenga, es importante averiguar por qué. Ni todos los niños llegan a los tres años con el mismo nivel de madurez (y siendo éste su primer año, puede ser que al pequeño le esté costando mucho trabajo adaptarse a su nuevo entorno, los demás niños o la profesora) ni todos los colegios son perfectos (y puede ser que nuestro hijo tenga algún problema, desde un niño que le pega hasta una cuidadora del comedor poco sutil), de modo que un rechazo tan temprano puede estar indicando tanto lo uno como lo otro.. y por ello es fundamental aclarar los motivos de su negativa y hacer todo lo que esté en nuestras manos para mejorar su vida escolar.
La actitud paterna hacia el colegio también influye poderosamente en la percepción que el peque tiene de su nuevo centro: si toda nuestra relación con el cole (profesores, dirección, otros papás y mamás, etc..) se queda en la puerta de entrada o criticamos abiertamente a los profesores u otras familias delante del pequeño, es normal que piense en el cole como un sitio ajeno o poco grato, que no tiene mucho que ver con él ni su familia.
Y por último, las prisas matutinas y un descanso insuficiente a veces convierten el momento de ir al cole en un problema diario (regañinas, amenazas, etc..) que estresa al niño más de la cuenta: adelantar un cuarto de hora el despertador (y acostarse un poquito antes por la noche para descansar bien) nos ayudará a todos a comenzar el día “en positivo”.
Violeta Alcocer para Ser Padres Hoy (copyright).
Publicado en http://atraviesaelespejo.blogspot.com/
Soy madre de un niño de tres años, así es que me identifico.
ResponderEliminarCreo que cuando un niño hace determinadas cosas para llamar la atención es porque antes ya lo ha intentado de otras formas que no han dado resultado.
Probablemente los adultos no nos hemos dado cuenta.
Si ignoramos al niño que pide atención, seguramente tendrá que seguir pidiéndola pero de una forma mas extrema todavía.