Pareciera que la maternidad trae consigo una buena dosis de culpa. Que una criatura tan pequeña y vulnerable esté a nuestro cargo y que de alguna manera seamos una influencia tan importante en lo que va a convertirse, puede ser una horrible carga. Las posibilidades de equivocarse son todas. Y es muy probable que, a pesar de los impresionantes esfuerzos que hagamos, algo hagamos para dañar a estos seres humanos que llamamos hijos.
Ser además psicóloga y Doula, y tener una de estas personalidades de ser niña buena y perfeccionista (como lo soy yo), empeora bastante la cosa. Porque desde esta óptica imposible decirme mentiras: La crianza importa. Y como padres y madres si tenemos una gran responsabilidad.
Yo, decidida a ser una buena madre, pronto me encontré con toneladas de frustración (y claro, culpa). Porque ser eso que en mi plan perfecto estaba, pues no es solo cuestión voluntad. Y sobretodo porque mi pequeña Eloísa, y ahora esta bebé en mi panza, han sido unas constantes maestras para replantearme todo lo que mi ego había escrito bajo el titulo de “la buena crianza”.
Hablo por mí, pero sé que no estoy sola. Porque en mi diario vivir, (cuando estoy dispuesta a escuchar), me encuentro con muchas otras mamás sumidas en esta angustia por no poder ser esa madre perfecta. Rodeadas además de muchos juicios de personas bienintencionadas que les encanta dar cátedra sobre lo que debe hacerse y lo terrible que es no hacerlo, sea cual sea su visión de la crianza (¡¡tantas veces he sido yo una de estas pesonas!!)
Cada una va construyendo su ideal de madre. Según su historia, sus carencias, su personalidad, su contexto. Porque además tenemos esta tendencia a convertirlo todo en verdades absolutas. Nos tatuamos las creencias como mandamientos. Tal vez en nuestra necesidad de que alguien nos diga como hacer las cosas. Porque la incertidumbre y la duda, al menos para mí, a veces son insoportables. Y además queremos “convertir” a los que nos rodean. Para poder reafirmarnos. Para tener la razón, la fuerza, la seguridad de estar haciendo lo “correcto”.
En mi caso, esta Madre Ideal la fui construyendo con todo mi bagaje psico-doulesco. Me dediqué a leer libros, blogs, y a rodearme de personas que apoyaran un tipo de crianza que para mí tenía mucho sentido y encajaba perfectamente en quién era en ese momento.
Crianza con apego, con amor, crianza respetuosa, crianza natural, crianza positiva, centrada en el niño. Mi mente fue construyendo este modelo que debía ser y defender con todas mis fuerzas. Algo así:
- Parirás naturalmente. Sin anestesia. Sin episotomía. En un ambiente cálido y amoroso. Recibirás a tu bebé inmediatamente, para tenerlo abrazado y cortarás el cordón tí o tu pareja cuando deje de latir. No tendrá ningún tipo de intervención médica.
- Lactarás a tu bebé exclusivamente, a demanda, MÍNIMO un año. Ojalá dos, idealmente hasta que él quiera dejarlo a voluntad. Por supuesto todos los biberones, chupetes y demás artefactos artificiales están prohibidos. La leche de bote no es ni siquiera una posibilidad. Menos si es de vaca.
- No impondrás tus ritmos de sueño al recién nacido. Dormirás cuando el duerma. Atenderás sus necesidades cuando despierte. No importa la hora. No importa tu cansancio.
- Harás colecho, hasta que tu hijo decida irse a su propia cama. Incluso si es necesario que tu esposo salga de la cama matrimonial y se vaya al sofá.
- No lo mandarás al jardín infantil, al menos los primeros 3 años. Estarás dedicada exclusivamente a él. Cuando así sea será un jardín infantil que comparta TODAS tus pautas de crianza. Idealmente educarás en casa. No enviarás a tu hijo a una institución corrompida en donde lo van a deformar.
- Alimentarás naturalmente a tu hijo, a partir de los 6 meses solamente. Nada de compotas de supermercado. Nada de azúcar. Todo integral. Hecho en casa. No llenarás a tu hijo de químicos, hormonas y toxinas que es lo único de lo que la comida ahora esta hecha. (olvídate para siempre de latas y embutidos)
- Los antibióticos y vacunas están fuera de consideración. Solo medicina natural y homeopática.
- Usarás pañales de tela. No contaminarás más este mundo.
- Cargarás a tu hijo en el portabebés en todo momento. Los cochecitos, sillitas y demás están completamente prohibidos. No dejarás que tu hijo tenga sensación de abandono, ni que se pierda el contacto contigo.
- Serás en todo momento una mamá paciente, amorosa, dispuesta. Atenta a sus necesidades. Alegre y agradecida por tener a tu hijo.
- Siempre sabrás que es lo que necesita tu hijo, si no, es porque estás desconectada de tu instinto.
- ...
La lista es bastante más larga. Sí, tiene un toque de exageración, pero no está tan alejada de la realidad.
Poco a poco me fui dando cuenta del nivel de exigencia que me estaba poniendo en los hombros.
Y no solo eso.
Me di cuenta de que esta lista creada por mí, nada tenía que ver con ser buena o mala madre. Y no es que no crea en algunas de estas ideas. Pero entendí que quien se aferraba a ellas era mi ego. Solo mi ego tratando de tener una cómoda guía para hacer las cosas bien. En el fondo solo estaba para llenar una angustia infinita de no tener ni la menor idea de cómo enfrentar a esta bebé que llegaba a mis brazos sin manual de instrucciones.
Poco a poco Eloísa me fue mostrando una realidad con la que no contaba y todos estos mandatos se fueron cayendo por su propio peso. Fue quedando lo esencial.
Mi deseo de vincularme con ella y amarla eran y son, genuinos. Y eso perduró. Con biberones, coches, cunas, compotas, salchichas y salsa de tomate. Con TV y apiretal. Con guardería a los 16 meses. Con mi trabajo, mis salidas, mis viajes y mis ganas de que Nicolás sea mi compañero de vida. Que compartamos cama y espacios.
He sido una madre gritona e impaciente muchas veces, y tantas otras he llorado a su lado sin tener ni la menor idea de lo que le pasa.
Este temido título de la mala madre me persigue.
La culpa se asoma. Me visita regularmente. Pero he aprendido que no es lo mismo culpa que responsabilidad. Que esa crianza consciente que he buscado, no esta gobernada por mandatos. Sino justamente por consciencia. Y consciencia no es lo mismo que perfección.
Soy la madre que soy. Y mi camino (aclaro MI CAMINO) está en mirarme, en tener la valentía de entrar a mis lugares sombríos y temidos. En poner en voz alta lo innombrable. Todo eso que me asusta, que me avergüenza, que me cuesta. En estar presente en mi y poder ir atravesando capas y capas para encontrarme con mi ser esencial. Para poder conectarme con mis hijas y en general con los demás, desde un lugar más sano, más auténtico.
Ser “buena madre” ahora se parece un poco más a aceptarme, quererme, atenderme, mirarme para poder crecer junto a mis hijas. Acompañarlas en un camino que es de ellas. Porque sí: tengo una gran responsabilidad, pero al final ellas serán lo que son gracias y a pesar de mi.
Soy y no soy tan importante.
Definitivamente no lo soy todo para ellas. Esa idea es liberadora y a la vez dolorosa para este ego que espera oír “mamá, no hay nadie como tu. Eres lo más importante en mi vida, gracias a ti soy lo que soy…. Eres la mejor mamá del mundo”.
Lo que yo hago por ellas les favorece o no su camino. No las define. Su ser es infinitamente más grande que mi idea loquísima de que todo depende de mi.
Menos mal.
Así que adiós a la mala madre. Adiós culpa.
Soy lo que soy.
Y ser “buena madre” para mi hoy se trata más de amarlas.
De amarme.
Por Ana María Constain. Publicado en Crianza y gestalt
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