Desde el blog de http://reflexionesmadrepsicologa.blogspot.com, una reflexión sobre un bien que las madres de múltiples tienen poco cuando los peques son bebitos....soledad. Si no conoceis el blog de Natalia, echadle un vistazo. Es un lujo.
Soy una de esas personas que disfrutan la soledad. Es más, muchas veces la busco porque realmente la necesito. Me gusta el silencio, me agrada ese tiempo conmigo misma para hacer cualquier cosa o, simplemente, para no hacer nada. Siempre he creído que la de saber estar sola es una habilidad, algo por lo que sentirme afortunada. No tengo la necesidad de buscar compañía, como les ocurre a otras personas.
Sin embargo, ser madre de múltiple es la antítesis a la soledad. Es el caos, el ruido, el movimiento, la invasión de los espacios. Es estar acompañada, apurada, demandada y colapsada, al menos durante los primeros años.
Luego, viene un tiempo en que la familia múltiple se transforma en algo parecido a lo que podría ser una "familia normal", una en la que cada uno puede exigir sus espacios, aunque sea por un lapsus de tiempo cortito, aunque a veces a los hijos se les olvide respetar el silencio que la mamá pidió para sí misma y toquen la puerta mil veces para contarle algo que les pasó hoy en el colegio o para preguntar si pueden comer cereales.
El comienzo de este período de "normalización" fue extraño para mí. Deseaba tanto recobrar algo de tiempo para estar sola y sentir el silencio... Sin embargo, cuando mis niños tuvieron la edad suficiente como para que mi madre se atreviera a dar el paso de venir a buscarlos para pasar la tarde sola con ellos, sentí que la soledad me sobraba. Ya no sabía qué hacer con ella, ya no recordaba bien qué hacía "la otra Natalia" cuando estaba sola. Habían pasado muchos años y me había acostumbrado al ruido y el movimiento constante. A mi manera, me había enamorado de un estilo de vida caótico que, invariablemente, se adopta al ser mamá de múltiples guaguas al mismo tiempo. Mis hijos y mi madre se iban, y se producía un vacío tan fuerte como el ruido más agudo. Recorría la casa sin saber qué hacer. Recogía y guardaba algunos juguetes u objetos olvidados en algún rincón. Me sentía como cuando estás en compañía de alguien con el que te sientes incómodo y no sabes cómo actuar frente a él.
Ahora, dos o tres años después, he vuelto a acostumbrarme a la soledad que amo. Y lo mejor es que puedo adaptarme a una y otra situación y disfrutar ambas. Ya no estoy deseando tanto estar sola (aunque todavía a veces me ocurre, y con mucha intensidad) y cuando lo estoy, puedo disfrutarlo tanto como antes de ser mamá. Como en todo, en este tema he vivido procesos largos y no siempre fáciles. Pero todo llega, a veces tarda en llegar, pero llega. Lo escribo pensando en las madres múltiples de niños muy pequeños que deben tener esa sensación de agobio que tuve yo en algún momento: la idea de que nunca más tendría un minuto para dedicarlo a mí.
No es así: la vida no se detiene, los hijos crecen y finalmente las noches de insomnio, los días de agotamiento absoluto y la sensación de agobio por tanto trabajo y tanta demanda van cediendo.
Al final, nada permanece, ni lo que amamos ni lo que queremos cambiar o eliminar de nuestras vidas. Siempre todo cambia.
Si tuviera consciencia de esto todo el tiempo, seguro que aprovecharía el día a día mucho más de lo que lo hago. Sin embargo, nos hemos convertido en una familia tan "normal", que hasta su madre olvida, a ratos, las premisas que aprendió a punta de cansancio y sacrificio y que creyó que jamás olvidaría. Supongo que son los costos del paso del tiempo.
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