El lenguaje rudimentario del amor en el bebé es innato. Está ahí, programado, pero debe ser despertado por su madre. Las manifestaciones de amor que la madre tiene para con su bebé deben ser iniciadas lo antes posible, desde el momento mismo en que nace.
Las necesidades físicas y las emocionales están íntimamente ligadas y el bebé se guía por el patrón del placer. La necesidad del bebé de recibir atención amorosa por parte de sus padres tiene un origen biológico. A tal punto biológico que si se atienden solamente sus necesidades físicas, aún de manera impecable, el bebé puede llegar a morir. Pero es biológico también, porque la mera supervivencia no hace a nadie un ser humano completo. El lactante necesita la estimulación del amor a través de los sentidos: tacto, vista, oído, (y esto sólo se puede lograr si lo amamantamos y al hacerlo le hablamos, si al dormirlo le cantamos, si al cambiarlo nos acercamos a él a una distancia en la que pueda distinguirnos bien para sonreírle, si al bañarlo lo acariciamos y le damos masajito, si reímos y jugamos con él).
Tres circunstancias afectan básicamente la manera como se inicie la relación afectivamente la madre con su bebé y que comienza mucho antes del nacimiento:
1. Durante el embarazo
Aún antes de conocerlo, la embarazada se imagina y fantasea con el hijo por nacer. El nacimiento obliga a la madre a comparar entre el bebé real que ha nacido y el de sus sueños, fantasías y expectativas. Si la realidad y las expectativas son congruentes, el apego o vínculo afectivo se inicia muy pronto después del nacimiento. Si en cambio, realidad y expectativas son diferentes, la madre primero tiene que resolver la pérdida de sus fantasías y expectativas.
2. Durante el parto
La manera como se desarrolla el evento del nacimiento y la experiencia gratificante o no de esta experiencia para la mujer, puede interferir en el proceso del apego o vínculo materno-infantil. La sensación por parte de la mujer de haber tenido control sobre los acontecimientos durante el nacimiento, permite que inmediatamente después de que nace el hijo, entre verdaderamente en un estado de éxtasis y esto ayuda a la nueva madre a sentir confianza en su capacidad de crianza para con el hijo y la relación afectiva se inicia con mayor facilidad. Si en cambio, el evento del nacimiento no cubre sus expectativas y lo vive como un proceso violento y dramático en el que ella es un mero objeto del cuidado médico-hospitalario, en el que adicionalmente se le separa del hijo sin permitir un contacto temprano y prolongado, el apego se inicia tardíamente.
3. Durante el postparto
Los investigadores Klaus y Kennel han demostrado que inmediatamente después de nacido, el bebé tiene un período muy sensible de alerta que dura aproximadamente una hora y que permite iniciar el vínculo afectivo temprano con su madre. Si se cuenta con una madre alerta y despierta a la que se le permite sostener a su bebé en los brazos para darle la bienvenida, acariciarlo y manifestarle su amor, se aprovecha este período de sensibilidad inicial para el establecimiento de este fundamental requisito en la relación madre-hijo: el apego. Este período sensible puede verse como el período de consolidación de la conducta maternal. Después de este período, el vínculo puede aún integrarse, pero es más difícil y no cuenta con los mecanismos naturales de la especie para ayudar a dicho proceso.
Observando la conducta de los recién nacidos durante este período sensible (la primera hora después de nacer), fue posible demostrar que el niño puede ver, tiene preferencias visuales y que voltea la cara a la palabra hablada (las voces de sus padres); además se observó que todas las madres se comportan de la misma forma: primero tocan las extremidades de su bebito con la yema de los dedos, posteriormente acarician su espalda con toda la mano y luego proceden al abrazo total.
El contacto visual es muy intenso; la madre mira al bebé y éste le regresa la mirada. La madre automáticamente cambia el tono de su voz y el número de palabras que emite cada vez que se dirige a su bebé; por su parte, el bebé responde más a una voz aguda que grave. Esta comunicación entre la madre y su hijo no es solamente sonora sino que incluye también movimiento: así el bebé se mueve en sincronía con las palabras de su madre en una especie de danza. El bebé no responde de igual manera a otros sonidos distintos al lenguaje.
Esta interacción entre la madre y el hijo inmediatamente después del nacimiento no es solo satisfactoria para ambos, sino que también es fisiológicamente necesaria. El estímulo que representa la boquita del bebé en el pezón de la madre (cuando se le amamanta en sala de expulsión), hace que el útero se contraiga, facilitando la salida de la placenta y ayudando al útero a su involución. Es decir, que la naturaleza es muy económica y aprovecha una sola función para cumplir múltiples objetivos.
Fomentar el inicio del vínculo materno-infantil inmediatamente después del nacimiento, ayuda a una apertura hacia la conducta maternal que se organiza durante la experiencia del parto y se consolida por la presencia del bebé.
Los investigadores han descubierto que la visión del recién nacido desencadena el mismo repertorio de comportamientos afectivos en el padre que en la madre: también el padre hace ruiditos, contempla a su hijo y le habla y sonríe con naturalidad. Si se le da oportunidad, el hombre puede ser tan "maternal" como la mujer, protector, generoso, estimulante, receptivo a las necesidades de su hijo y cuidadoso.
Nos ha llevado demasiado tiempo y muchos choques culturales comprender estos hechos simples de la vida y ello se debe en gran medida a que las frases hechas y los malentendidos sobre los padres están muy arraigados en nuestra cultura.
Como quiera que sea, la confianza en sí mismo y la imagen de sí mismo del niño, serán resultado de todos los mensajes que recibe de sus padres. Si esto ocurre a través de las caricias y abrazos de su madre, del juego físico del padre, o viceversa, no importa en realidad: lo importante es que en conjunto recibe de sus padres los estímulos que lo llevan a ser él mismo.
Mi objetivo al haber elaborado este artículo es que los futuros padres aprovechen el movimiento actual en el que se propone que el bebé al nacer, pueda permanecer en la sala de expulsión recibiendo las manifestaciones de amor de sus padres y se mantenga a su lado en lo que se conoce como alojamiento conjunto durante su estancia en el hospital. Mi consejo es buscar anticipadamente al pediatra que recibirá al bebé y que los apoye para lograr las metas que ustedes tengan contempladas, como el amamantar a su hijo en la sala de expulsión, que permanezca con ustedes durante su estancia en el hospital y que fomente la lactancia exclusiva al seno materno.
Guadalupe Trueba
Las necesidades físicas y las emocionales están íntimamente ligadas y el bebé se guía por el patrón del placer. La necesidad del bebé de recibir atención amorosa por parte de sus padres tiene un origen biológico. A tal punto biológico que si se atienden solamente sus necesidades físicas, aún de manera impecable, el bebé puede llegar a morir. Pero es biológico también, porque la mera supervivencia no hace a nadie un ser humano completo. El lactante necesita la estimulación del amor a través de los sentidos: tacto, vista, oído, (y esto sólo se puede lograr si lo amamantamos y al hacerlo le hablamos, si al dormirlo le cantamos, si al cambiarlo nos acercamos a él a una distancia en la que pueda distinguirnos bien para sonreírle, si al bañarlo lo acariciamos y le damos masajito, si reímos y jugamos con él).
Tres circunstancias afectan básicamente la manera como se inicie la relación afectivamente la madre con su bebé y que comienza mucho antes del nacimiento:
1. Durante el embarazo
Aún antes de conocerlo, la embarazada se imagina y fantasea con el hijo por nacer. El nacimiento obliga a la madre a comparar entre el bebé real que ha nacido y el de sus sueños, fantasías y expectativas. Si la realidad y las expectativas son congruentes, el apego o vínculo afectivo se inicia muy pronto después del nacimiento. Si en cambio, realidad y expectativas son diferentes, la madre primero tiene que resolver la pérdida de sus fantasías y expectativas.
2. Durante el parto
La manera como se desarrolla el evento del nacimiento y la experiencia gratificante o no de esta experiencia para la mujer, puede interferir en el proceso del apego o vínculo materno-infantil. La sensación por parte de la mujer de haber tenido control sobre los acontecimientos durante el nacimiento, permite que inmediatamente después de que nace el hijo, entre verdaderamente en un estado de éxtasis y esto ayuda a la nueva madre a sentir confianza en su capacidad de crianza para con el hijo y la relación afectiva se inicia con mayor facilidad. Si en cambio, el evento del nacimiento no cubre sus expectativas y lo vive como un proceso violento y dramático en el que ella es un mero objeto del cuidado médico-hospitalario, en el que adicionalmente se le separa del hijo sin permitir un contacto temprano y prolongado, el apego se inicia tardíamente.
3. Durante el postparto
Los investigadores Klaus y Kennel han demostrado que inmediatamente después de nacido, el bebé tiene un período muy sensible de alerta que dura aproximadamente una hora y que permite iniciar el vínculo afectivo temprano con su madre. Si se cuenta con una madre alerta y despierta a la que se le permite sostener a su bebé en los brazos para darle la bienvenida, acariciarlo y manifestarle su amor, se aprovecha este período de sensibilidad inicial para el establecimiento de este fundamental requisito en la relación madre-hijo: el apego. Este período sensible puede verse como el período de consolidación de la conducta maternal. Después de este período, el vínculo puede aún integrarse, pero es más difícil y no cuenta con los mecanismos naturales de la especie para ayudar a dicho proceso.
Observando la conducta de los recién nacidos durante este período sensible (la primera hora después de nacer), fue posible demostrar que el niño puede ver, tiene preferencias visuales y que voltea la cara a la palabra hablada (las voces de sus padres); además se observó que todas las madres se comportan de la misma forma: primero tocan las extremidades de su bebito con la yema de los dedos, posteriormente acarician su espalda con toda la mano y luego proceden al abrazo total.
El contacto visual es muy intenso; la madre mira al bebé y éste le regresa la mirada. La madre automáticamente cambia el tono de su voz y el número de palabras que emite cada vez que se dirige a su bebé; por su parte, el bebé responde más a una voz aguda que grave. Esta comunicación entre la madre y su hijo no es solamente sonora sino que incluye también movimiento: así el bebé se mueve en sincronía con las palabras de su madre en una especie de danza. El bebé no responde de igual manera a otros sonidos distintos al lenguaje.
Esta interacción entre la madre y el hijo inmediatamente después del nacimiento no es solo satisfactoria para ambos, sino que también es fisiológicamente necesaria. El estímulo que representa la boquita del bebé en el pezón de la madre (cuando se le amamanta en sala de expulsión), hace que el útero se contraiga, facilitando la salida de la placenta y ayudando al útero a su involución. Es decir, que la naturaleza es muy económica y aprovecha una sola función para cumplir múltiples objetivos.
Fomentar el inicio del vínculo materno-infantil inmediatamente después del nacimiento, ayuda a una apertura hacia la conducta maternal que se organiza durante la experiencia del parto y se consolida por la presencia del bebé.
Los investigadores han descubierto que la visión del recién nacido desencadena el mismo repertorio de comportamientos afectivos en el padre que en la madre: también el padre hace ruiditos, contempla a su hijo y le habla y sonríe con naturalidad. Si se le da oportunidad, el hombre puede ser tan "maternal" como la mujer, protector, generoso, estimulante, receptivo a las necesidades de su hijo y cuidadoso.
Nos ha llevado demasiado tiempo y muchos choques culturales comprender estos hechos simples de la vida y ello se debe en gran medida a que las frases hechas y los malentendidos sobre los padres están muy arraigados en nuestra cultura.
Como quiera que sea, la confianza en sí mismo y la imagen de sí mismo del niño, serán resultado de todos los mensajes que recibe de sus padres. Si esto ocurre a través de las caricias y abrazos de su madre, del juego físico del padre, o viceversa, no importa en realidad: lo importante es que en conjunto recibe de sus padres los estímulos que lo llevan a ser él mismo.
Mi objetivo al haber elaborado este artículo es que los futuros padres aprovechen el movimiento actual en el que se propone que el bebé al nacer, pueda permanecer en la sala de expulsión recibiendo las manifestaciones de amor de sus padres y se mantenga a su lado en lo que se conoce como alojamiento conjunto durante su estancia en el hospital. Mi consejo es buscar anticipadamente al pediatra que recibirá al bebé y que los apoye para lograr las metas que ustedes tengan contempladas, como el amamantar a su hijo en la sala de expulsión, que permanezca con ustedes durante su estancia en el hospital y que fomente la lactancia exclusiva al seno materno.
Guadalupe Trueba
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