Agendas "de grandes", más actividades extraescolares, poco tiempo para el juego libre. Sucede cada vez más entre chicos urbanos y de familias sin apuros económicos. ¿Por qué los embarcamos en esta alocada carrera?
Al principio, las culpables parecían ser las mochilas.
Tras atender a uno, dos, infinidad de chicos en edad escolar con insólitas contracturas dorsales, más de un pediatra concluyó que todo se debía a la enorme carga de libros, cuadernos, viandas y demás utensilios que los jóvenes estudiantes suelen cargar rumbo a la jornada escolar. Sin embargo, tras popularizarse el uso de carritos, la situación no mejoró.
Las contracturas siguieron, tanto como los dolores de panza, o de cabeza, a repetición. Signos casi inequívocos de estrés que insisten en aparecer en una población de entre 7 y 10 años, junto con un preocupante aumento de trastornos neurolingüísticos (vinculados con el proceso de comprensión).
"Hay sobreexigencia", claman algunos especialistas. "Falta juego libre", indican otros. "Están demasiado controlados", opina el escritor y periodista escocés Carl Honoré, quien en su libro Bajo presión asegura que, tras los pequeños trabajadores de la Revolución Industrial y el auge de la infancia libre del siglo XX, estamos asistiendo al nacimiento del "niño dirigido": hipercuidado, hiperregulado y controlado, inserto en un circuito de clases, talleres, cuidadores y actividades que en un momento se creía estimulante, pero que hoy está revelando facetas bastante menos auspiciosas.
El fenómeno es global, aunque parece tener claros límites socioculturales: niñez urbana, criada en ambientes de clase media y clase media alta.
En cierto punto, los más mimados y protegidos entre los niños. Acarreando, día tras día, una mochila tan invisible como agobiante.
ALTA TENSIÓN:
"Los pibes se enferman más -asegura el pediatra Eduardo Faganello-. En principio, porque permanecen mucho tiempo en lugares cerrados y eso hace que tengan mayor propensión a enfermedades. Además, están sometidos a mucha presión." Como otros profesionales de su área, en los últimos 20 años Faganello ha asistido a los rotundos cambios que afectaron el entorno donde crecen sus pacientes: temor ante la inseguridad, éxodo desde las plazas y veredas hacia el interior de las casas, padres muy exigidos por el mundo laboral y social, jornadas escolares cada vez más extensas y casi "extinción" del juego espontáneo entre pares, sin mediaciones tecnológicas.
"Todos pretendemos que los hijos nos superen -reflexiona el pediatra-. Pero actualmente se observa una excesiva demanda para cumplir con ciertos objetivos que tienen que ver con lo educativo. Y esto, que desde mi punto de vista es consecuencia de un modo generacional de educar, tiene mucho costo para la población infantil."
"Te das cuenta, ¿no? El chico nunca será aceptado en una universidad decente." Con estas palabras, lanzadas por un maligno compañero de trabajo, se inaugura el calvario de Boris Ivánovich, una de las tantas criaturas surgidas de la imaginación de Woody Allen y su irrefrenable (aunque no por ello menos mordaz) amor por Nueva York. En el caso de Ivánovich y su mujer, protagonistas de uno de los relatos de Pura anarquía, la noticia de que su hijito de tres años no superó la prueba de admisión en una guardería de elite (debido a "ciertas dificultades al apilar los bloques") deriva en una carrera de sobornos que terminará llevándolos a la tan temida bancarrota.
Si para estos dos neuróticos aspirantes a la alta sociedad neoyorquina una mala elección de jardín de infantes vendría a prefigurar toda una vida de fracasos, para los atribulados padres de las grandes urbes actuales una buena educación significa la mínima herencia que les pueden dejar a sus hijos en un mundo inestable.
¿Algo que ver con aquello de M´hijo el dotor ? Quizás, pero en un contexto de ascenso social mucho menos facilitado, marcado por un profundo vértigo laboral y tecnológico.
"Nadie tiene muy claro el tipo de mundo que va a haber dentro de diez años -explica el psicoanalista Germán García-. La incertidumbre es local y global." Ante esta situación, la adquisición de un segundo o tercer idioma desde edades tempranas puede funcionar de módico reaseguro. También, la doble jornada escolar, juzgada por muchos pedagogos y funcionarios como más eficaz (entre otros, la ex ministra de Educación Susana Decibe). Aunque no falten los especialistas que, como Horacio Sanguinetti, presidente de la Academia Nacional de Educación, no acuerdan con estos criterios. En un artículo publicado el año pasado en La Nacion, el ex rector del Colegio Nacional de Buenos Aires asegura que, en su opinión, la doble jornada no mejora el nivel educativo.
Por su parte, Faganello agrega: "La elección de la doble jornada no siempre tiene relación con que los padres trabajen. Creo que se compra un marketing. Los jardines con doble idioma y computación desde temprano... Aclaro que no es que yo no esté de acuerdo con el segundo idioma, no es eso. Simplemente, creo que se habla mucho sobre todo lo que el pibe, necesariamente, tiene que saber. Y no se dice nada sobre el permiso que tiene que tener un chico para ser libre en muchas cosas".
ABRIR LA PUERTA PARA IR A ... ¿JUGAR?
Como tantos niños de su edad, Lautaro (8) asiste a una escuela de doble jornada. Se levanta cerca de las siete de la mañana y regresa a su casa a eso de las cinco de la tarde. Todos los días tiene que hacer deberes. Además, los martes y jueves, tras merendar, toma clases de apoyo escolar. Los lunes tiene cita con la fonoaudióloga. Los sábados va a la escuela de natación. Y los viernes... es el día en que recibe amigos en casa, "para jugar con la Play". Lo que se dice todo un niño de agenda.
"Yo trato de no recibir niños en consulta después de las seis de la tarde", comenta Silvia Salman, miembro de la EOL (Escuela de la Orientación Lacaniana) y especialista en psicoanálisis infantil. No es difícil imaginar las razones de su decisión. Un niño cuya jornada comienza a tempranas horas de la mañana, al finalizar el día está, sencillamente, agotado. Y no con la mejor de las predisposiciones como para participar en una sesión terapéutica. "Es cierto. Los chicos tienen agenda, algo que en otras épocas no ocurría -continúa la especialista-. Existía el club, se hacían actividades, pero no con el formato estandarizado que se da en la actualidad. Hay algo en esta regulación que no deja lugar a la espontaneidad, a tener realmente ganas de hacer algo."
Cuenta Salman que, por lo general, sus jóvenes pacientes llegan a la consulta a partir de una derivación escolar. "La mayoría de las demandas están ligadas a ciertas dificultades en el lazo con los otros, el vínculo con los compañeros de la escuela -explica-. La hiperexigencia y la escasez de tiempo libre pueden incidir en la cuestión de los lazos. Aunque, desde mi punto de vista, lo que cuenta es la singularidad de cada caso. Con algunos chicos la agenda puede funcionar, ordenarlos. Pero con otros, una agenda armada por los padres puede aplastar el deseo del niño. No conviene generalizar."
Docente, productor de documentales y padre de un niño y una beba, Laureano Ladislao Gutiérrez no puede dejar de contrastar su infancia de plaza, tardes en la vereda y estampidas tras tocar el timbre a algún vecino con el mundo en el que está criando a sus hijos: "Hoy, jugar al fútbol es jugar al fútbol 5. Jugar a la escondida es ir a un lugar donde se hace una actividad, con un responsable, alguien que lo planifica. Expresarte por medio del arte es ir a un taller. Nadar, ir a clases de natación -enumera-. Y los cumpleaños son eventos que requieren organización, dinero, estrés. ¡Volvemos a cantar el Feliz Cumpleaños si la foto salió mal! Es una fiesta de un nene de dos o tres años, no un casamiento."
La regulación de los momentos recreativos, la superabundancia de estímulos y actividades dirigidas no es, en realidad, un tema exclusivamente ligado con el mundo escolar o preescolar. Basta ver la infinidad de propuestas destinadas a "desarrollar al máximo" el potencial de los bebes..., incluidos los que aún están en plena gestación. Para Germán García, lo que está en juego es una cuestión de oferta y demanda. "Existe un mercado -asegura-. Eso implica que todos somos objeto de cierta manipulación. Entonces, cuando el mercado puso los ojos sobre los niños, produjo efectos."
En sentido similar opina Salman: "En los adultos hay como un imaginario de que es necesario hacer ciertas cosas para pertenecer y tener asegurado el lazo con los amigos. Por ejemplo: todas las amiguitas de una nena van a clases de comedia musical. Puede ocurrir que la chiquita también pida ir y la madre acceda, considerando que es bueno que no se sienta afuera de su grupo de amigas. Pero también puede pasar que sea la mamá la que siente que su hija "se queda afuera" si no participa de esa actividad. ¿De quién es el deseo, entonces?"
Por ahí parece pasar buena parte de la cuestión. Parar la máquina diaria y reflexionar un poco. Discriminar dónde está lo interesante de una actividad (incluso, de una "agenda") y dónde el punto en que las cosas comienzan a salirse de cauce. Ver a los chicos. Escucharlos. Diferenciar qué es lo que ellos manifiestan y cuáles las expectativas que uno, como padre, está alimentando.
"¿Qué puedo hacer para que le crezca el cuerpito como a Messi?" Con tono entre agotado e indignado, Eduardo Faganello asegura que la pregunta le fue formulada en el marco de una consulta pediátrica.
Unas cuantas décadas atrás, allá por mediados del siglo XX, el pediatra y psicoanalista D. W. Winnicott escribía: "El juego demuestra que el niño es capaz, en un medio razonablemente satisfactorio y estable, de desarrollar una forma personal de vida y de convertirse eventualmente en un ser humano completo, deseado como tal y bien recibido por el mundo en general". ¿Cuál será el margen de juego que le queda a una futura estrella de fútbol de, pongamos por caso, siete años?
"Habría que evitar agendas que les impidan tener un mínimo de cuatro horas diarias para el juego libre, pautado por la pura curiosidad y el deseo de hacer -sugiere la licenciada en gestión educativa María Belén Cairo Sastre-. Sólo de allí surgen la creación, el invento, la conexión consigo mismos y la internalización verdadera de todos los otros aprendizajes." En un artículo titulado Derecho del niño a jugar , Cairo Sastre postula que en la Argentina actual existen, en realidad, dos infancias: la "hiperenseñada" y la "hiperhumillada". Mientras que la primera estaría privada del juego debido a un nivel de exigencia "que, por ir más allá de lo saludable, enferma", para los integrantes de la segunda, condenados a estar "por fuera del sistema, en los márgenes, deseantes, frustrados, achicados y con el resentimiento del fracaso, del no poder", la pregunta misma por lo lúdico pierde sentido.
En un conocido poema, William Blake describe la infancia como el modo de Ver un mundo en un grano de arena,/ Y un cielo en una flor silvestre,/ Sostener el infinito en la palma de la mano/ Y la eternidad en una hora .
Honoré relee al poeta inglés para preguntarse, una vez más, dónde está el beneficio de formar chicos tan enmarcados en lo funcional, tan dirigidos a objetivos, tan direccionados al trofeo. Y tan distantes del tiempo improductivo que permite bucear el infinito en la palma de una mano.
"Todos salimos mal parados cuando los niños se convierten en proyectos", sentencia el autor de Bajo presión . Más allá de su tono admonitorio, no estaría mal tenerlo en cuenta.
Por Diana Fernández Irusta
Revista Diario La Nación: Domingo 14 de marzo de 2010
Al principio, las culpables parecían ser las mochilas.
Tras atender a uno, dos, infinidad de chicos en edad escolar con insólitas contracturas dorsales, más de un pediatra concluyó que todo se debía a la enorme carga de libros, cuadernos, viandas y demás utensilios que los jóvenes estudiantes suelen cargar rumbo a la jornada escolar. Sin embargo, tras popularizarse el uso de carritos, la situación no mejoró.
Las contracturas siguieron, tanto como los dolores de panza, o de cabeza, a repetición. Signos casi inequívocos de estrés que insisten en aparecer en una población de entre 7 y 10 años, junto con un preocupante aumento de trastornos neurolingüísticos (vinculados con el proceso de comprensión).
"Hay sobreexigencia", claman algunos especialistas. "Falta juego libre", indican otros. "Están demasiado controlados", opina el escritor y periodista escocés Carl Honoré, quien en su libro Bajo presión asegura que, tras los pequeños trabajadores de la Revolución Industrial y el auge de la infancia libre del siglo XX, estamos asistiendo al nacimiento del "niño dirigido": hipercuidado, hiperregulado y controlado, inserto en un circuito de clases, talleres, cuidadores y actividades que en un momento se creía estimulante, pero que hoy está revelando facetas bastante menos auspiciosas.
El fenómeno es global, aunque parece tener claros límites socioculturales: niñez urbana, criada en ambientes de clase media y clase media alta.
En cierto punto, los más mimados y protegidos entre los niños. Acarreando, día tras día, una mochila tan invisible como agobiante.
ALTA TENSIÓN:
"Los pibes se enferman más -asegura el pediatra Eduardo Faganello-. En principio, porque permanecen mucho tiempo en lugares cerrados y eso hace que tengan mayor propensión a enfermedades. Además, están sometidos a mucha presión." Como otros profesionales de su área, en los últimos 20 años Faganello ha asistido a los rotundos cambios que afectaron el entorno donde crecen sus pacientes: temor ante la inseguridad, éxodo desde las plazas y veredas hacia el interior de las casas, padres muy exigidos por el mundo laboral y social, jornadas escolares cada vez más extensas y casi "extinción" del juego espontáneo entre pares, sin mediaciones tecnológicas.
"Todos pretendemos que los hijos nos superen -reflexiona el pediatra-. Pero actualmente se observa una excesiva demanda para cumplir con ciertos objetivos que tienen que ver con lo educativo. Y esto, que desde mi punto de vista es consecuencia de un modo generacional de educar, tiene mucho costo para la población infantil."
"Te das cuenta, ¿no? El chico nunca será aceptado en una universidad decente." Con estas palabras, lanzadas por un maligno compañero de trabajo, se inaugura el calvario de Boris Ivánovich, una de las tantas criaturas surgidas de la imaginación de Woody Allen y su irrefrenable (aunque no por ello menos mordaz) amor por Nueva York. En el caso de Ivánovich y su mujer, protagonistas de uno de los relatos de Pura anarquía, la noticia de que su hijito de tres años no superó la prueba de admisión en una guardería de elite (debido a "ciertas dificultades al apilar los bloques") deriva en una carrera de sobornos que terminará llevándolos a la tan temida bancarrota.
Si para estos dos neuróticos aspirantes a la alta sociedad neoyorquina una mala elección de jardín de infantes vendría a prefigurar toda una vida de fracasos, para los atribulados padres de las grandes urbes actuales una buena educación significa la mínima herencia que les pueden dejar a sus hijos en un mundo inestable.
¿Algo que ver con aquello de M´hijo el dotor ? Quizás, pero en un contexto de ascenso social mucho menos facilitado, marcado por un profundo vértigo laboral y tecnológico.
"Nadie tiene muy claro el tipo de mundo que va a haber dentro de diez años -explica el psicoanalista Germán García-. La incertidumbre es local y global." Ante esta situación, la adquisición de un segundo o tercer idioma desde edades tempranas puede funcionar de módico reaseguro. También, la doble jornada escolar, juzgada por muchos pedagogos y funcionarios como más eficaz (entre otros, la ex ministra de Educación Susana Decibe). Aunque no falten los especialistas que, como Horacio Sanguinetti, presidente de la Academia Nacional de Educación, no acuerdan con estos criterios. En un artículo publicado el año pasado en La Nacion, el ex rector del Colegio Nacional de Buenos Aires asegura que, en su opinión, la doble jornada no mejora el nivel educativo.
Por su parte, Faganello agrega: "La elección de la doble jornada no siempre tiene relación con que los padres trabajen. Creo que se compra un marketing. Los jardines con doble idioma y computación desde temprano... Aclaro que no es que yo no esté de acuerdo con el segundo idioma, no es eso. Simplemente, creo que se habla mucho sobre todo lo que el pibe, necesariamente, tiene que saber. Y no se dice nada sobre el permiso que tiene que tener un chico para ser libre en muchas cosas".
ABRIR LA PUERTA PARA IR A ... ¿JUGAR?
Como tantos niños de su edad, Lautaro (8) asiste a una escuela de doble jornada. Se levanta cerca de las siete de la mañana y regresa a su casa a eso de las cinco de la tarde. Todos los días tiene que hacer deberes. Además, los martes y jueves, tras merendar, toma clases de apoyo escolar. Los lunes tiene cita con la fonoaudióloga. Los sábados va a la escuela de natación. Y los viernes... es el día en que recibe amigos en casa, "para jugar con la Play". Lo que se dice todo un niño de agenda.
"Yo trato de no recibir niños en consulta después de las seis de la tarde", comenta Silvia Salman, miembro de la EOL (Escuela de la Orientación Lacaniana) y especialista en psicoanálisis infantil. No es difícil imaginar las razones de su decisión. Un niño cuya jornada comienza a tempranas horas de la mañana, al finalizar el día está, sencillamente, agotado. Y no con la mejor de las predisposiciones como para participar en una sesión terapéutica. "Es cierto. Los chicos tienen agenda, algo que en otras épocas no ocurría -continúa la especialista-. Existía el club, se hacían actividades, pero no con el formato estandarizado que se da en la actualidad. Hay algo en esta regulación que no deja lugar a la espontaneidad, a tener realmente ganas de hacer algo."
Cuenta Salman que, por lo general, sus jóvenes pacientes llegan a la consulta a partir de una derivación escolar. "La mayoría de las demandas están ligadas a ciertas dificultades en el lazo con los otros, el vínculo con los compañeros de la escuela -explica-. La hiperexigencia y la escasez de tiempo libre pueden incidir en la cuestión de los lazos. Aunque, desde mi punto de vista, lo que cuenta es la singularidad de cada caso. Con algunos chicos la agenda puede funcionar, ordenarlos. Pero con otros, una agenda armada por los padres puede aplastar el deseo del niño. No conviene generalizar."
Docente, productor de documentales y padre de un niño y una beba, Laureano Ladislao Gutiérrez no puede dejar de contrastar su infancia de plaza, tardes en la vereda y estampidas tras tocar el timbre a algún vecino con el mundo en el que está criando a sus hijos: "Hoy, jugar al fútbol es jugar al fútbol 5. Jugar a la escondida es ir a un lugar donde se hace una actividad, con un responsable, alguien que lo planifica. Expresarte por medio del arte es ir a un taller. Nadar, ir a clases de natación -enumera-. Y los cumpleaños son eventos que requieren organización, dinero, estrés. ¡Volvemos a cantar el Feliz Cumpleaños si la foto salió mal! Es una fiesta de un nene de dos o tres años, no un casamiento."
La regulación de los momentos recreativos, la superabundancia de estímulos y actividades dirigidas no es, en realidad, un tema exclusivamente ligado con el mundo escolar o preescolar. Basta ver la infinidad de propuestas destinadas a "desarrollar al máximo" el potencial de los bebes..., incluidos los que aún están en plena gestación. Para Germán García, lo que está en juego es una cuestión de oferta y demanda. "Existe un mercado -asegura-. Eso implica que todos somos objeto de cierta manipulación. Entonces, cuando el mercado puso los ojos sobre los niños, produjo efectos."
En sentido similar opina Salman: "En los adultos hay como un imaginario de que es necesario hacer ciertas cosas para pertenecer y tener asegurado el lazo con los amigos. Por ejemplo: todas las amiguitas de una nena van a clases de comedia musical. Puede ocurrir que la chiquita también pida ir y la madre acceda, considerando que es bueno que no se sienta afuera de su grupo de amigas. Pero también puede pasar que sea la mamá la que siente que su hija "se queda afuera" si no participa de esa actividad. ¿De quién es el deseo, entonces?"
Por ahí parece pasar buena parte de la cuestión. Parar la máquina diaria y reflexionar un poco. Discriminar dónde está lo interesante de una actividad (incluso, de una "agenda") y dónde el punto en que las cosas comienzan a salirse de cauce. Ver a los chicos. Escucharlos. Diferenciar qué es lo que ellos manifiestan y cuáles las expectativas que uno, como padre, está alimentando.
"¿Qué puedo hacer para que le crezca el cuerpito como a Messi?" Con tono entre agotado e indignado, Eduardo Faganello asegura que la pregunta le fue formulada en el marco de una consulta pediátrica.
Unas cuantas décadas atrás, allá por mediados del siglo XX, el pediatra y psicoanalista D. W. Winnicott escribía: "El juego demuestra que el niño es capaz, en un medio razonablemente satisfactorio y estable, de desarrollar una forma personal de vida y de convertirse eventualmente en un ser humano completo, deseado como tal y bien recibido por el mundo en general". ¿Cuál será el margen de juego que le queda a una futura estrella de fútbol de, pongamos por caso, siete años?
"Habría que evitar agendas que les impidan tener un mínimo de cuatro horas diarias para el juego libre, pautado por la pura curiosidad y el deseo de hacer -sugiere la licenciada en gestión educativa María Belén Cairo Sastre-. Sólo de allí surgen la creación, el invento, la conexión consigo mismos y la internalización verdadera de todos los otros aprendizajes." En un artículo titulado Derecho del niño a jugar , Cairo Sastre postula que en la Argentina actual existen, en realidad, dos infancias: la "hiperenseñada" y la "hiperhumillada". Mientras que la primera estaría privada del juego debido a un nivel de exigencia "que, por ir más allá de lo saludable, enferma", para los integrantes de la segunda, condenados a estar "por fuera del sistema, en los márgenes, deseantes, frustrados, achicados y con el resentimiento del fracaso, del no poder", la pregunta misma por lo lúdico pierde sentido.
En un conocido poema, William Blake describe la infancia como el modo de Ver un mundo en un grano de arena,/ Y un cielo en una flor silvestre,/ Sostener el infinito en la palma de la mano/ Y la eternidad en una hora .
Honoré relee al poeta inglés para preguntarse, una vez más, dónde está el beneficio de formar chicos tan enmarcados en lo funcional, tan dirigidos a objetivos, tan direccionados al trofeo. Y tan distantes del tiempo improductivo que permite bucear el infinito en la palma de una mano.
"Todos salimos mal parados cuando los niños se convierten en proyectos", sentencia el autor de Bajo presión . Más allá de su tono admonitorio, no estaría mal tenerlo en cuenta.
Por Diana Fernández Irusta
Revista Diario La Nación: Domingo 14 de marzo de 2010
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